miércoles, 28 de agosto de 2013

Empecé a plantar un libro mientras escribía mi nombre en un árbol, ahora sólo…

Tal vez por el recuerdo del relato del profeta del Islam Mujámmad o bien por la recompensa en forma de asado que se avecinaba al final de la jornada, me monte a esa furgoneta camino a Poike. Durante ese día se llevaba a cabo la reforestación de esa zona poco accesible al turista que se encontraba capitaneada por el único volcán de la isla huérfano de mis pasos.

El hecho de poder plantar un árbol en el ombligo del mundo le daba un carácter lleno orgullo a mi ser a parte del hecho de que según la leyenda; cada vez que alguien tomara su fruto, lo utilizara como sombra o se beneficiase del mismo, yo sería recompensado. Pero la verdad que el acto fue sin búsqueda alguna de recompensa tardía, sino que me vi más interesado por el hecho de recibir un trozo de carne caliente en esa isla que se estaba convirtiendo en horas de comida, con el festival de los sobres precocinados.

Así que me puse mi polera como turban y empecé a remover esas tierras rojizas con el fin de dejar algo en vida en esa isla que tal vez no volvería a pisar. Al final fueron más de seis los árboles plantados, no por ansias de recompensa, sino que me di cuenta que la sensación de estar aportando algo con vida a esa tierra que tanto me había dado era lo mínimo que podía hacer en esos días en donde los estímulos sensitivos se perdían por la imposibilidad de ser contabilizados.

Tras la plantada llego el esperado asado, en donde la gula por acariciar de nuevo el gusto por ese costillar, esas chuletas, esos chorizos,..acabó entregándome unas horas más tarde a unas visitas más que regulares allí en donde los más relajados toman asiento para leer la última crónica del día.

Supongo que la culpa era de uno de esos lemas que había aprendido en ese viaje; come todo lo que puedas hoy porque no sabes que vas a comer mañana…pero tal vez se me olvido que el Confort también tenía un precio…

Tras llegar la tarde me acerqué a mi acompañante de atardeceres, el Tahai; allí pensé que tal vez sólo me faltaba escribir un libro, el cual podía empezar a tomar forma a partir del momento en que lo que escribía aportara algo a alguien y por último tener un hijo…pero según la leyenda teníamos los hijos para que nos cuiden cuando envejecemos o bien para dejar nuestro legado en forma física…

A día de hoy no me permitía pensar que algún día pudiera ser una carga pra alguien ni que una nueva mente tomara mis palabras como consejos; así que sólo me quedaba seguir plantando árboles mientras escribía pequeñas historias que me ayudaran a recordar lo que un día viví, pues tal vez de mayor no tendría a nadie al lado para que me explicará quien fui o que hice en esta vida.­­


Ahora sigo escribiendo…


domingo, 25 de agosto de 2013

Camino a Terevaka

Con palo en mano para ahuyentar a los posibles perros que me pudiera encontrar, salí de mi nueva vivienda de lona a primera hora de la mañana y tras los primeros pasos por la carretera un par de pescadores que conducían una destartalada furgoneta me invitaron a subir para acercarme a un punto más cercano a mi objetivo, Terevaka.

Tras una invitación a conocer el mundo de la pesca y una ayuda en la recogida de pequeñas piedras color granito para aposentar los anzuelos al fondo del mar, me dejaron allí en donde un bosque de altos árboles marcaba un abrupto sendero que ascendía a un donde mis ojos no alcanzaban ver.

Bosque de silencios y sonidos inventados iban corriendo por mis laterales al momento que me imaginaba la aparición de cualquier visión con la que mal soñar con los próximos días y apretar a correr sin mirada atrás, pero tan sólo mi imaginación se vio despertada por algunos jinetes que pasaban de largo como en busca de un algo perdido y que con un Ionarai se despedían de mi presencia.

Finalmente esos árboles desaparecieron, momento en que esos jinetes que habían pasado con ansias de encuentro reposaban en medio de esos pastos verdes en donde grupos de caballos molían sus dientes; una inmensidad se había abierto frente de mí y la misma sólo se veía interrumpida por esos mismos árboles de la vida, que ahora solitarios ofrecían un color tránsfugo por esos rayos de sol que empezaban a caer fuertemente y que me hacían detenerme a por unas recompensas de maní bañadas por agua embotellada del último grifo compartido.

Pero tras los últimos impulsos apareció frente de mí un vello cerro que parecía albergar algo en su interior, así que empecé a clavar con más fuerza que nunca ese palo pastor, entre barros movedizos, hasta llegar allí arriba. De nuevo estaba sólo en esa inmensidad, un volcán rasurado de virginidad se presentaba frente de mí y por encima del mismo podía divisar cada una de aquellas partes de la isla que había recorrido durante esos días.

