viernes, 29 de marzo de 2013


Alrededores de Cusco, Valle Sagrado y algo más

Por el camino a Machu Picchu me despertaron la curiosidad cada una de aquellas pequeñas poblaciones que me iba encontrando, así que a mi llegada a Cusco deje en custodia parte de mi equipaje a aquellas nuevas amistades con las que había compartido algo más que ese encanto de chocolate llamado “Sublime” y me instalé en Pisac.

Desde Pisac me acercaría a Calca, en donde emprendería caminatas hasta los baños de Machacancha y Lares, los cuales se verían suavizadas por el rascar de mis uñas en aquellos choclos acompañados de bocanadas de queso fresco.

Me quedaría encantado con ese florido cementerio de Urubamba, que amarrado entre esos bellos Apus de color verde representaban la antítesis del ya lejano árido cementerio de Nueva Esperanza de Lima.

Entre pequeñas callas adoquinadas, llegaría allí en donde se cruzaban el Inca Rail y el Camino Inca, era la llamada Ollantaytambo, en donde recordaría haber tomado un buen expreso a espaldas de esos restos arqueológicos, en donde el verde se veía oscurecido tras una ligera cortina de niebla.

Pero cada tarde antes de anochecer, era inevitable cruzar aquel pequeño puente de madera que separaba Pisac de la lúcida Taray. Allí tras el paso de la pequeña Plaza de Armas me acercaba a la tienda de abarrotes en donde una pequeña madalena con hilo de chocolate era tomada a forma de recompensa diaria.

Taray sintetizaba cada una de aquellas poblaciones que había visitado durante esos días. Era uno de esos sitios en donde se mezclaban; calles arenosas junto al tapiado asfalto, vestigios tradicionales junto a trajes uniformados del último anuncio de moda, la fuerza humana junto a artefactos motorizados de carga…pero a todos ellos les unía una misma cosa; una sonrisa como expresión natural y unos buenos días a ofrecer.

Pero lo que realmente recordaría de esos días, sería aquella fría madrugada en Pisac, cuando salí en búsqueda de ese especial amanecer allí en donde las montañas escondían un nuevo tesoro inca. De nuevo el fuerte sonido del rio, los pájaros y la niebla me acompañaban como si de un deja vu de los días anteriores se tratara, pero esta vez las linternas parecían estar lejos de querer partir.

Una vez llegué allí arriba, pase horas y horas frente a esa belleza; mientras iba viendo como la abrumadora niebla iba bailando al son de esas montañas, al momento que iba enseñando y escondiendo a su antojo lo que la naturaleza nos ofrecía.

Ahora recordaba que ya hacía cuatro meses que había abandonado mi tierra, mi gente,…había partido un otoño y de nuevo me encontraba en otoño; ese momento en que las hojas se vuelven amarillas y acaban echando por la borda su existencia. Pero hay que pensar que siempre queda aquella amarilla flor que nos marca la esperanza, pues todo puede ser horrible o terriblemente bello, siempre depende del cristal con que se mire.

Porque siempre quedaran gestos amables, porque siempre hay algo de qué hablar, porque siempre quedará más que ternura, porque nunca hay besos a la fuerza, porque frente a frente nunca bajaremos la mirada, porque tal vez regresaré en Otoño y espero seguir viendo flores amarillas frente de mi…porque de nuevo me siento más fuerte que nunca aquí arriba…porque no es necesario preguntarse un porque para todo…

 

martes, 26 de marzo de 2013


No existe Machu Picchu sin Huaina Picchu

Cada una de aquellas linternas adormecidas se veían guiadas por el fuerte ruido del río que nos llevaba a un puente cubierto por una verde niebla, el cual nos alejaba por unos momentos de cada una de nuestras propias siluetas.

Tras llegar al llamado Santuario Histórico de Machu Picchu, deje a la izquierda un grupo de llamas que reposaban en silencio a modo de centinelas del pasado; quedaban aún muchas viejas piedras por pisar, antes de llegar allí en donde la esperanza se vestía de verde tomando rocas por huesos.

