Esa anciana en Lombok…sabiduría tras nuez de Areca
No recuerdo las
horas que me quedé mirándola durante esa mañana. Uno bien sabe que la
percepción del tiempo queda anulada a partir del momento en que lo único que
hacemos es escucharnos a nosotros mismos.
Parecía una mujer
reservada y misteriosa, lo que explicaba la fascinación que despertaba hacia mí
y de bien seguro hacia los demás. Estoy seguro que si cada uno de aquellos
relojes analógicos y biológicos que nos rodeaban, dejaran de querer corretear el momento, buscarían el
entendimiento en sus ojos.
Sí, esos ojos que
se escondían entre perfiladas arrugas y a que a pesar de parecer estar
enmarañados por una fila tela producto de la vejez, servían de anzuelo para que
nos quedáramos mirando una y otra vez.
Esa anciana que
había aprendido a confiar en si misma hasta saber lo que ya sabía. Tal vez
nunca sabré lo que pasaba por su interior, pero me solía imaginar que era pura
genuidad en cuerpo avanzado.
Cuando bajaba mi
mirada, la misma se quedaba mirando fijamente a esos labios reiteradamente
quemados por el sol. Unos labios manchados de un rojo producto de esa nuez de
areca escondida tras hoja de betel, que día tras día se ofrecía a dar calor corporal
a cambio de poder estar un rato junto a ella.
Una nuez de areca
con la que se arropaba día a día con fuerza, como si de su mejor confidente se
tratara. Una nuez de areca con la que había formalizado un vínculo, en virtud
del cual cada uno de ellos adquiría un dominio místico sobre el otro. Un
dominio místico natural, con simple intención de no tener que poner por el
medio a nadie más, para conseguir lo que se deseaba.
Esa nuez de areca
le permitía un viaje más intenso, porque afectaba la percepción que se tenía
del tiempo y en tiempos de sabiduría, bien sabía que pensar en antes o después
no servía para nada.
Ahora de esa casa
salía un hombre medio descamisado y de andar relajado también con la boca
teñida de rojo. Ambos se miraban y sin decir palabra, daban a entender que
nadie era principio o fin de sus intereses. Se limitaban a compartir lo que
eran, y no buscar en el uno o en el otro a alguien que les llevara a ningún
sitio. Habían conseguido una equilibrada seguridad en sí mismos y ello permanecía firme como factor de
atracción sexual.
A la mañana
siguiente se levantarían y sin abrir boca se mirarían por dentro, al momento
que tal vez prenda de ropa se caería en el suelo….mientras nosotros allí fuera
esperaríamos ver el retrato de la verdadera sabiduría interior.
Esa misma mañana me
pongo una nuez de areca en la boca, pero cuando la escupo aun me imagino que es
sangre; me doy cuenta que aún me queda camino para entenderme a mí mismo, sin
tener que mirar hacia afuera.