jueves, 30 de mayo de 2013

Potosí, ese estruendo…

Llegue allí en donde años atrás las damas brillaban de pedrería, diamantes, rubíes y perlas, y los caballeros ostentaban finísimos paños bordados de Holanda. Ahora según palabras ajenas, aquella sociedad potosina de ostentación y despilfarro, sólo había dejado a Bolivia las ruinas de sus iglesias y palacios, y ocho millones de cadáveres de indios.

Así que con cierta vergüenza ajena producto de la nacionalidad que marcaba mi pasaporte, me adentre a esa ciudad con la cabeza baja.

Estaba posiblemente en la ciudad que había dado más al mundo y que menos tenía. Estaba en la ciudad en donde los pintores indígenas de la época no podían firmar sus cuadros por no ser cristianos. Estaba en la las ciudad en donde se había encuñado más monedas de plata con el sudor y la sangre de los indígenas; sí, gracias a esa huaca sagrada que los indígenas conocían desde muy antiguo y que no se podía tocar, pero que tras el soplo de Diego Huallpa los españoles se encargaron de dejarlo como un queso de gruyere.

Pero la gente de aquellas frías tierras seguía para adelante y sin recelo alguno seguía luchando para restaurar esas más de treinta iglesias y casonas coloniales que se encontraban repartidas por esas calles de piedras. Incluso me daban la oportunidad de entrar en la casa de la moneda, en donde aún olía al látigo de cuero que el español emprendía con la misma fuerza tanto a las mulas como a indígenas; la cuestión era dejar constancia de esas dos columnas de Hércules con su “Plus Ultra” por excelencia en cualquier trozo de metal. Sí, esas columnas de Hércules que tras el ondeo de esos lazos se convirtieron en el símbolo del Dólar.

Finalmente tras dejar atrás la imagen de ese Mascarón que coronaba la entrada de la casa y que posiblemente simulaba una burla a la codicia española, me adentre entre aquellas calles de Quijarro y Sucre, cada una de las cuales me llevaba a bellas iglesias cargadas de un barroquismo arduo, pero en el fondo, en el alto de las mismas, unas tristes luces iluminaban algo cargado de singularidad, era el llamado Sumaj Orcko o Cerro Rico.

Pues tal vez tenía que subir hasta allí arriba para conocer la otra realidad de Potosí y con ello confirmar o no aquellas palabras que dicen que las regiones hoy día más signadas por el desarrollo y la pobreza son aquellas que en pasado tuvieron unos lazos más estrechos con la metrópoli.


Quería ponerme un casco y con luz de frente adentrarme a ese nuevo mundo subterráneo…






lunes, 27 de mayo de 2013

Oh Tarija!!

Un nuevo soplo de aire fresco allí en el Departamento de Tarija, en donde un clima Mediterráneo me aguardaba una sonrisa tras bellos rostros de tez morena. Había pasado más de un mes tras la vista de aquellas primeras etiquetas pegadas a una botella en donde se podía leer su nombre y finalmente había llegado el momento de poderme pasear entre viñedos al momento que cazaba ese paladar áspero entre catas por el Valle de Concepción.

Producciones artesanales, industriales, orgánicas, con pesticidas; cada una de ellas relataban viejas historias tras la sombra de esa bóveda de piedra que aguardaba viejas barricas en donde al cabo de unos meses unos podrían dar impulso a esa felicidad que imperaba en esa zona.

En pocos días lo saludos de amistad aumentaban por la calles y la luz y el color parecían tomar el aroma de esa frutilla tan ausente en esos últimos meses. A la entrada al mercado, Karina me festejaba con un rico plato de albóndigas que veía aumentado con un plato de sopa tras el guiño de aquella joven que buscaba solución a mi flaco cuerpo.

