Empecé a plantar un libro
mientras escribía mi nombre en un árbol, ahora sólo…
Tal vez por el recuerdo del
relato del profeta del Islam Mujámmad o bien por la recompensa en forma de
asado que se avecinaba al final de la jornada, me monte a esa furgoneta camino
a Poike. Durante ese día se llevaba a cabo la reforestación de esa zona poco
accesible al turista que se encontraba capitaneada por el único volcán de la
isla huérfano de mis pasos.
El hecho de poder plantar un
árbol en el ombligo del mundo le daba un carácter lleno orgullo a mi ser a
parte del hecho de que según la leyenda; cada vez que alguien tomara su fruto,
lo utilizara como sombra o se beneficiase del mismo, yo sería recompensado.
Pero la verdad que el acto fue sin búsqueda alguna de recompensa tardía, sino
que me vi más interesado por el hecho de recibir un trozo de carne caliente en
esa isla que se estaba convirtiendo en horas de comida, con el festival de los
sobres precocinados.
Así que me puse mi polera como
turban y empecé a remover esas tierras rojizas con el fin de dejar algo en vida
en esa isla que tal vez no volvería a pisar. Al final fueron más de seis los
árboles plantados, no por ansias de recompensa, sino que me di cuenta que la
sensación de estar aportando algo con vida a esa tierra que tanto me había dado
era lo mínimo que podía hacer en esos días en donde los estímulos sensitivos se
perdían por la imposibilidad de ser contabilizados.
Tras la plantada llego el
esperado asado, en donde la gula por acariciar de nuevo el gusto por ese costillar,
esas chuletas, esos chorizos,..acabó entregándome unas horas más tarde a unas
visitas más que regulares allí en donde los más relajados toman asiento para
leer la última crónica del día.
Supongo que la culpa era de uno
de esos lemas que había aprendido en ese viaje; come todo lo que puedas hoy
porque no sabes que vas a comer mañana…pero tal vez se me olvido que el Confort
también tenía un precio…
Tras llegar la tarde me acerqué a
mi acompañante de atardeceres, el Tahai; allí pensé que tal vez sólo me faltaba
escribir un libro, el cual podía empezar a tomar forma a partir del momento en
que lo que escribía aportara algo a alguien y por último tener un hijo…pero
según la leyenda teníamos los hijos para que nos cuiden cuando envejecemos o
bien para dejar nuestro legado en forma física…
A día de hoy no me permitía
pensar que algún día pudiera ser una carga pra alguien ni que una nueva mente
tomara mis palabras como consejos; así que sólo me quedaba seguir plantando
árboles mientras escribía pequeñas historias que me ayudaran a recordar lo que
un día viví, pues tal vez de mayor no tendría a nadie al lado para que me
explicará quien fui o que hice en esta vida.
Ahora sigo escribiendo…