lunes, 31 de marzo de 2014

Paréntesis en Costa Rica

Regresé para Costa Rica unos días, de nuevo me encontraba en Cahuita, allí donde uno se sentía como en casa. En la próxima semana se venían posibles cambios que me obligarían tal vez estacionarme en un sitio para unos meses; pues la posibilidad de ponerme al otro lado de la barra se acercaba, así que era momento de recuperar el relax nunca perdido y tomar fuerza para los meses de trabajo que se venían encima.

De nuevo se repetían los reencuentros y uno de ellos me quedaría marcado en cuanto a preguntarme cosas. Sí, ese hombre que había estado viajando durante más de diez años por todo el mundo y que de cualquier cosa que aparecía frente de sus ojos, te podía narrar una interesante historia. Pues como es normal había vivido de todo; desde la abducción amorosa  a través de la magia negra en África hasta ver aparecer el amor de forma mágica aunque fuese pasajera en Asia. Pero un buen día se dio cuenta que tal vez estaba sólo en un mundo que muy bien lo conocía a él mismo; así que todo aquello parecía una paradoja.

Un mundo que se había dejado conocer para no sentirse sólo, pero que tal vez le había dejado a solas entre una gran multitud de gente que sin ser anónima iba olvidando su nombre a la vuelta del último hostel visitado. Tal vez era como si anduviera sólo en una multitud de amores, entendidos los mismos como un sentimiento de cariño familiar que había sido cultivado gracias al respeto y costumbre a la otra persona. Tal vez se sentía como un caracol con caparazón transparente el cual se agrandaba con puntos cardinales sin nombre y en donde la masa de deseos cumplidos habían sido los únicos que le habían ayudado a querer y a quererse a sí mismo para no perderse.

Pues sin estar perdido podría dar nombre a esos puntos cardinales que tan bien conocía, pero tal vez llegó el momento que todo estaba allí fuera y dentro del mismo sólo quedaban pequeños recuerdos de un equipaje con el que un día partió y que se oponían a dar una fiel respuesta a quien era el mismo.

Así que ante tantas preguntas opté por dirigirme de nuevo al Parque Nacional del Cahuita allí en donde me podía permitir un paseo natural a cambio de unos colones colaborativos y en donde gracias a la cantidad de estímulos recibidos en forma de colores animales o vegetales uno podía pensar que aún le faltaba mucho para llegar a los diez años.

Mientras seguiría construyendo con lo que tenía a mí alrededor aquello que me gustará que formase parte de mi vida, el espíritu de Pippi se tomaba como mi nueva filosofía de vida.

Esos nueve kilómetros de caminata finalizaban con un nuevo rice and bens con queso compartido, allí en Boca Chica


Ein weiterer Tag Vorteil… un buen recuerdo de ese oso perezoso que acompañaría mi mochila.



jueves, 27 de marzo de 2014

En días de lluvia también aprendes

Tras una llegada animosa allí en Isla Bastimentos, los días se volvieron nublados y lluviosos, pero sin querer ni mucho menos hacer una simbología con mi estado de ánimo, pues las cosas me iban bien, sí que es cierto que a veces en días de lluvia uno debe reinventarse e intentar dar valor a cosas que tal vez le pasan por alto demasiado a menudo. Pues no nos queda otra que aprender a vivir con la lluvia; ya que nunca se sabe el agua que hay que caer antes no volvamos a ver la luz.

Curiosamente a menudo ante la imposibilidad de afrontar esa realidad que nos toca vivir en días de lluvia, uno se cierra en su mundo digital esperando poder vivir vidas que ahora uno no tiene la posibilidad de experimentar; el diálogo y la propia observación quedan cada vez más relegados a cualquier pantalla que con o sin lluvia nos muestra algo desconocido y así buscamos esa evasión del momento, el cual parece suavizar el tedio que se acaba viniendo encima.

Así que a día de hoy intento ir contra la marea de cabecitas computarizadas y me planteo hacer el ejercicio de quedarme tumbado en una hamaca mientras veo lo que hay frente de mi sin pantalla de plasma. Es como seguir preparándose para vivir cualquier situación; pues si conseguimos dar valor a algo que era insignificante para ayer, hoy habremos adquirido un nuevo aliado para seguir disfrutando de la vida.

