Camino a Terevaka
Con palo en mano para ahuyentar a
los posibles perros que me pudiera encontrar, salí de mi nueva vivienda de lona
a primera hora de la mañana y tras los primeros pasos por la carretera un par
de pescadores que conducían una destartalada furgoneta me invitaron a subir
para acercarme a un punto más cercano a mi objetivo, Terevaka.
Tras una invitación a conocer el
mundo de la pesca y una ayuda en la recogida de pequeñas piedras color granito
para aposentar los anzuelos al fondo del mar, me dejaron allí en donde un
bosque de altos árboles marcaba un abrupto sendero que ascendía a un donde mis
ojos no alcanzaban ver.
Bosque de silencios y sonidos
inventados iban corriendo por mis laterales al momento que me imaginaba la
aparición de cualquier visión con la que mal soñar con los próximos días y
apretar a correr sin mirada atrás, pero tan sólo mi imaginación se vio
despertada por algunos jinetes que pasaban de largo como en busca de un algo
perdido y que con un Ionarai se despedían de mi presencia.
Finalmente esos árboles
desaparecieron, momento en que esos jinetes que habían pasado con ansias de
encuentro reposaban en medio de esos pastos verdes en donde grupos de caballos
molían sus dientes; una inmensidad se había abierto frente de mí y la misma sólo
se veía interrumpida por esos mismos árboles de la vida, que ahora solitarios ofrecían
un color tránsfugo por esos rayos de sol que empezaban a caer fuertemente y que
me hacían detenerme a por unas recompensas de maní bañadas por agua embotellada
del último grifo compartido.
Pero tras los últimos impulsos apareció
frente de mí un vello cerro que parecía albergar algo en su interior, así que
empecé a clavar con más fuerza que nunca ese palo pastor, entre barros
movedizos, hasta llegar allí arriba. De nuevo estaba sólo en esa inmensidad, un
volcán rasurado de virginidad se presentaba frente de mí y por encima del mismo
podía divisar cada una de aquellas partes de la isla que había recorrido
durante esos días.
Podía ver el azul de la hierba el
verde del mar y la inmensidad de lo que parece pequeño en ojos necios. Allí
plante mi estadía por unas horas; soñé despierto y me dormí conscientemente
hasta que una voz con acento argentino me despertó de mi letargo…
Allí empezó mi bajada por el paso
de esos siete moais mirando poniente,
esas cavernas y un camino de costa que culminar con ese Tahai, que de nuevo me
esperaba para darme las buenas noches. Una nueva palmadita en la espalda se
despedía de mí para abrirme la noche y cerrar unos ojos que parecían voltear incluso
cerrados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario