Nuevos retos
Llevaba ya casi un mes en San
Pedro de Atacama y empezaba a tener la sensación que me había estancado. Era
como un conjunto de contradicciones; estaba claro que tenía la necesidad de
hacer un parón al viaje y hacer un poco de dinero, pero a menudo me despertaba
con la necesidad de conocer nuevos sitios. Desde la compra del boleto para Isla
de Pascua me imaginaba de nuevo paseando mi mochila por un nuevo mundo de
sensaciones, pero al pensar que aún faltaba más de un mes y medio para mi huida
me cuestionaba si realmente podría esperar tanto tiempo.
La vida en San Pedro era buena,
pues todo el mundo se conocía y día a día cada uno de aquellos que me rodeaban
me lo hacía más placentera, pero era como si faltara un algo difícil de
explicar que no encontraba. Era como si al estar parado en un sitio, me tuviera
que buscar nuevos objetivos que alcanzar, tenía como unas ansias de hacer y
tener que pensar en algo que me tuviera abducido. Mientras había estado viajado
había tenido que aprender de todo día a día y ahora el único pensar estaba en
que iba a almorzar ese día y pocas cosas más; tal vez demasiadas pocas
complicaciones…
Pero a pesar de todo, al final
acababa pensando que era una etapa que tenía que vivir y que la misma me
ayudaría a valorar mucho más las cosas que pudiera conocer en un futuro.
Así que la única solución sería
buscar nuevas aventuras allí en donde mi vida ocupaba el espacio, pues una
huida temprana rompería mis planes de recuperación económica y todo el mundo me
decía que en Julio los beneficios que obtendría me permitirían viajar mucho más
de lo que podría soñar.
Una de las primeras salidas fue
iniciarme en el mundo de la escalada. La municipalidad ofrecía clases gratuitas
a todo aquel que lo deseara, así que con pies de gato prestados empezaría a
subir por esas montañas ficticias de ese frío pabellón situado frente al
mercado artesanal. Los primeros días fueron duros, pues el entrenamiento físico
que lo predecía nos dejaba con unos brazos adormecidos y un abdomen repicado de
dolor.
Después de unos necesarias
elongaciones teñíamos nuestras manos de blanco y tomábamos el arnés a modo de
cinturón de castidad, al momento que ese nudo en ocho nos daba la seguridad
necesaria para ascender a lo alto de ese muro.
Piedras simuladas de diferentes
colores y formas pasaban al lado de nuestros ojos, al momento que intentábamos
apoyar nuestro peso en aquellas que ofrecieran un buen dedo que anclar. El
apoyo y los gritos de aquellos que se encontraban en la parte inferior que
convertían en breves estímulos que te ayudaban a un más alto ascenso; pero
siempre llegaba el momento en que esas piernas y esos brazos empezaban a arder
hasta que los mismos te hacían regresar de forma repentina a esa colchoneta
azul. Esa colchoneta en donde lamentarte y que te servía como reposo por pocos
segundos, hasta que de nuevo las ansias de superación te dirigían de nuevo a
castigar tus músculos.
Así que por el momento seguiría
trepando muros y el día que me hastiara me subiría al árbol que se situaba al
lado de mi habitación, para poder divisar que se escondía más allá, pues
posiblemente había cosas más interesantes cerca de mí que ahora cegaba por
falta de práctica, pues tal vez esas caídas a la colchoneta también me hacían
más fuerte, pues tal vez de todo se aprende sin darnos cuenta, pues tal vez
ahora me podría convertir en aquel gato que siempre cae de pie y que no le
duele cuando le hacen daño…