Miro y veo gotas que caen encima de hojas de palmera que no dejan filtrar el agua y que obligan a que la misma se escurra entre sus pequeños tajos; pues me imagino a los Ngòbe-Buglé que residen a pocos minutos de donde me encuentro ahora, como un buen día pensaron en cómo dar tejado a sus viviendas circulares y es donde me doy cuenta que gracias a la observación puedes descubrir muchas más que cosas que a través de un prisma cónico de tres luces primarias.

Pero también me doy cuenta que me estoy engañando, de igual manera estoy imaginando sobre lo observado; así que sin pensarlo salgo a plena lluvia hacia la playa. Los terrenos se han vuelto pantanosos en esa selva tropical y entre deslizamientos inapropiados acabo rompiendo mis frágiles sandalias del último bazar que visité; opto por proseguir la aventura descalzo y centro toda mi observación sobre todo aquello que piso y tal vez siento o no con dolor en la planta de mis pies. Tal vez nunca había conocido de tan cerca ese micromundo que tenemos bajo los pies; la capacidad de sentir con él la suavidad, la aspereza, el frio, el calor, el dolor y el goce con una intensidad desconocida me hace pensar en cosas olvidadas. Así que me vuelvo a repetir a mismo que tal vez tantas comodidades y algodones que acorazan nuestro cuerpo nos acaban privando de valorar lo que tenemos a nuestro alrededor.

Al cabo de media hora pisando hierba, hojas, barro, insectos, excrementos, ramas, ... acabo sumergiéndome en esa agua salada para ayudar a cicatrizar las plantas de mis pies. Esas plantas de los pies que recuperan  sensaciones olvidadas y que  finalmente necesitan del alivio de esa agua dulce que sigue cayendo a borbotones.

Al regresar a esa casa diaria que sigue cambiando de lugar, veo que sigue lloviendo sobre mojado a pesar de que el sol apareciera en un último instante; esas cabecitas siguen inmersas en el computador hasta que yo finalmente también me doy unos minutos para mis escapismos y por suerte me dejan descubrir ese Heaven’s in Fire de Radio Dept quienes hablan también de ir en contra la marea.

Pues tal vez a veces tenemos que ir en contra la marea, cuando esta viene representada por la multitud de la gente; no hace falta observar siempre lo que hace la gente para saber qué camino proseguir, sino que tal vez mejor primero observar lo que podemos hacer nosotros con nuestro camino, aunque a veces parezca pantanoso.


Feliz porque empiezo a volver a vivir con la simpleza de la vida, al momento que empiezo a perder la noción del día en que vivo.





lunes, 24 de marzo de 2014

Isla Bastimentos; un nuevo paraíso.

Sin lugar a dudas, las hamacas colgadas que se divisaban desde lejos en ese embarcadero de Bastimentos dejaban entrever un sitio placentero en donde la vegetación existía sin tener en cuenta el ser humano.

Aún recuerdo ese primer día en que me fui alejando de aquellas elevadas casas de madera y me fui adentrando a ese bosque selvático que marcaba dirección a cualquier playa en que perderse.

A mi alrededor ese respeto hacia la naturaleza sofocante y a la vez claramente próxima que me cortaba la respiración. Concierto de animales invisibles se repetían a izquierda y derecha de mis oídos, al momento que yo avanzaba por ese estrecho camino hecho un pantanal por esa breve e intensa lluvia caribeña que anunciaba un cambio de luna y tal vez un cambio en mi ciclo. Sí, era esa misma lluvia caribeña que con canalón de uralita servía de buena mañana para rellenar aquellas botellas que nos darían sudor para purificar nuestra piel, para renovar mi piel.