Y como si de aviso se tratara, aquellos hilos de sangre empezaron a deslizarse por mis labios anunciando el momento allí en donde la altura hacía estragos, allí en donde se elevaba Huaina Picchu.

Ahora sentado en piedra mojada, las gotas de lluvia se mezclaban con mí sudor incesante, producto de aquella humedad selvática que nos abrazaba. Yo buscando ese momento especial, huía de cualquier abrazo, al momento que esos hilos sangrientos se volvían transparentes al tener que recorrer ahora cada una de mis mejillas. Eran esas lágrimas que mostraban emociones de mente en blanco, unas lágrimas que por suerte nunca vieron llorar.

Entonces el sudor y el agua empezaron a calar entre mis huesos, al momento que los escalofríos empezaron a subir por dentro de mí sin poder ser paliados por la combustión impulsiva de cigarros sin sentido. Pero por orgullo me sentía allí en una soledad que no tenía ganas de compartir con nadie, pues hay días que por mucho que llueva no te mojas, pues hay días y momentos que sólo son para ti.

Incluso allí arriba, las parejas se despedían en búsqueda de ese particular ritual individualizado que habían soñado la noche anterior a escondidas del otro; un ritual tal vez abstracto que les ayudaría por unos momentos a pensar en que la superstición podría dar luz a su futuro incierto.

Un futuro inevitable de pensamiento incluso para el carpe diem creado bajo emblema ya esperanzador; así que huyendo de ojos azules a los que estúpidamente negaba la conversación mi cabeza seguía vomitando palabras que se iban destiñendo sobre esa hoja en blanco, con lo que muchas cosas se acabarían olvidando por el camino. Tal vez mis palabras eran huérfanas de sentido para reflejar lo vivido, pero mi sensación de libertad era tal vez igual que la de aquel pájaro que reposaba frente de mí, que sin necesidad de hoja en blanco se mostraba tal como era.

Pero el tiempo se acababa, así como las ansias de sentir, Machu Picchu ya no existía para mí desde allí arriba y a su encuentro me tropecé con un laberinto de construcciones que tomaban diferentes nombres y en donde la gente transitaba bajo cámara en mano en la búsqueda de la mejor postura en que mostrarse.

Al final leía lo escrito y me encontraba con muchas frases dinamitadas sin sentido, pero no me tomaba la necesidad de modificarlas, pues era realmente lo que había sentido, tal vez mi ignorancia sobre la sociedad inca me había negado la posibilidad de historiarizar lo vivido, pues me había tomado la necesidad de pensar en mi propia historia.

Ahora quería a todo el mundo, más que nunca.

domingo, 24 de marzo de 2013


Camino a cualquier sitio, uno de tantos días
 
Llego el día de describir uno de tantos días en que te montas en un autobús y esperas la llegada a un nuevo sitio en donde…ahora aquí sentado observo…

Miradas perdidas con ganas de comunicar sentimientos,
sonrisas amables sin intención de dañar a quien se pueda sentir observado.


Sentimientos perdidos que buscan libros abiertos,
sentimientos que reflejan emociones perdidas de las cuales algún día formaron parte.

 
Manos gastadas que buscan un aliento de esperanza,
manos gastadas por un inalcanzable tiempo de espera.

 
Móviles ansiosos en la búsqueda de un primer contacto,
móviles que nos ayudan a pensar quien somos o lo que piensan que somos.

 
Oídos cerrados bajo sintonías que nos aíslan por un momento de lo que somos,
oídos cerrados que se vuelven amargos al escuchar el silencio.

 
Letras gravadas bajo sentimientos anónimos,
letras gravadas tras un alguien que un día se encontró sólo.

 
Apuntes mojados que destiñen saber,
apuntes mojados de un alguien que un día decidió pensar.