Mientras, las historias de Julián dejaban entrever su devoción por la música flamenca, al momento que tatareaba entre armónicos vocales las pinzadas de Paco de Lucía; el sueño de España le parecía lejos y mientras mataba su ansiedad con breves escapadas a Salta en dónde la chacarera parecía dar aliento a su creatividad. Matías en cambio no había salido de Bolivia, pero estaba feliz tras esa visita fugaz a Tarija en donde el abrazo de sus nietos dejaba entrever su emocionalidad entre pequeñas hojas de coca que no dejaba de masticar.

Entre charlas y copas de vino aparecían nuevas clases de inglés de aquellos que me acompañaban esos días, que parecían facilitar mis posibles salidas laborables que se avecinaban. Pues como siempre todo pasa por algo y la anunciación de un posible cambio de ruta venía caracterizada por los últimos encuentros.

Y al llegar al hostel, la pequeña Mari Luz siempre me esperaba con ese puzle de madera en donde las letras del Abecedario aparecían tras esos dibujos de animales que recitábamos tras la sonrisa de su madre; ella nos miraba sonrojada tras esa cortina y puerta de entrada a ese humilde pero feliz hogar.

Pero siempre tendría aquellos momentos de mi propia singularidad individual, en donde me recompensaba con una escapada a esas Waterfalls de Coimata en donde podría hacer un nuevo guiño a esa naturaleza que tanto me había acompañado durante los últimos días. Pues uno siempre recuerda a aquellos que siempre le han ofrecido sin recompensa alguna.


La verdad es que a muchos de vosotros no os veo ahora, pero quiero que sepáis que sigo recordando todo lo que me ofrecisteis…


viernes, 24 de mayo de 2013


Paz emocional en Tupiza

Tras la trilogía de Salar, parecía estar exhausto de tanta emocionalidad, así que necesitaba pasar unos días de tranquilidad allí en donde no tuviera que enfrentarme a la transcripción de todos aquellos mensajes que me ofrecía la naturaleza.

El próximo destino tomo el nombre de Tupiza, allí en donde el Gran Cañón del Colorado parecía tomar una alianza con ese estado que tanto había estado ultrajado por manos capitalistas; tal vez mi discurso entorno a la América Latina se estaba consagrando tras la lectura de esas venas abiertas de Galeano y mi pensar no parecía encontrar significado en cuanto a tanta desigualdad social en un mismo contexto natural.

Tal vez en ese Cañón del Duende tendría que poner a prueba mi orientación por la falta de estacas comerciales que agujereasen aquellas rojas tierras, pero asimismo la sensación de virginidad de las mismas la hacía más auténtica y ello me permitía expresar mi libertad más que nunca.

En ese cañón podría chillar y danzar alrededor de mi propia sombra sin miedo a nada; las palabras retumbaban en mis oídos -”baila como si nadie te estuviera mirando”-, al momento que aquellos cactus tomaban la forma de siluetas femeninas con quien tomar sin hacerse daño.

Recuerdo bajando por esas pendientes arenosas con la intención de dar freno a mis impulsos tras el apoyo con aquellos elementos punzantes, pues los mismos tras ese verde vivaz aclamaban ser no menospreciados por aquellos que se limitaban a observarlos como fuentes de agua de subsistencia. Yo me acercaba a ellos y oprimía mi pulgar con la intención de sentir el “dolor”, pues a veces necesitamos sentir que estamos vivos, pues aunque hay dolores que matan los amores nunca mueren.

Pues tras el dolor, seguiría pensando que siempre estarían allí aquellos verdes matorrales que me darían cobijo para seguir soñando;  pues sin embargo cuando duermo sin ti, contigo sueño.

A la llegada de la noche, el dolor de aquel dedo que pedía solidaridad a esa menospreciada tierra me seguiría despertando de mis sueños, pero tal vez llegaba el momento de soñar con ese dolor de forma compartida.

Pero la verdad es que tampoco sé si cuando llegara el momento de soñar con el dolor de todas aquellas cosas materiales, necesitaría de nuevo buscar esas “siluetas punzantes” con que pinzar mis sentimientos.



martes, 21 de mayo de 2013


A la búsqueda de la Laguna Verde “¿esperanza?”

