Quito. Punto final
Desde esa habitación de la Pza.
San Francisco en donde una ciudad tomaba el nombre de la mitad del mundo, me
decidía a escribir mis últimas palabras para este año que no entendía ni de
calendarios escolares ni laborables.
Sí, de esa ciudad en donde la
rotación de la tierra impulsaba por inercia cualquier fluido o masa hacia cada
uno de esos dos polos que egoístamente me querían atrapar. Yo por fatiga
mental, me quedaba en el centro por así poder obviar con disimulo cualquier
camino que me pudiera direccionar la vida. Ese centro en donde la gravedad
disminuía y que me hacía tambalear tras cerrar los ojos, pues según parece mi
resistencia muscular disminuía al mismo son que la gravedad; o es que tal vez
también necesitaba tambalearme tras cualquier neutralidad.
Así que me despedía por unos
meses en estas pocas palabras, pues a pesar del conjunto de encuentros y
olvidos obligados o no durante todo este año, aún seguía escurriéndome
silenciosamente tras ese último abrazo de despedida; pues el apego y desapego
aún parecía seguir siendo un sentimiento a superar, o es que tal vez me
engañaba a mí mismo por esas cortas despedidas que parecían augurar un rápido
reencuentro.
Así que sin más prefacios,
descansaría un tiempo con la intención de volver con la necesidad de
transformar una visión en un poema o una anécdota en una novela. Pues volvería
en el momento que tuviera ese deseo de alterar la realidad en algo más
aceptable. Como bien decían buscar alterar el “ser para la muerte”, que somos
todos, en una ilusión de transcendencia creada a partir de la belleza.
“No viajamos para
escapar de nuestras vidas, viajamos para que nuestras vidas no se escapen”
Gracias y hasta el próximo
calendario laboral, escolar o tal vez dígale natural… la necesidad de que no
exista un desapego me sigue “ “ las palabras…