 
Papeles de plata que esconden el amor de quien nos vio despertar,
papeles de plata que dan calor a nuestros sentimientos.

 
Cristales que sirven de espejo a aquellos que vieron perder su madrugada,
cristales que reflejan quienes somos.

 
Historias anónimas que buscan su estela bajo un rebaño de transeúntes,
historias anónimas que buscan sentido a sus movimientos.

 
Botones que se abrochan tras cristales opacos,
botones que nos desinhiben de cualquier miedo a ser quien somos.

 
Próxima estación…la vida

 
Bajo mis oídos hoy sonaba Cos penhague; Dejarse llevar suena demasiado bien,  jugar al azar, nunca saber dónde puedes terminar o empezar…
 
 

miércoles, 20 de marzo de 2013


Lima, pensando en la vejez

De nuevo una visita a Lima me hacía pensar en una de aquellas cosas que a veces necesitamos de un impulso para ser recordadas; en este caso fue una exposición de elogio a la vejez que se hacía en un Centro Cultural del aposentado barrio de San Isidro.

La misma hablaba sobre el hecho de que la sociedad actual parecía estar inmersa en una posición Aristotélica entorno a la vejez, como si esta se tratara de un estado de decadencia y en absoluto de garantía de sabiduría; así pues la sociedad actual omitía la vejez relegándola a toda suerte de residencias. El geriátrico parecía convertirse en el último hogar de una persona, su último refugio, de allí de confundir estos centros en salas de espera, en cuevas de pena, en recintos de tristeza…

Así que la idea era romper con todo esto, pues cada uno de aquellos ancianos que ponían nombre a cada uno de sus vidas, realzaban más que nadie el hecho de dar valor a cada una de aquellas cosas que les rodeaban; ahora valoraban más que nunca cada nube que veían tras aquella ventana, cada flor que emergía de aquella mesita de espera. Ahora en su vejez apreciaban más que nunca la vida, al mismo momento que se lamentaban del porque haber tardado tanto tiempo a aprender a perdonar o a olvidar, aspectos que tiempos atrás tal vez les habían separado de seres queridos; eran tantas cosas que aprendían a día de hoy, son tantas cosas las que no sabemos y que podríamos aprender de ellos.

Ahora más que nunca, cada uno de aquellos ancianos estaban allí para darnos una nueva lección, pero nosotros tras ese bloque de cristal seguíamos ignorándolos muchas veces; desgraciadamente parecía que teníamos que llegar a la vejez para entenderlos…

Todo aquello me despertaba la necesidad de recuperar viejas palabras que había escrito, cuando andando por Barcelona miraba con impotencia aquellas caras “tristes” que yacían tras ese geriátrico.


Un buen día se levantó encerrada tras un bloque de cristal;
sus palabras se habían convertido en ecos del pasado.

 
Ella se revelaba consigo misma y recordaba esos días en que su razón de ser,
la habían convertido en profeta de los que ahora la miraban sin vida.

 
Malditos ojos los de aquellos que ahora bajaban la cabeza
por miedo a ver la realidad inminente de su futuro.

 
Malditos ojos los de aquellos que con una sonrisa de compasión
intentaban dar un respiro a su bondad.
 

Dios! chillaba ella con fuerza; al mismo momento que aquellas batas blancas,
se volvían en su contra buscando una locura con la que poder encerrarla.

 
Dios! chillaba ella con fuerza; al mismo momento que aquellos trajes de naftalina,
desviaban su mirada por miedo a no tener razón.

 
Pero Dios seguía inmóvil, allí donde no existiera,
preocupándose de poner su nombre en boca de todos día tras día.


Pero Dios seguía allí inmóvil, como si ella formase parte de otro mundo,
como si ella sólo tuviera razón de ser el día de su muerte.