Dentro de ese bosque los reflejos de sol se disipaban suavemente entre verdes hojas que se juntaban entre ellas creando un solo ser. Finalmente frente a la incertidumbre de esa masa o tal vez frente al miedo de aquel que deambula sólo por parajes desconocidos, agudicé mis oídos hasta que empecé a escuchar ese mar que sonaba con más fuerza, lo que señalaba que mi dirección era la adecuada. De golpe frente de mí se abría una playa deshumanizada, no por malo sino porque el propio humano por suerte aún no había tenido tiempo de bautizarla como propiedad a revertirla con su estilo de vida.

Me pasé horas allí intentando finalmente dejar hasta la misma agua del mar allí donde la había encontrado y sin poder desdibujar mis pasos invasores, me fui andando silenciosamente hasta Old Bank.

Allí una puesta de sol colectiva anunciaba el fin de un día que repetir; al momento que los jóvenes estudiantes con uniformes azules esperaban una lancha con vuelta a Isla Colón.

Una Isla Colon en la que me había hospedado los últimos dos días y en donde recordaría por una parte por esas biografías altruistas que habían dejado más que un plato de sopa por compartir y que no llenaban el pasado con fotos antiguas, sino con hechos que a más de uno le convertía en superviviente de ayudas sociales y por otra aquel muelle inventado del final de la calle principal. Un muelle que hacía las delicias de aquellos principiantes pescadores que con botella de plástico a hilo enredado acariciaban el rescate de un buen pescado mediante anzuelo de pechuga de pollo.


Pues según lo visto mediante anzuelos, viajes altruistas, mares deshumanizados, cambios de luna,… uno siente que su vida cambia cuando cambia de país.



jueves, 20 de marzo de 2014

Volver a empezar. Panamá

A pesar de que las cosas empezaban a tomar forma allí en el Caribe, sentía la necesidad de hacer un click de vuelta a empezar. No era malo el sitio, pero era como tener ganas de volver a sentir que empezaba el viaje con otro pie; así que tras repasar el cambio de Watzlawik me tomé un bus hacia Sixaola para allí pasarme a Panamá. Tal vez en pocos días regresaba a Costa Rica para compartir un carro, pero no podía esperar más; pues creo que si uno se queda encerrado en un mismo ambiente acaba perdiendo su energía.

Quien sabe, tal vez en mi vuelta en pocos días a Cosa Rica, encontraría ese lugar ficticio o jardín imaginario en donde poder encontrar un rincón que me perteneciera, pero está claro que el tiempo para quien espera es difícil de medir, así que se acabaron los relojes imaginarios para hoy.

Asimismo acababa perdiendo en el aire un billete de vuelta el cual posiblemente me estaba condicionando a ver las cosas de forma poco realista. Sí, curiosamente esos billetes de ida y vuelta que acaban condicionando lo que vas a hacer, son esos casos en que parece que pongas una fecha de caducidad a las cosas; aunque es cierto que a veces las fechas de caducidad no existen, pues cuando creas sentimientos estos perduran para siempre.

Ahora sí miraba hacia atrás podía pensar que tal vez no había aprovechado al máximo ese mes en Costa Rica y muchas cosas se habían escapado por el camino sin darme cuenta, pero como animal que se mueve por sensaciones me parecía que había ido a su encuentro en una fecha equivocada. Sí, tal vez yo y Costa Rica éramos como dos amantes que habíamos nacido bajo una estrella desafortunada.

Así que de nuevo era como si me encontrara en casa planeando y leyendo sobre el nuevo país que iba a visitar; era como si abriera la primera hoja de un libro que empezaría a escribir en el día de hoy.

Y a día de hoy esas primeras hojas empezaban con ese típico puente andante de madera que separaba esas dos banderas y en donde tras unas pequeñas trabas a la entrada finalmente podía llegar con un colectivo a la “portuaria” Almirante.


En Almirante una lancha me esperaba para acercarme a la Isla de Colón de Bocas de Toro. Panamá.



lunes, 17 de marzo de 2014

Caribe. Todos somos iguales

Al final acabamos dejando atrás Uvita, la verdad es que me quede con buenas sensaciones y con ellas apareció el primer trueque para más de dos meses. Se trataba de un trabajo relajado de veinte horas semanales a cambio de una cama y un plato de comida caliente de esa mamita italiana que no quería ver sufrir a sus huéspedes de hambre; pues tal vez como corroborarían mis viejos amigos de San José con los que me reencontraría unas horas más tarde, el color de mi piel subía al mismo ritmo con que la sombra de mi silueta parecía diluirse.