Uno se levanta de nuevo por la mañana tal vez en la búsqueda de esas oportunidades que el pasado día comentaba, uno se levanta de nuevo por la mañana y le dicen que hoy el fin del camino toma el nombre de la Laguna verde, la laguna de la esperanza.

Por unos momentos me pregunto si busco esperanza, pues la misma me transmite un símbolo de debilidad; me pregunto si es necesaria la esperanza cuando uno es fiel a lo que la vida le depara. ¿Pues quien busca esperanza no confía con su propio devenir? ¿Pues quien busca esperanza espera que aparezca lo que desea por medio de una fuerza mayor? ¿Pues porque es necesaria la esperanza?

Por unos momentos no entiendo nada y todo aquello que pasa en mi alrededor pasa por un igual; geisers, las siluetas de esas figuras de Dalí que reposan de forma dispar allí a varios metros de altura, esas llamas en búsqueda de alimento,… mi mente parece estar tan sólo en reto con aquella laguna verde que tarde o temprano aparecerá frente de mí, y antes de que llegue el momento me pregunto si estoy en deuda con la misma y tal vez me pregunto si espero algo de la misma.

Cuando esa Laguna Verde aparece frente de mí, en un ataque de egolatría giro la cabeza y me dirijo hasta allí en donde la naturaleza me permita ver quién soy yo mismo; pues esta será la única manera en que me vea de yo a yo y me pregunte que quiero ser, pues creo que uno puede llegar a ser lo que desea, sólo se debe pensar en que es lo que desea ser. A partir de aquí todo aquello que una piensa acaba sucediendo y la esperanza queda catapultada para aquellos que tienen miedo que tú puedas llegar a ser.

Así que dejad que sigan esperanzados en controlar vuestro devenir, pero ser vosotros más fieles a vuestros pensamientos, pues así nadie los podrá ultrajar.

Está claro que yo seguiré buscando nuevas oportunidades, pero esas oportunidades serán las mías. Y ahora frente a mi sombra estas palabras salen de mi boca:

Busca el fracaso en el pasado para ser feliz en el presente.
Busca el fracaso en el presente para ser feliz en el futuro.
Busca el fracaso en el futuro para seguir muerto.

Que listo eres mirando a tú alrededor!
Que listo eres frente a los demás!
¿Pero tú sabes quién eres?

Desgracias por comparativa llenan de orgullo tu ser.
Desgracias ajenas crean tu ser.

Sigue siendo gracias a los demás,
que la desgracia siempre encontraras.

Pero piensa que en un futuro tu vida habrás matado,
gracias al miedo a la felicidad

Tras una sal sin mar, un marrón con tierra, el tercer día apareció ese verde por verde; o tal vez ese verde por uno mismo. 


domingo, 19 de mayo de 2013


Del Puerto de Chivica a la Laguna Colorada

Me desperté allí en Puerto de Chivica en donde el humo de los coches se mezclaba con el vapor que desprendían nuestros calientes cuerpos; en el horizonte siluetas de regias vicuñas veía pasar a la orilla de esas nubes blancas que ayer tomaron la tierra y que poco a poco abandonaban nuestro camino. Ahora el paisaje parecía tomar tímidamente el color de la esperanza entre pequeños brotes de esa molsa que avecinaba la llegada de lagunas en donde el agua podría dar vida a aquellos que no se encontraban en el cielo. Era como si ese pequeño camino nos marcará el ciclo de la vida; pues ahora deformadas rocas marrones parecían tomar vida de forma simbólica allí en el pie del volcán de Ollague.

Esas mismas rocas impregnadas de verde nos abrirían las puertas a la Laguna Chapata y Hedionda en donde la majestuosidad del flamenco con sus sigilosos pasos anunciaba la llegada de la existencia de vida en esta tierra; sí, ese flamenco que vuela, ese flamenco que se avalancha al agua, ese flamenco que rescata su presa y sigue su rumbo unos metros más adelante buscando nuevos objetivos. Ese flamenco que nos marcaba con ligeras pinceladas el devenir de nuestras vidas; esa búsqueda de objetivos, esa espera, ese alcance y de nuevo llegaba el momento en que ese círculo tomaba sentido para aquel que sentía seguir viviendo.