Sí, el día de su muerte todo el mundo miraría sin miedo sus ojos cerrados.
Sí, el día de su muerte todo el mundo recordaría lo que les había dejado contar.
Sí, el día de su muerte todo el mundo cantaría a Dios,
pero esta vez tras sábanas blancas y trajes sin sentido.
 
 

domingo, 17 de marzo de 2013


Iquitos, la selva y la naturaleza quedaron atrás.

Llego el día en que aquella bella mariposa de color azul, que volaba suavemente por aquellos misteriosos y profundos lugares se vio aplastada por la carga del aire humano. El sonido de los mosquitos se vio transformado por ruidosas moto taxis que se retaban en cada esquina buscando la mejor carrera. Las gotas ya no caían sobre verdes hojas que yacían sobre los lagos, sino que estas eran evitadas por superficies plásticas  levantadas por la llamada civilización; ya nada era como antes, parecía el fin de unas vacaciones encomendadas dentro de un viaje escrito.

De nuevo me veía en una Plaza de Armas en la búsqueda de un mercado en dónde poder alimentarme por pocos soles, así que después de dar unas vueltas me tropecé con el llamado Mercado de Belén, la llamada pequeña Venecia de Iquitos; en donde a pesar del caos, el humo, el ruido y la gente, guardaba un algo especial que te atrapaba en medio de esas casas flotantes…tal vez era una necesidad de recuerdo de los días anteriores, tal vez era una regresión…

Tras pasear entre hierbas medicinales que sanaban o bien te hacían olvidar por un tiempo todos los males que pudieran ser escritos, acabe relegando Ayahuascas, San Pedros, Chacrunas y Uñas de gato…por una mesa compartida en donde el manjar tomaba forma de pescado bajo el nombre de Sábado, el cual se veía dulcemente acompañado por un maduro frito que reposaba encima unas hojas de palmera.

Los mosquitos volvían a aparecer como por arte de magia regocijando entre mis piernas, al tiempo que los niños me miraban con caras extrañas tras la observación de aquel extranjero que con pelo en la cara disfrutaba de ese manjar. Tras el regreso al Hostel, hombres con caras y pies pintados aparecían desaliñados anunciando la próxima ceremonia gringa del chaman de lengua extranjera llegado a ciudad; yo desistía y de nuevo me formulaba nuevas preguntas en relación a todo aquello.

Así que lleno de curiosidad, me escapaba al día siguiente al Mercado de San Juan, en donde el pintor esculpía todo aquello que aquellas mentes vomitaban tras sus viajes personales en sus últimos suspiros Ayahuasqueros; en ellas aparecían caras deformadas, cuerpos desnudos y humanoides que se fundían entre la naturaleza; marcando una crueldad y una ansiedad que parecían dejar atrás las pinturas negras de Goya. Los acompañantes me hablaban del nuevo surrealismo y de la influencia de Dalí, tal vez no era una coincidencia mi nacionalidad y que ellos tuvieran ganas de hacer negocio..

Finalmente superada mi curiosidad me fui a tantear el Mercado de Nanay, mi llegada tras ver de reojo la amplitud del Amazonas, se limitó a decir; Un sábado y un maduro frito por favor, al momento que esperaba que los mosquitos de nuevo cubrieran mis piernas… tal vez era una necesidad de recuerdo de los días anteriores, tal vez era una regresión…
 
 

jueves, 14 de marzo de 2013


Pacaya, en la selva

Llegamos a ella esquivando aquellas ramas que danzaban al son de su propia muerte, relegándose así al paso de un agua que nutria de vida cada una de aquellas comunidades indígenas.

Ahora mientras el oso perezoso descansaba en lo alto, como muñeco de trapo mojado de alcohol; nosotros nos íbamos adentrando a un mundo en donde las lianas caían como pelos despiadados dando movimiento a unos monos que tropezaban entre las mismas en búsqueda del alimento deseado. Nosotros alzábamos nuestro brazo con fruta en mano esperando su respuesta, mientras cubríamos nuestro miedo con machetes que escondían nuestra propia ignorancia por el desconocimiento del hábitat que pisábamos.