Pero finalmente frente a la oferta presentada decidí proseguir mi viaje, pues aún no conocía el aclamado Caribe, así que tras la visita fugaz por San José y poco más de un café en Puerto Limón, llegue a Cahuita. Por el camino y como si de una señal se tratara allí los ríos se hacían más largos y más anchos arrastrando grandes cantidades de material, hasta que parecían obstruirse aquellas desembocaduras en donde la arena oscura y una agua más salada les esperaba con los brazos abiertos. Yo de igual manera llegaba a esas tierras con hartos pensamientos que parecían obstruir mi cabeza y con los que luchaba por lidiar entre los rugidos de ese mar en donde uno podía encontrar sus respuestas.

Era una tierra en donde se hermanaba a los recién venidos, pues la misma desde años atrás había servido de cobijo a los africanos llegados ya fuese por la construcción del ferrocarril o por la explotación de las plantaciones bananeras; pues tal vez es por ello que ante la mágica pregunta de pensar si se sentía feliz o no uno, se acababa derivando hacia la idea de que al menos uno no se sentía sólo.

Casas de estilo victoriano construidas en madera sobre pilares para evitar la inundación en mi caso de pensamientos se levantaban con colores llamativos y eso facilitaba una nueva concepción de felicidad que tal vez me inventaba para pensar que la conseguía; no me podía permitir convertirme en un noticiero cantando mediante el Calypso, pero al menos me quedaban las palabras para desfogarme. Así pues me encontraba a la par de esos negros que antaño se les prohibía la posibilidad de hablar entre ellos y que utilizaban la música para lanzarse mensajes de amor, de lucha y sueños, yo seguiría lanzando palabras escritas de lo que me costaba expresar a viva voz. Pues sigo pensando que uno tiene que abrirse sin reservas para poder reflectar sus problemas; pues sólo la visión a través de mucho dolor te puede llevar a la felicidad.


Así que feliz de empezar a encontrar mi sitio me acababa mezclando entre sus formas de arte para acabar compartiendo un rice and beans con leche de coco y esas empanadas de piña o banano que anunciaban el final de una rica comida compartida. Me quedaba claramente con su idea de rechazo al materialismo y la idea de unidad y solidaridad, aunque dejaba de lado el ganjah como mi forma de escapismo.



viernes, 14 de marzo de 2014

Uvita. Día especial

Mi viaje prosiguió en la búsqueda de que esas pequeñas realidades se convirtieran en hechos irrenunciables, pues tal vez estaba harto de bonitas palabras y promesas tras postales hechas al gusto de la sensibilidad visual. Me sentía como aquel animal que busca el celo como algo más que una sensación olfativa, necesitaba algo más con lo que ocupar mis instintos sensitivos, quería entrar en ese territorio desconocido y respirar, ver, tocar, oler e oír su aire fresco; pues tal vez en ese momento vivir en una rutina dentro de una diversidad desconocida me transformaba en un esquimal pescando truchas en el desierto.

Era un desierto silencioso despertado sólo por el bramar del olor del mar que hoy tomaba la forma de la cola de una ballena, la cual separaba esas dos bahías de Uvita; unas bahías que tal vez sin verse se sentían siempre juntas gracias a esa agua con sal que las unía por mar y a esos cocoteros y manglares que las unía por tierra.

Una mar que me hacía sentir vivo y unos manglares que me protegían de la erosión que el viento y las olas pudieran provocar en ese negro cuerpo esculpido por ráfagas de salitre pegado; pues siempre hay algo que se queda contigo por muy lejos que estés de quien te hizo vivir.

Unos manglares que se permitían darme la bienvenida al momento que yo avanzaba tras esos cortos y rápidos pasos de niño chiquillo, evitando así el dolor de un suelo que ardía bajo las plantas de mis pies. Asimismo esos manglares también retorcían sus brazos con dolor al tener que escupir esa sal que los invadía; pues tal vez cuando hay amor hacia algo nadie gana, pues tal vez los dos somos unos supervivientes de lo que queremos vivir o de donde nos toca vivir.