Tras el paso de esa anunciación, las montañas se volvieron coloradas y como pequeños meteoritos descuartizados aparecieron; eran nuevas rocas rojas la sombra de las cuáles parecían transmitir nuevos mensajes a nuestro paso.

Una de esas rojas rocas, tras el reflejo de ese sol que parecía huir en el horizonte, tomaba la forma de un árbol, sí tal vez era el árbol de la vida; un árbol que parecía fosilizado tras nuestra vista, pero que al mismo momento parecía transmitir más vida que la naturaleza encrucijada de las ciudades que había visto pasar.
Fue al cabo de unos pocos kilómetros cuando todo tomo sentido, pues una inmensa laguna colorada tomaba en su orilla esos mismos brotes de esperanza que había visto esa misma mañana, ahora algunos de ellos ya se veían iluminados por un amarillo brillante; en el centro la savia de aquel árbol de la vida yacía allí inmóvil alimentando toda aquella representación simbólica.

Sí, esa agua colorada representaba la savia de aquel árbol que kilómetros vimos nacer, ese árbol que representaba la vida estática, esa vida que tomaba el movimiento tras la alianza con aquellos flamencos colorados que nos representaban; ellos al igual que nosotros tomaban y dejaban pasar aquellas oportunidades que aparecían en esas aguas o para nosotros en esas tierras.

Pues yo también seguiría buscando esas nuevas oportunidades que alcanzar, la primera de ellas tal vez aparecería tras unas pocas horas de sueño compartido.

Tras una sal sin mar, el segundo día apareció ese marrón con tierra…






miércoles, 15 de mayo de 2013


Del cementerio de Trenes al Salar de Uyuni

Entre calles polvorientas aparecen hierros oxidados pintados bajo el emblema patriótico de aquellos que visitan aquel camino férreo que conduce a Ollague. Anclajes carcomidos tras el plano de secas montañas me ofrecen un frio escenario que se entrega a los rayos de sol que resecan ese camino tras la vista a espaldas de Chile.

Pero las ruedas del automóvil parecen proseguir a la búsqueda de un nuevo destino y el negro caucho parece encontrar su sentido en el momento en que ve marcada su singularidad tras la pérdida de la tierra cómo sostén de su propio peso. Ahora un cielo sin nubes nos abraza, pues las mismas parecen yacer en el suelo, con un blanco ligero que nos aparta de la realidad en la búsqueda de esa eternidad soñada.
Unas nubes blancas que forman hexágonos agrietados con pequeñas coagulaciones que se juntan para formar pequeños grupos que se vuelven densos allí en donde el agua vuelve para visitarlos; al momento que los mismos se permiten descansar a nuestra ladera mientras  se ven ultrajados por líneas lisas de autos que ven pasar.

Ese blanco desierto se ve acompañado por aquella tierra que algún día acariciaba sus olas y que ahora toma el nombre de la Isla de Pescado, en donde áridos cactus reposan a la espera del faro iluminado por el cual algún día se quisieron hacer pasar. Ellos se tuercen y miran a esas rocas con espinas clavadas que aliadas a su entorno daban reposo a aquellos pescadores que buscaban alimento sin suelo blanco para compartir; ahora tal vez sólo esperan dar más sentido a su vida que el propio de ofrecer una pura silueta para una foto a ofrecer.

La inversión parece tomar sentido en aquella tierra; me estremezco frente al suelo blanco helado y mis ojos se queman tras el reflejo de esos iluminados brotes de sal que se reflejan en mi cara y que me calientan tras unas montañas que nunca vieron nevar y que ahora miran como espectadores lo que podrían llegar a ser unos metros arriba.