Era uno de esos momentos en que te das cuenta de la inseguridad humana; del miedo a conocer algo nuevo, del miedo a la incertidumbre, del miedo a perder la rutina y sentirnos desorientados, del miedo al cambio…así que mientras extendíamos un brazo de confianza abierto a conocer guardábamos el otro con puño afilado, el cual respondía muchas veces inútilmente anulando un pensamiento genuino.

Tras aquel intercambio de necesidades entre los monos y nosotros, caracterizado por la falta de comida en unos y de cariño en otros, nos seguimos adentrando a la selva.

Por el camino se cruzaron; peludas tarántulas, sapos en búsqueda de príncipes azules, ratones silvestres, mariposas de colores envidiables, pájaros que extendían su plumaje coquetamente y todo tipo de insectos desaliñados que aceleraban nuestro paso por aquel laberinto de frondosos verdes y pequeños barrizales.

Tras desestimar la búsqueda del jaguar, pues la aguas estaban muy crecidas y teniendo en cuenta que estaba empezando a anochecer, tomamos de nuevo el bote y nos dirigimos a un lago, allí en donde el caimán empezaría su recolecta de manjar entre aves y sapos despistados

A medida que fue anocheciendo el sonido de los grillos y las cigarras empezaron a atormentar nuestros oídos, al momento que nuestras fosas nasales parecían bloquearse por un fuerte olor que emergía de ese lago en donde aparte de caimanes, parecía estar colonizado por pirañas y peces gato ansiosos de carne fresca.

De nuevo el miedo se apoderaba de nosotros, tomando así con firmeza nuestro machete. Tal vez por el recuerdo de las viejas leyendas que nos habían contado esa misma tarde; en donde aquellos delfines rosas con los que nos habíamos bañado por el río Ucayali se convertían en humanoides que te abducían al fondo del mar pasada la noche. Así que como hijos de Stanley Kubrick  y sonido real de fondo, veíamos como se extendían nuestros guiones por nuestra ardua cabeza.

Pero finalmente llegó el momento en que los ojos del caimán se vieron enrojecidos por nuestra fuente de luz y tal vez fue allí cuando despertamos.  Ahora el cielo se ilumino de estrellas que se vieron reflejadas en vida por aquellos pequeños insectos que reposaban encima de las Victorias Regias.

Fue allí en donde emprendimos nuestro silencioso viaje de vuelta guiados por la Cruz el Sur; tal vez fue un sueño, una realidad o la Ayahuasca, todo depende de cada uno…pero la verdad es que todo lo llevamos dentro, sólo falta abrir los ojos sin miedo, para poderlo ver….
 

martes, 12 de marzo de 2013



Dos días navegando por el Marañón, sintiendo su presencia

De repente aquella tela azul se empezó a levantar lentamente; yo tumbado en mi hamaca miraba a mí alrededor esperando el cierre de luces, tal vez por vergüenza a mostrarme frente a ella, tal vez por miedo a que alguna lagrima pudiera delatar mi fragilidad o mejor dicho mi humilde humanidad de la cual pensaba que aún era participe.

En cambio ella, sin miedo a nada, acostumbrada a mostrarse como era; se presentaba tranquila y relajada. Se mostraba cargada de dulce fruta por arriba y salada por allí en donde el agua nos separaba. Pero así que el tiempo iba pasando, estúpidamente, la paz que me producía todo aquello me imposibilitaba al mismo momento el poder aguantar su mirada.

Así que uno sensación de angustia se apoderaba de mí, la cual sólo parecía ser ahuyentada mediante la búsqueda de conversaciones con cada uno de aquellos que me acompañaban en ese espectáculo nacido de lo que nunca uno vio nacer; unas conversaciones que sin faltar al respeto, saltaban a escondidas al guiño del movimiento de mi cabeza hacia atrás.