Así que mientras iba deslizando mi retina por esos parajes para poder pintar con letras lo que mis ojos veían, sentía que en días como hoy se pueden sentir más cosas.

Pues aunque estemos lejos siempre nos sentiremos juntos, ya que algo siempre se queda contigo de quien te dio la vida; pues no hay dolor o amor inventado, sino que somos supervivientes de lo que queremos vivir en cada momento. Es por esto que nos queremos, gracias madre por haber nacido; hoy es tu cumpleaños.

No más palabras para hoy, pues nunca la búsqueda de esa nueva tierra podrá ocupar el espacio de cualquier madre.

Amén…sin palabra de Dios.

Mi cuerpo negro desnudo sigue saliendo del agua con tu salitre pegado…

Tu mar, tu manglar, tu madre

Tu vida, tu protección, tu todo





martes, 11 de marzo de 2014

Sometimes… a veces uno no encuentra lo que busca

Ese día me levanté de buena mañana, recordaba que había llegado a un sitio nuevo a altas horas de la noche. Así que me baje directo hacia la recepción para ver si tenía algún tipo de almuerzo incluido; entonces fue cuando me encontré con la sorpresa de que la recepcionista sólo hablaba inglés, así como todos los que me rodeaban esa mañana.

Así que tal vez un poco asustado regresé corriendo hacia la habitación, para verificar si había algún sello de salida en mí pasaporte, pues tal vez había tenido una mala tarde y había cambiado de país… Del día anterior recordaba un apetitoso vigorón con Yuca compartido en alguna de aquellas sombrías paradas de bus; y a Elena y Rebeca, esas simpáticas chicas que parecían lanzarse a la noche de ese Lloret de Mar de Costa Rica llamado Jacó y que fueron un buen anzuelo para que nos levantaran en Auto Stop.

Pero finalmente al ver los anuncios de Tours que papeleaban aquellas paredes me di cuenta que no había cambiado de país, sino que tal vez el anglicismo estaba en auge y atacaba de nuevo cerca del Parque Nacional Manuel Antonio allí en Quepos.

Así que frente a la multitud de gente que parecía acudir en masa a ese Parque, me tomé el capricho de junto a quien ahora me llamaba parcero, de entrar y así poder conocer aquel llamado bosque tropical húmedo que parecía encontrarse atado a nuevos muros de prepago.

Los telescopios a lo largo de cualquier camino de piedras y madera señalizadas auguraban una aventura tal vez puesta a punto cada mañana al gusto del turista. Es cierto que las jaulas no existían, pero el ánimo de libertad de cada uno de aquellos tocayos que deambulaban con etiqueta tras flash exclamativo, parecía diluirse al mismo ritmo que un país parecía perder su esencia tras vender su propia imagen a un turismo influyente.

Pude divisar tucancillos, pelícanos, monos, pero las serpientes o las iguanas parecían ya haber escapado de las multitudes, al momento que el propio oso perezoso descansaba resignado en la copa de cualquier árbol, al haber perdido cualquier opción de integrarse en su propio hábitat tal vez inventado por otros.

La diversión vino en las bonitas playas de Espadilla o de los Gemelos; allí al menos uno podía ver como los mapaches intentaban recuperar su hábitat mientras burlaban a los bañistas hurgando en esas mochilas hechas a medida de lo que se acontecía en un bosque con entrada y salida prefijada.

Una vez más me faltaba algo con lo que sorprenderme; aun así las noches eran divertidas pues improve mi inglés tras compartir nuevas cervezas con amigos que se alegarían tras una nueva fecha de caducidad.