Podía ver el azul de la hierba el verde del mar y la inmensidad de lo que parece pequeño en ojos necios. Allí plante mi estadía por unas horas; soñé despierto y me dormí conscientemente hasta que una voz con acento argentino me despertó de mi letargo…


Allí empezó mi bajada por el paso de esos siete moais mirando  poniente, esas cavernas y un camino de costa que culminar con ese Tahai, que de nuevo me esperaba para darme las buenas noches. Una nueva palmadita en la espalda se despedía de mí para abrirme la noche y cerrar unos ojos que parecían voltear incluso cerrados.


jueves, 22 de agosto de 2013

Como en casa

Por primera vez en este viaje me di cuenta que tal vez estaba lejos de cualquier sitio, pero asimismo me sentía más cerca que nunca de un algo que hacía muchos años que había soñado; un encuentro parental parecía avecinarse con cada uno de aquellos que restaban inmóviles con vista fijada en alguno de aquellos horizontes que un buen día se propusieron proteger.

Así que en esa búsqueda de acorazamiento humano del cual no se libra ni aquel que gime tras la puerta que no esconde nada más que la falsedad de una realidad humana, me baje por esas calles silenciosas y solitarias hasta llegar allí en donde los brazos de la tierra no llegaban a juntarse, para con ello alcanzar a cada uno de aquellos que sentimos sin puerta cerrada.

Allí estaba el Tahai dando las buenas noches; entre alfombras verdes convertidas en pasto para caballos se apoyaba con fuerza sobre la roca de color granito que lo vio nacer. Ahora con mirada atenta restaba inmóvil de espaldas a aquello que había estado ausente en mí durante los últimos meses.

Sí, de nuevo el mar hacía acto de presencia y vestido de fuerte azul se volvía de blanco espumoso para celebrar el encuentro con esa tierra que tantos años me había hecho soñar y que ahora observaba con falta de palabras para agradecer.

Verde y azul se juntaban de nuevo y celebraban el encuentro tras la sombra de mi figura humana que se encontraba ausente de cualquier compañía humana; momento en que veía festejada mi felicidad por esos últimos rayos llenos de energía y fuerza que rompían esas densas nubes que me encuadraban en un episodio difícil de repetir.

Eran momentos en que la soledad se agradecía por esa necesidad tal vez enfermiza de no compartir cuando uno se llena de aquello que tal vez espero durante mucho tiempo, pero sin lucro a un individualismo egocéntrico me sentía sano de juicio de los que me rodeaban.

Ahora una vuelta a casa con un retorno diario, aseguraba mi nueva fiel mirada a quien año tras año seguiría esperando la llegada de un viejo niño del que cuidar y por el camino las notas de esa vieja rima del que no quiere crecer para poder seguir sintiendo sin miedo a la soledad seguirían retumbando suavemente en mis oídos.


Oh Amelie…Oh rapa Nui



lunes, 19 de agosto de 2013

Viejos y nuevo carteles

Cigarros abatidos por pulmones ansiosos se quedaron al otro lado de la cristalera, al momento que yo ascendía rápidamente por esas escaleras automáticas que me llevarían a ese espacio en donde las nubes se encargarían de cegar la vista a ese océano que parecía unir personas que compartían nacionalidad.

Fuentes de oxígeno me instigaban a una euforia fuera de lugar, pues de nuevo mi pasaporte tomaba espacio allí en donde el hombre se viste de falsa justicia para separar los nombres al gusto del consumidor que tal vez un día se alejó de la palabra humanidad para tomar las riendas de cualquier estado.

Un pasaporte que tras esa visita relámpago por esa ruta 40 de Argentina, volvía a tener la cuenta atrás de noventa posibles vivencias chilenas; pero antes de acceder a las mismas, me toparía con ese cartel que señalaba Jujuy y con él me trasladaba con cariño  a lo vivido justo un año atrás; tiempos en donde las escapadas de fines de semana largos de Buenos Aires, parecían aceptar la posibilidad de soñar con lo que a día de hoy estaba viviendo.

Sí, un año después recorría esas mismas carreteras, pero ahora con la libertad de esa furgoneta que parecía no tener fronteras para aquellos que nos buscábamos la vida sin pensar que hay la necesidad de un objetivo que alcanzar; pues tal vez los objetivos se los marca aquel que tiene la necesidad de sentir que gana algo y ahora yo sólo me limitaba a no perder las personas que se cruzaban en mi camino, sin pensar el hecho que me llevaron a ellas.

Ahora desde aquí arriba tal vez había perdido la posibilidad de seguir viviendo en San Pedro de Atacama, de seguir compartiendo furgonetas, carretes, cazuelas, costillares,..pero sabía que un buen día se cruzaría un nuevo cartel que me haría recordar a todos aquellos que me acompañaron durante los últimos dos meses y medio; al igual que me acuerdo de aquellos que me acompañaron hace un año bajo canciones dibujadas al son de un Friday con amor.