En otros momentos el alejamiento se veía traducido al golpe de aquella sirena que avisaba el momento en el que el puchero de madera alejaba el ruido del estómago, un ruido que parecía venir más de los propios nervios que del propio hambre inventado.

Así que de nuevo y sin ser orgulloso de ello, mi tranquilidad parecía ser más llevadora a partir del propio bullicio necesario para sentir ese no sé qué, que aún no conseguido darle nombre.

Ella en cambio permanecía inmóvil sin hacer ruido alguno, hasta que finalmente se fue alejando en la oscuridad; mis luces en cambio permanecieron abiertas y tal vez un nuevo espectáculo de farsa y comedia aparecería frente a ella. Un espectáculo con palabras de un diccionario que si vimos nacer.

Así que ahora sentía la necesidad de observar todo aquello como espectador, para conocer realmente como era vivir dentro de ella, tal vez así podría aprender nuevas formas de ver la vida; tal vez Pacaya tenía muchas cosas nuevas que mostrarme…


miércoles, 6 de marzo de 2013

Yurimaguas, a las puertas del Amazonas.
Me levanté por la mañana y al echar un vistazo por la ventana de la habitación me di cuenta que lo de ayer por la noche no había sido un sueño; así que salí corriendo de la habitación entre tropezones absurdos y le pregunté al buen hombre que con gorra de visera somnífera descansaba sentado en la otra punta del pasillo. - ¿Qué rio es este?
Pues usted se encuentra en Yurimaguas, en la región de Loreto y este es el río Huallago. Le recomiendo que baje al mercado a comprar una hamaca junto a unos cuantos litros de agua y se dirija al pequeño muelle; de allí sale una embarcación que durante dos o tres días le llevará a través del Río Marañón hasta llegar a Nauta, en donde el Rio Ucayali se junta con el mismo y forman el llamado Amazonas.. tan taratan tan… las notas de la canción It’s my life de The Animals me venían en mente y salía corriendo del hostel mientras cantaba con fuerza “It's my life and I'll do what I want!!!
De fondo seguía escuchando al buen hombre como me decía; perdoné, pero recuerde que una vez en Nauta no debe irse directamente a Iquitos, usted debe entrar a la Reserva Natural de Pacaya Samiria y quedarse unos días en la selva, en donde podrá encontrar monos, delfines,..
Hola buenos días; quería un hamaca, una garrafa de cinco litros de agua, repelente para los mosquitos, papel de WC, unos paquetes de cigarrillos y una pequeña botella de whiskey,..ah! y una pastilla de jabón para lavar la ropa, que me voy de crucero y que aunque me voy sin camarote uno tiene que oler bien!!!
La mujer con cara de resignación supongo que pensaba; otro emocionado de la vida con el tema Amazonas.. Pero yo ni corto ni perezoso salí con sonrisa orgullosa de la tienda y tras dejar el mercado me llene de energía con uno de esos menús de poco más de un euro que te hacían sudar la gota gorda a base de caldo de gallina y churrasco con arroz; tomando así consciencia que me esperaban unos cuentos días comiendo arroz con pollo y yuca.
Ahora ya más relajado y con Cusqueña fresquita en mano esperaba en el balcón del hostel que mi ropa se secara, mientras imaginaba la aventura que me esperaba en los próximos días.
Me sabia mal perder el contacto con ustedes por varios días, pero al llegar a tierra comunicada, esperaba tener nuevas historias para contarles…
.. tan taratan tan… It's my life and I'll do what I want



lunes, 4 de marzo de 2013


Huanchaco, playas de Trujillo

Como podéis imaginar, después de unos días rodeados de calles con nombre, necesitaba un poco de relax para olvidar cualquier Plaza de Armas o vestigio histórico con el que pensar. Así que me dirigí a Trujillo, allí tras el grito de nuevos voceadores cargue mi equipaje a la voz de un sitio llamado Huanchaco.
Ahora me encontraba de nuevo sólo frente al mar, en donde una silueta femenina acariciada por rastas, ondeaba sus pensamientos tras el paso de aquel perro despistado que aullaba a gritos sordos ser querido por alguien.