Y seguiremos buscando……



domingo, 9 de marzo de 2014

Playa Pelada. Bonita

Finalmente deje esa ciudad llena de costumbres y tradiciones llamada Liberia, quería encerrarme en esas “clínicas” llamadas Mar para poder sentir el abrigo de las presiones que a veces uno es incapaz de soportar; sí allí donde uno tal vez no tiene tiempo para castigarse con preguntas, allí donde a uno le gustaría pasar unos minutos cada día, allí donde a uno le gustaría pasar el resto de su vida, allí donde uno puede llegar a despistar incluso a su sombra…

Pues a menudo el deseo te exige avanzar y así es cuando uno renuncia hábilmente o no a la satisfacción inmediata. Era como una ida a un encuentro sin que el mismo pudiera parecer una fórmula de escapismo, sino que era una ida en búsqueda de ese sol al que a uno le hace crecer.

Hubo errores en ese camino por la Costa Norte del Pacífico, pero sabía que sólo gracias a los mismos podía aprender a tener éxito. Así que entre buses bidireccionales, autostops sin levantamiento de pierna e historias varias de ticos y ticas que compartían sus relatos de niñez pasé por playas como Tamarindo, Ostional, Guiones…

Pero un día tras la vuelta de Nosara Centro a donde solía ir cada mañana andando, pues a pesar de cuatro kilómetros comiendo polvo que tenía que aguantar tras pañuelo rojo debido a los gringuitos que vacilaban con acelerones estúpidos a cualquier jovencita tras vidrios tintados de 4x4; el trayecto me era correspondido con un comercio a precios asequibles.

Saliendo del comercio y con un clásico de saludos repetitivos a personas anónimas pero con gusto, me topé con José, un tico abanderado por la medicina natural y que se ofrecía llevarme de vuelta con su carro. Con el conocí a Somoza y la dureza de las montañas Nicaragüenses en épocas Sandinistas en donde milito en el frente y finalmente acabamos compartiendo fideos con esa salsa picante que te acababa dejando los labios ampliados de forma prominente. Pero lo más importante era que me llevaba de nuevo esa curiosidad de cruzar frontera y meterme de lleno en la cultura Nicaragüense, pues tal vez allí había mucho aun que contar.

Finalmente el convite acabo en Playa Pelada. Ahora estaba sólo en una playa solitaria en donde tal vez encontraba lo que estaba buscando. Pues sí, allí me puse a pensar que es donde me gustaría llevarte para hacerte feliz, piensa que allí uno puede llevar los sueños al mar y él siempre te los devolverá sin nada a cambio gracias a su bravo oleaje. Y piensa que si en algún momento necesitas hacer respirar tus sueños o te asusta esa inmensidad, siempre nos quedaran ese par de botes para darnos cobijo.

Sí, tal vez algún día tendremos que volver a la calle como dos ingenuos, pero aún recuerdo aquellos días que pasaste por mi vida; pues nunca fueron oscuras las canciones que pudieron sonar, pues yo las sentí y las sigo sintiendo como nunca.

A la vuelta un mail partido en tres de con quien me gustaría compartir esa playa me hace sonreír.
Bonita playa, bonito día…

No tengas miedo de fallar porque sólo a través de los errores puedes llegar donde quiere; pues todo pasa por algo.


Y Frida…






miércoles, 5 de marzo de 2014

Liberia, gran solución

Son las cinco de la mañana y mis oídos son alterados por el estadillo de las llamadas bombetas, las cuales anuncian el comienzo de una jornada en donde las espuelas, el pretal, la marimba, el trombón, el sudor, la imperial y la cornada toril con respeto mutuo se mezclan en las llamadas fiestas cívicas de esa ciudad blanca llamada Liberia.

Es fin de semana y después de aburrir el verde como carta de presentación, por fin me puedo mezclar entre tradiciones y costumbres de un pueblo que sale en masa para mostrar el arte del folclore pampero; grandes y pequeños repasan firmemente al calor del hierro inducido sus blusas y camisas de primer orden y con sombrero guanacasteco montan caballos que incluso se proponen taconear entre maderas hechas pistas de baile.

Pero llega un momento en que el silencio se hace a la calle y cada una de aquellas sillas improvisadas que dejaron por un día ser punto de orientación de cualquier playa de arena, dejan de inmutarse incluso por el fuerte viento que nos acecha; es el momento en que pasan frente nuestro la reina y las damas de honor. Rostro inmaculado con ojos rasgados y sinuosa cara pintada enardece la mirada de parecidos comensales que parecen clavar sus ojos a esos labios carnosos que se volvieron rosados tras cualquier tímido pellizco familiar de mejillas.