Así que un hasta luego; un cartel virgen de pensamiento con el nombre de Rapa Nui está apunto de aparecer frente de mí y como un niño sigo pensando que siempre hay cosas nuevas por las que sonreir…







viernes, 16 de agosto de 2013

Sin nombre

Fluía con sencillez al borde de ese mar inventando, andaba saltando sin ruido alguno por cada una de aquellas rocas erosionadas por ese golpe de sal que hacía tiempo que había olvidado.

Ella ahora levantaba la mirada y con ojos de simplicidad buscaba un encuentro visual con el que tropezarse, pero tal vez las palabras se comieron los sentimientos y las mismas sólo sirvieron como sujeto para conocernos. Ahora yo sólo podría esperar el día en que no me recordara por lo que escribía, sino por lo que ella sentía cuando me leía o bien me veía.

Sé que esas sonrisas de simplicidad se repetirían, allí en donde el agua seguía visitando a aquellos que tras una toalla en mano o bien con abrigo cargado de humo natural esperarían un nuevo amanecer o atardecer con el que recordar viejos momentos o tal vez aquellos que se tan sólo se veían adormecidos por el estupor de la brisa que ahora calaba en sus fosas nasales.

Yo por suerte sin toalla o con abrigo esfumado llegaría allí nuevamente como un turista; pues tal vez incluso somos turistas de la tierra que nos ve nacer, pues estamos de paso en todo aquello que cambia día y noche; pero aquellos que se nos permite movernos podemos alcanzar aquello que ahora nos imaginamos.

Tal vez esas rocas ahora tenían sed, pero el agua ahora no estaba cerca, pues no siempre lo que marca el paso del tiempo aporta lo que queremos, es por ello que necesitamos sentir la necesidad de ser turistas para alcanzar lo que no encontramos.

En pocos días tomaré de nuevo mi mochila para alcanzar todo aquello que imagino, dejando atrás breves encuentros que recordar los cuáles verán paliar su sed allí donde uno deje de imaginar.


Y seguiré pensando que no hay que elegir a la persona más bonita del mundo, sino a la persona que haga más bonito mi mundo.



miércoles, 7 de agosto de 2013

A ese hielo de las Lagunas Altiplánicas o a esa agua…

Llego a mi pieza con ganas de escribir, pues la agonía opresora del que trabaja sin vivir lo que siente parece haberse despojado de mí durante ese día de visitas alternativas. Visitas que se alejan de ese rincón que me había acorazado sin dejarme separar más que pocos kilómetros de lo que mi vista inmóvil pudiera alcanzar.

Las ganas de experimentar por encontrar una forma multidisciplinar de expresarme reabre el repeat del Let Down de Radiohead y a partir de aquí intento esperar que surjan nuevas aventuras al momento que visualizo esas imágenes inmortalizadas junto aquellos que me han acompañado esa misma mañana, en un laberinto de silencios de quebradas que tapaban mis orejas.

Un silencio que no se encontraba ausente de ningún mutismo, pues el interés por compartir cada una de aquellas palabras que me vieron  nacer, reabría un nuevo vínculo del que parecía estar ciertamente alejado semanas atrás. Así que como si en un nuevo deja vu se tratara, parecía estar pisando esa misma nieve que tal vez en esas montañas del Pallars, me hubieran acercado a unas lagunas en donde buscar el reflejo de una nueva imagen de mi figura.

Pero ahora mi figura parece cambiar sobre un reflejo que tal vez se vuelve uniforme, pues tal vez lo que ahora es hielo antes era agua o tal vez lo que ahora es agua hace poco era hielo.

Así que por un momento pierdo la noción de a quien dirijo esas nuevas palabras; tal vez fue al hielo o tal vez fue al agua…

De todas maneras os dejo aquí las palabras, para que vosotros mismos dudéis o experimentéis, pues la intriga las podría convertir en una nueva novela, pues tal vez a veces uno mismo no es consciente de que se ve a sí mismo; cuando baja la cabeza frente esa laguna llena de agua o bien de hielo.


Bienvenida a los códigos de la moralidad,
bienvenida a las cárceles de la libertad.


Limpia y natural aparece presentando sus buenos días,
muerte por incertidumbre se le da por no entender la vida.

Lucha tú que has nacido pura,
lucha tú y aprende a vivir sin ser vista.

Rompe la confesión para quien te sueñe,
y busca amigos para quien te piense.

Porque si tú pensar se manifiesta,
un anhelo de esperanza darás a una vida.

Porque con ansia serás recibida,
por cualquier “amor a la vida”



Podéis ser hielo o agua, todo depende de donde os encontréis, pero en cualquiera de los casos podéis volver donde estabais, si eso os hace sentir más seguros.