Hasta pronto Valparaíso
Finalmente sacaste todo
aquello que llevabas dentro y esas viejas mesas de madera que sujetaban cada
uno de nuestros temores se convirtieron tras el anochecer, en fieles fuelles de
madera que en forma de diván compartido se encontraban bañados por el color de
nuestra propia transparencia. Una transparencia de líquido ebrio que se daba el
derecho a tomar una emoción llena de color, producto del reflejo de cada una de
las casas que nos acompañaban, Valparaíso.
Por el camino habíamos
andado sin ser vistos, bajo el sonido de viejos buques que tal vez restaban
inmóviles en el mar, bajo el sonido de campanas que tal vez partían de la
Iglesia de San Luís de Gonzaga, bajo el sonido tal vez de las cumbias de la
Compañía Malonera de Boleros del Sindicato de Marineros.
Sí, tal vez si me subía a
cada uno de los cerros que me habían dado cobijo a lo largo de estos días podía
recordar; los cantos reivindicativos de los Porteños al son de Inti Illimani en
Parque Italia, las ebrias subidas por la tortuosa Litre, la "humilde"
casa de Pablo Neruda, los días dormidos bajo esterillas ajenas, la chorillana
en M J. Cruz, las olas de aquella visita relámpago a la poco emocional Viña de
Mar, los encuentros de personas desconocidas en Anibal Pinto a los cuales
agradecería para siempre su hospitalidad, las subidas al entrañable Trolebús,
el ascensor Concepción, a perros y gatos durmiendo cerca de mi,...
Así que ahora bajando por
la Calle Ferrari, no podía creer como alguien podía escribir tras vírgenes
paredes, que las emociones eran cortas y que los recuerdos eran largos; pues yo
ahora sólo "tal vez" recordaba y en cambio tenia claro lo que sentía.
Así que ebrio de
incredulidad subí corriendo hacia el cerro Panteón para dar "fe" de
ello. Allí me esperaba el Cementerio de los DIsidentes, al menos ahora me
sentiría más acompañado, junto aquellos que según parece un día no creyeron con
lo que se les impuso, al momento que yo seguía teniendo claro lo que sentía sin
necesitar del recuerdo.
Dos personas se miran...