Aun extenuados por tal belleza montada a caballo, bajamos en batallón por las calles hasta llegar a ese redondel de madera cubierto por hojas, en donde los dientes rasgan arena sin masticar. Allí nos esperan los toros bravos a los que vacilamos con respeto por estar en una misma condición de muerte; pues a menudo ambos a cuatro patas nos escurrimos de los peligros que desbordan nuestra forma de ser, pues a menudo olvidamos que al igual que los animales nosotros también tenemos cuatro patas…

Y tras los últimos alardes de aquel que vanidosamente muestra sus alegorías frente al toro tras la vista puesta en rostro inmaculado, llega el momento del retiro animal tras cuerda suelta del sabanero montado a caballo. Un nuevo momento de silencio anuncia la aparición de ese toro cebú, que con carga humana retumba con fuerza para soltarse de aquel que lo posee antes no vuelva a morder el polvo. Un nuevo…


Sin darme cuenta de haber visto pasar el tiempo con la misma velocidad que las agujas de un reloj, veo que la arena se oscurece y la noche cae entre vino de coyol y aguardiente; los pasos hacia la casa se vuelven cada vez más torpes y menos danzantes. Momento en que recuerdo quien en días anteriores era capaz de danzar un sentimiento. Pues ahora le diría que lo hiciera, que bailara como si nadie la estuviera mirando; pues lo llevas dentro y eso te hace especial.



domingo, 2 de marzo de 2014

Monteverde. Pacífico o Caribe

Los coletazos de una vuelta avanzada se iban mermando allí arriba en el cerro de los Amigos, a donde había llegado tras esas cuestas empinadas que partían de esa gasolinera que separaba el camino entre Santa Elena y Monteverde.

Tal vez aquellas cuestas empinadas podrían simbolizar esa vida de escalones cada vez más altos con los que uno se familiariza en el momento de tomar decisiones, tal vez aquellas cuestas marcaban una longitud inventada…

Pero está claro que una vez allí arriba, me encontraba con el insistente dualismo de mirar a la izquierda o a la derecha, de mirar hacia el Pacífico o hacia el Caribe, de encontrar el calor como estación vivida de paso o prometerme vivir el calor continuo hasta que el frío no sólo apareciera sino que también existiera; si ese momento cuando no se ama ni lo que se celebra…

Así que finalmente baje por la misma senda sin poder tomar decisión alguna, pues cada una de las dos partes se encontraba inalcanzable en este momento. Y como aquella luz que se acerca y que se va mientras pierde el foco como pestañeo de asignación, fui perdiéndome por nuevos verdes separados por calle de arena hasta llegar a la reserva biológica de Monteverde. Sí, otra de aquellas reservas de naturaleza “libre”, tapiada bajo las columnas de Hércules de papel; pero una vez más sin que las cosas no nos sucedan por algo, mientras estaba sentado a las puertas del parque...

Parvada de colibrís cautivados con anzuelo de miel eran anulados de “libre” vuelo por la dulzura del manjar presentado; tal vez el volar pasaba a segundo plano en aquellos momentos a cambio de ese anónimo que podría ser una dulce invitación, tal vez es que uno puede seguir volando aunque no tenga alas..

Pero así que iba cayendo la luz solar y sin tener ahora que subir a ningún cerro Amigo, aparecía con más insistencia ese Pacífico que ahora sí que se veía rodeado por el golfo de Nicoya, las nubes parecían haber desaparecido por completo; o es que tal vez el sol se convertía en colibrí por la mañana para recoger el néctar de las frutas o es que tal vez el sol se convertía en colibrí por la noche para poder cortejar a la luna, pues tal vez esa era la única manera de encontrarse con ella.


Ahora me pregunto quién era sol y quien era luna, quien era el Pacífico y quien era el Caribe.. y lo más importante, donde iba yo…pues estaba en el medio.