Pues tal vez las nubes se permitieron el lujo de bajar a la tierra, mientras que las montañas resistirían como esclavas de los humanos, para que los mismos se vieran acompañados de aquel que aguarda el viento abierto; pues la naturaleza siempre estaría allí para servirnos, aunque nosotros no siempre la tratáramos de la misma manera.

Tal vez de nuevo muchas locuras o palabras si sentido florecen en este discurso, pero supongo que es la única manera de dar a entender la cantidad de imágenes y sensaciones que uno puede obtener tras la vista de esta puerta abierta a todo el mundo; simplemente es una manera de intentar transportar la dificultad de poner palabras a las sensaciones y como las mismas se pueden volver incongruentes de forma individual, pero feliz me quedo cuando las mismas tienen sentido en un conjunto, al menos tras mi lectura….pues ellas me permiten recordar lo visto.

Espero con ello que cuando vuestros ojos vean lo mismo, el conjunto de incongruencias se vuelvan con sentido para vosotros mismos y cada una de estas pisadas de emociones recobre un momento que vosotros también podáis recordar.

A esa sal sin mar….


sábado, 11 de mayo de 2013


Sucre, y volvieron las recompensas en la ciudad blanca

De nuevo estaba yo sentado en esos bancos de madera de la Plaza 25 de Mayo, de esa llamada ciudad blanca de Bolivia, en donde los aromas de Andalucía se dejaban entrever entre azulejos y rojas buganvillas que florecían entre esos balcones de calles estrechas.

Un jugo de naranja me reconfortaba para poder emprender esa subida de la calle Grau que me llevaría hasta el Barrio de Recoleta, allí en donde un mirador con claustro abierto hacia al cielo, me mostraría esa ciudad entre inocentes balonazos de niños y artesanos con paño negro en los suelos.

Pero al momento que mi cuerpo intentaba abandonar ese banco de madera, un chico se acercó invitándome a participar en la grabación de un video. Se trataba de la grabación de un spot de concienciación ciudadana en relación al trato del turista por parte del ciudadano boliviano, que según parece el mismo se iba a difundir a nivel nacional por las diferentes cadenas del país.

Las cámaras, los intérpretes, los curiosos,…restaban impacientes a la espera de la filmación, pero según parece aquel que tenía que ocupar el papel de turista no había podido acudir a la cita.

Así que de repente mi subida por la Calle Grau se vería truncada por unas gafas de sol y una mochila que ambientaría el papel que iba a tomar por unas horas; bueno en realidad era el papel que estaba tomando desde hacía poco más de cinco meses. Con lo que posiblemente por la familiaridad con la situación, unas cuantas tomas ya fueron suficientes para inmortalizar mi paso por Sucre.

Allí se mezclaron audios y diferentes ángulos cuyo nombre nunca acabe de entender, al momento que pantallas reflectoras jugaban al son del falso posicionamiento de la luz solar.

El resultado final tendría que esperar unos días por cuestiones de edición y las ansias de verlo se diluían tras la recompensa de algunos pesos bolivianos por la faena hecha, los cuáles me ayudarían a alargar unos días más mi búsqueda de destino.

Curiosamente si miraba unas semanas atrás, ya me había empezado a percibir alguna recompensa tras el apoyo entre copas detrás de alguna barra de bar. Así que posiblemente me venía acechando una nueva señal; pues tal vez era momento de empezar a trabajar en cualquier sitio para poder seguir gozando de esta aventura.

Ahora tumbado en la cama podía leer;

“Pues tal vez nuestro destino no es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas”
 
 

jueves, 9 de mayo de 2013


De Quillacollo a Tarata; conociendo su cultura musical

El domingo me deje caer por el mercado de Quillacollo, en donde me vi sorprendido por la unión familiar que se vivía en esas calles; allí desde el más pequeño al más grande empuñaban su vaso de gelatina coronado por dulce crema, mientras danzaban al compás de esa orquestra que veneraba al señorial de los morenos. 

