Cartas a David
Era uno de esos días que
necesitaba escribir algo, pero no sabía por dónde empezar. Tenía algo allí
dentro que quería salir, pero no encontraba la manera de ponerle palabras a
aquellas emociones que se paseaban por mi cuerpo dando toques de atención a mis
sentimientos.
Todo empezó tras esa conversación
a pantalla virtual con mi hermano; la verdad que hacía ya unas semanas que no
nos habíamos visto las caras y tras el cierre de esa puerta, salto la pregunta
de que si era cierto que mi vuelta a Barcelona sería fugaz para proseguir
posteriormente un año más mi aventura. Mi afirmación fue rápida, pues la meta
fijada con nombre Méjico sabía que me llevaría más tiempo de lo esperado; pero
la verdad que al cabo de pocos segundos y tras mirarnos los ojos me entro un
síndrome de nostalgia.
En los últimos quince años de
nuestras vidas habíamos crecido más unidos que nunca y ese cordón umbilical
llamado Gresely i Farré nos había hecho crear algo más que un lenguaje propio,
algo más que unas miradas llenas de contexto, algo más que una unión que se
sustentaba por muchas cosas más que las que pudiera ofrecer por defecto, la
coincidencia de unos apellidos que nos unían tras un papel de estado.
La verdad que tras el corte de
esa conexión hubiera cogido el primer vuelo para darle un fuerte abrazo, pero
el autocontrol me limitó a agarrar el computador para poder vaciar estos
sentimientos con unas palabras que nunca estarían a la altura de lo que él se
merecería.
Había evaporado muchas lágrimas
escribiendo mis sentimientos entorno a la figura de mi hermano pequeño y tal
vez nunca había demostrado el amor hacía quien me ayudo en todo momento de
salir de las aventuras turbulentas de juventud, de quien me empujo a volver a
estudiar, de quien me empujo a entrar a una vida laboral llena de emociones
compartidas, de quien me ayudo a entender que significaba ser hermano; de quien
ahora me impide seguir escribiendo, pues mi vista esta nublada por lágrimas
necesarias para poder seguir respirando el aire que me da la vida.
Y tras la lluvia llego la calma,
pues aquel sentimiento finalmente pudo emerger de mi interior; aunque el mismo
siempre seguirá allí dentro con aquella contención que a los dos nos
caracteriza, aquella contención que nos ha hecho año a año más fuertes, pero que
a veces se desmorona sin poderlo evitar, como aquellas lágrimas que nunca
olvidare del día de mi despedida en el aeropuerto, en donde una última mirada
hacia atrás se hacía imposible de soportar.
Por suerte te tengo en esa
medalla que sigue colgando de mi cuello; ahora lejos, pero tal vez más cerca
que nunca de ti. Pues la verdad somos más que hermanos…este viaje me ayudo a
valorar mucho más las cosas, este viaje me ayudo a entender que a veces es
necesario llorar; es por ello que tal vez continuaré rumbo a Méjico, pero sin
olvidar los que tal vez un día lloraron por mí, pero sin olvidar lo que te
debo, pero sin olvidarte a ti….y con ello sé que pagaré el precio de
encontrarme con días raros..
M'ha agrada't molt aquest escrit m'ha emocionat
ResponderEliminar