Tras ese llamado sunset rojizo que se iba perdiendo bajo el horizonte del mar, esas ligeras ropas de color blanco parecían ser sopladas por un aire tímido que sin roce alguno no levantaban más que la propia imaginación de uno mismo. Era una de esas imágenes que tantas veces has visto, era uno de esos momentos que siempre te gustaría acariciar; pero acariciar sin tacto alguno, por miedo a que ello hiciera perder la belleza de aquel suspiro de sutileza humana.

Yo desde aquí mismo podía oler cada uno de aquellos movimientos y por respeto a los mismos no me di ni el permiso a fotografiarlos, pues la belleza es belleza cuando se siente y la mirada de la misma al cabo de unos días se hubiera convertido en una perpetua insensualidad sin nombre alguno por aquel que escribe en estos momentos.

Como he comentado muchas veces, en este viaje me daba cuenta que más que las cosas, lo que importaba eran las personas, pero incluso aquellas que pasaban frente de ti de forma anónima, pues las mismas me ayudaban a escribir el momento que estaba viviendo. Es bien cierto que si mi llegada a esa playa en donde ahora escribía estas palabras se hubiera demorado unas horas, muy posiblemente lo que hubiera vivido hubiera sido totalmente diferente.

Al día siguiente volví al mismo sitio; el mar me seguía acompañando, el sol empezaba a despedir el día, pero la brisa marcaba la ausencia de esos suaves ropajes que me habían hecho soñar…tal vez había llegado tarde a un encuentro sin cita alguna.

Nuevamente me decía a mí mismo; no pierdas el tiempo esperando nada, ves a por ello…porque aunque el mañana siempre llega, no te sonríe siempre igual…


sábado, 2 de marzo de 2013


De Miraflores a la ciudad de los Muertos, del smog al sentido de la vida

El smog era visible desde cada una de aquellas partes de la ciudad que me prestaban asiento; desde los largos parques verdes de Miraflores que tomaban descanso allí en Larcomar hasta las nostálgicas estancias de tiempos pasados que tomaban como insignia la diversidad cultural y humana allí en Barranco. Desde las zonas verdes con virgen por compañía en Surco hasta allí en donde el comunismo de consumo o tal vez el socialismo de mercado tomaba el nombre de Starbucks Coffee. Desde el céntrico Cordano, en donde recuperaba el placer de tomar un buen café después del almuerzo hasta…

Así que sin tolerar la espera del “nada”, me fui a la búsqueda de aquellos barrios en donde los llamados más pudientes compraban al mendigo su tranquilidad espiritual o bien su título de generosidad; pues tal vez allí el cielo tomaría el reflejo de la realidad humana, pues tal vez allí el cielo recuperaría su luz.

Tras acudir al salto de diversas combis capitaneadas por voceadores, pasaron frente de mi San Juan de Miraflores, Villa María del Triunfo y Nueva Esperanza; eran zonas habitadas por aquellos que en la búsqueda de nuevas oportunidades, tuvieron que dejar las tierras que los vieron nacer.

Ahora en Nueva Esperanza, con cielo despegado, la gente al salir de sus casas divisaba el segundo cementerio más grande del mundo. Era el cementerio de la Virgen de Lourdes, un cementerio cubierto por una tierra árida alejada del verde urbano visitado durante esos días, una tierra en donde las infraestructuras parecían llegar con retraso; pero una tierra que más que nunca era consciente que no hay vida sin muerte.

Tal vez por eso me encontraba tan bien allí; yo no era más que un nuevo inmigrante en búsqueda de nuevas oportunidades, yo no era más que un inmigrante que sentía la necesidad de vivir al máximo la vida, allí en donde el destino me recibiera…