Yo tras sombra de toldo azul deleitaba un sábalo con maduro en esas mesas compartidas del mercado central, en donde cholitas de todas las edades preparaban todo tipo de manjares en cisternas metálicas de abasto familiar. Era momento de pensar en nuevas direcciones a tomar pues Cochabamba parecía quedarse atrás, así que el próximo destino sería la llamada cuna de los célebres o también conocida como la Villa de Madrid, Tarata. 

Tras llegar a Tarata, la sensación de paz parecía tomar forma y ese conjunto colonial ofrecía algo más que pequeñas historias que venían desde épocas de colonización a las anécdotas de la vida del Gral. Mariano Melgarejo. Así pues tal vez aún existía la energía de los Aymaras y los Quechuas que habían habitado en esas tierras y ello se divisaba con claridad desde lo alto de aquel monte en donde tan sólo había espacio para el deleite del aroma de eucaliptus.

Así que con hoja verde en boca me deje caer de nuevo por esas calles y al entrar en uno de los bares, con el fin de dar respiro a esa sed producto de ese sol que repicaba sobre esa tierra árida; de golpe me vi acompañado por un conjunto de jóvenes valores musicales que recitaban canciones folclóricas bolivianas bañadas por aquella chicha que llevaría en su recuerdo el día siguiente.

Cantamos canciones de amor y desamor tras el paso de jarras y baldes de plástico llenos de ese líquido fermentado que nos hizo abrir felizmente cada uno de nuestras pequeñas historias. Se trataba como de un contrato de amistad a cueco de calabaza alzada entre aquel que quería conocer y aquel que se encontraba orgulloso de poder ofrecer su cultura.

En pocos días sentía como si la cultura y tradición boliviana se filtrara en mis pensares y la hospitalidad de la misma se vería traducida por un lecho en casa ajena que sería ofrecido como nuevo hogar para ocasiones venideras.

Ahora aquí tumbado, arropado en manta, me sentía feliz de poder pensar que había gente que seguía luchando por su cultura mientras mezclaban estrofas en castellano y quechua; pues los recelos de colonización quedaron muy atrás, pues ellos tenían una importante cultura propia que ofrecer a todo el mundo, pues era momento de escuchar y aprender más que nunca… Gracias Bolivia!!






domingo, 5 de mayo de 2013


Cochabamba, nuevas páginas para un viejo libro

Permanecíamos allí arriba tumbados en aquellas calientes piedras que bajo la atenta mirada del Cristo de la Concordia de Cochabamba nos daban un reposo merecido tras esa larga noche en que habíamos abierto múltiples páginas de cada una de nuestras vidas.

Unas páginas que habían corrido con la misma velocidad con la que ahora la brisa azotaba cada uno de nuestros rostros humedecidos por las suaves gotas que caían de ese cielo que tan sólo se cuidaba de iluminar aquella tranquila Avenida de las Heroínas de una sábado tarde.

Durante el día habíamos visitado aquel gran centro de comercio al aire libre que cubría cada una de aquellas calles que aun olían a esas mesas quemadas producto de esa última ofrenda del primer viernes de cada mes a la Pachamama. Esas mesas que humeaban frente casas cargadas de manzanas en búsqueda de amor, de uvas en búsqueda de suerte, de velas verdes, rojas y amarillas en búsqueda de dinero, pasión y prosperidad
.
A la vuelta sabíamos que al menos nos quedaría algún silpancho esperando en alguna de esas esquinas acompañado de nuevas Judas y Tiquiñas allí en esos bares de la calle España en donde mesas con velas para dos, escribirían nuevas páginas a nuestras vidas tras la banda sonora de viejos temas de los setenta que nos hacían recordar una vez más todo lo que habíamos recorrido.

Nos era fácil recordar ese pasado, pero cada una de las nuevas páginas que intentábamos escribir se volvían difusas, pues demasiados frentes se abrían frente de nosotros y tal vez la nueva vida que habíamos escogido vivir era todavía demasiado desconocida en nuestro pensar como saber si era la que buscábamos.

