miércoles, 10 de julio de 2013

Cartas a David

Era uno de esos días que necesitaba escribir algo, pero no sabía por dónde empezar. Tenía algo allí dentro que quería salir, pero no encontraba la manera de ponerle palabras a aquellas emociones que se paseaban por mi cuerpo dando toques de atención a mis sentimientos.

Todo empezó tras esa conversación a pantalla virtual con mi hermano; la verdad que hacía ya unas semanas que no nos habíamos visto las caras y tras el cierre de esa puerta, salto la pregunta de que si era cierto que mi vuelta a Barcelona sería fugaz para proseguir posteriormente un año más mi aventura. Mi afirmación fue rápida, pues la meta fijada con nombre Méjico sabía que me llevaría más tiempo de lo esperado; pero la verdad que al cabo de pocos segundos y tras mirarnos los ojos me entro un síndrome de nostalgia.

En los últimos quince años de nuestras vidas habíamos crecido más unidos que nunca y ese cordón umbilical llamado Gresely i Farré nos había hecho crear algo más que un lenguaje propio, algo más que unas miradas llenas de contexto, algo más que una unión que se sustentaba por muchas cosas más que las que pudiera ofrecer por defecto, la coincidencia de unos apellidos que nos unían tras un papel de estado.
La verdad que tras el corte de esa conexión hubiera cogido el primer vuelo para darle un fuerte abrazo, pero el autocontrol me limitó a agarrar el computador para poder vaciar estos sentimientos con unas palabras que nunca estarían a la altura de lo que él se merecería.

Había evaporado muchas lágrimas escribiendo mis sentimientos entorno a la figura de mi hermano pequeño y tal vez nunca había demostrado el amor hacía quien me ayudo en todo momento de salir de las aventuras turbulentas de juventud, de quien me empujo a volver a estudiar, de quien me empujo a entrar a una vida laboral llena de emociones compartidas, de quien me ayudo a entender que significaba ser hermano; de quien ahora me impide seguir escribiendo, pues mi vista esta nublada por lágrimas necesarias para poder seguir respirando el aire que me da la vida.

Y tras la lluvia llego la calma, pues aquel sentimiento finalmente pudo emerger de mi interior; aunque el mismo siempre seguirá allí dentro con aquella contención que a los dos nos caracteriza, aquella contención que nos ha hecho año a año más fuertes, pero que a veces se desmorona sin poderlo evitar, como aquellas lágrimas que nunca olvidare del día de mi despedida en el aeropuerto, en donde una última mirada hacia atrás se hacía imposible de soportar.


Por suerte te tengo en esa medalla que sigue colgando de mi cuello; ahora lejos, pero tal vez más cerca que nunca de ti. Pues la verdad somos más que hermanos…este viaje me ayudo a valorar mucho más las cosas, este viaje me ayudo a entender que a veces es necesario llorar; es por ello que tal vez continuaré rumbo a Méjico, pero sin olvidar los que tal vez un día lloraron por mí, pero sin olvidar lo que te debo, pero sin olvidarte a ti….y con ello sé que pagaré el precio de encontrarme con días raros..




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