A nuevos sitios, nuevas culturas
Cerré los ojos a lo largo de esa
Avenida Javier Prado de Lima; según parece tenía un largo viaje por delante en
el que la compañía se transformaría en imágenes ajenas tras una fría pantalla e
imágenes descongeladas tras un cristal ausente de aliento.
Tras ese vuelco a la imaginación,
con el fin de despistar las horas malgastadas con el único triunfo de cambio de
bandera, me vi paseando por un nuevo Malecón en donde el gris del cielo parecía
resistirse a cambiar el color de mi piel.
Un Malecón que seguía arrastrando
el smog de una ciudad en donde la humedad hacía gotear cada una de aquellos
vírgenes árboles de enfrente que pretendían extender sus ramas al disimulo de
los que me acompañaban a día de hoy; los cuales fueron podados y mutilados en
forma de quitasol para dar adorno a aburridos jardines de adorno, por donde el
ser humano parecía discurrir entre la realidad y el sueño de desaparecer por
unos minutos.
Yo tal vez aun un poco aturdido y
desubicado no sabía en qué parte me encontraba. Pues tal vez se trataba de una
nueva Lima…pero por el contrario al mirar allí arriba también parecía divisarse
una propia estampa de Valparaíso; un nuevo cerro de casas de colores parecía no
obviar un deja vu de viejos tal vez recuerdos. Es más si miraba de frente
parecían verse camisetas amarillas con un escudo claramente familiar que
recordaba mis orígenes. Era como si el pasado el presente y futuro tuvieran
cabida en ese lugar desconocido.
Finalmente tras una compra con dólar
encrucijado con el acompañamiento de nuevos ritmos latinos, me di cuenta que allí
enfrente tenía una libertad llamada Duran que daba un guiño a la vida a una
ciudad diferente en donde ese cerro de las peñas daba un toque interesante a
más de una canción que acabaría sonando bajo escaleras de encuentro.
Guayaquil me daba la bienvenida a
una nueva cultura por descubrir; mientras iba escribiendo estas palabras entre
iguanas que avecinaban mi nuevo reto para los próximos días, llegar a las Galápagos.