Pero yo era feliz, pues la sensación de cambio se apoderaba de nuevo en mí y la sensación de claridad fuese o no ficticia junto a ese otoño con olor a primavera me invitaba a conseguir todo aquello que esas ofrendas esperaban ofrecer a cada una de aquellas almas.

Así que ahora ya no subiría al monte en búsqueda de cristos a la espera de nuevas deudas que cubrir, sino que frente a ellos me daría la vuelta para ver más allá de lo que la vida me intentaba ofrecer; pues muchas veces todo está mucho más cerca de lo que creemos, pues tal vez todo es mucho más fácil de lo que creemos, pues tal vez no es necesario tanto tal vez…



miércoles, 1 de mayo de 2013


Samaipata, más que compartir

Tras dejar la Isla del Sol y Copacabana me fui acercando de nuevo a La Paz, mientras dejaba a mi izquierda ese lago Titicaca que restaba allí inmóvil tras el abordaje fotográfico de todos aquellos que no separaban los ojos de las ventanas de aquella movilidad.

Allí en la Paz me subí de inmediato dirección a Sta. Cruz, el próximo destino tomaba el nombre de Samaipata. Un trayecto de más de 16 horas en donde dormí al son de aquella cholita que parecía recitar todo el evangelio con el fin de buscar un fin de viaje que contar; al momento que me presentaba en forma de relato toda su vida. Sí, ese relato que llego a su fin en el momento en que esos fardos llenos de ropa se depositaron allí en donde una calle tomaba forma de mercado ambulante.

Ya me encontraba en Sta. Cruz y la vorágine de gente, edificios y muchos más me ahuyentaron a no perder más tiempo y cargar la mochila a ese paisaje que se abría allí en esas afueras, en donde el rojo de aquellos cerros y la verde vegetación me presentaban de nuevo a aquella Bolivia que no me dejaba de sorprender.

Podrían haber sido en Samaipata unos días de recuerdos históricos por allí en la Higuera en donde el Che dejo de estar de pie o bien me podría haber sacado unas bucólicas fotos allí en esa lavandería de Vallegrande que dio la vuelta al mundo. Tal vez también podría visitado aquel fuerte de las afueras de Samaipata mientras secaba mi cuerpo tras baños entre cascadas y grutas…pero la verdad es que fueron días de contacto humano con cada uno de aquellos que me acompañaban en aquella pequeña familia que se formó en aquel hostal que tomó el nombre de cada uno de nosotros.

Eran mañanas que se alargaban hasta el mediodía entre tazas de té y café, que se diluían con conversaciones con cada uno de aquellos paisanos que nos visitaban con ganas de compartir sus vidas pasadas en tierras latinoamericanas, junto con aquellos nuevos mochileros que según parece éramos nosotros y que también intentábamos aportar un retrato menos subjetivo de la tierra que nos vio nacer.

Tras la llegada del mediodía, parecía obligada una visita al mercado central en donde una sopa de albóndigas, un revuelto de hígado, un pollo con patatas,…no ayudarían a hacer base para aquella Paceña fría que tomábamos allí bajo la sombra de aquellas palmeras de la plaza del pueblo.

El anochecer se volvía musical; charangos, guitarras, melódicas y ukeleles seguían el ritmo de aquellos djembes, vasos, mesas y varios utensilios de cocina que tomaban una nueva forma de ver la vida tras el ritmo de cada uno de aquellos corazones que veían una nueva noche despertar.

Al final cada uno de aquellos velatorios perdía el aceite que le daba vida y el resumen del día se limitaba al olvido de las cosas materiales, al momento que me ayudaba a comprender el significado del nombre de Samaipata….un lugar de encuentro…

Y con todo ello, recordaba unas palabras de Kerouac…

Haremos de mundo nuestro hogar

De los desconocidos nuestros hermanos

Bailaremos, actuaremos, jugaremos

Y abrazaremos, todo por una sonrisa

Que no apaguen tus sueños

Se viene el cambio

 
Los que están suficientemente locos como para pensar que pueden cambiar el mundo, son los que lo hacen


Ahora yo también estaba en el camino...