viernes, 11 de julio de 2014

Sacando malas hiervas

Allí estaba yo tumbado de rodillas mientras veía corretear a los niños con la bicicleta; por unos momentos intentaba soñar con la llegada de esa bandeja con vaso ancho de limonada helada en la que en tantas películas había visto aparecer. Sí, seguro que sería un vaso transparente con grandes cubitos que sin agujero alguno aguantarían firmemente esa pajita tal vez de tiras verdes que acabaría arrojando en cualquier sitio por dificultar cualquier sorbo profundo.

En otros momentos intentaba no pensar en la llegada de aquellos amigos de adolescencia del que capitaneaba la bicicleta, los cuales me podrían utilizar como blanco seguro para aliviar mediante la violencia las subidas de testosterona con las que no estaban acostumbrados a lidiar.

La verdad que cualquier visión que me pudiera llegar me sumergía a ese “way of life” de los años 30 en donde cualquier familia de los USA con casita blanca de madera y perros por portón se dedicaba a sonreír las gracias a cualquier acción ajena.

Pero la verdad que al final de cada uno de aquellos días no acababan llegando ni los refrescos ni esa mítica tarta de arándanos.

Así que tras haber evaporado ese termo de té que de buena mañana me preparaba, me sacaba mis molidos guantes de persona de campo para observar las dimensiones que alcanzaban las ampollas de mis manos no producto de la pubertad; era momento de dirigirse al super que se encontraba unas cuantas calles abajo para mi ración de Colt 45 (Strong Beer) con la que acababa suavizando la ducha que poco le faltaba por llegar.

Allí me encontraría con mis compañeros de fatiga, con los que acabaríamos debatiendo que si el cambio del dólar canadiense al euro acababa siendo rentable por el esfuerzo demandado; pero la verdad que los comentarios de cada uno no tenían derecho a trasnochar en esas agradables noches de verano, pues el toque de diana se presentaba cada día a las cinco de la mañana.

De buena mañana se abriría una inmaculada “way of life” de cualquier campaña publicitaría con la que vender una nueva esperanza de sentirse mejor; tal vez nosotros no teníamos casita de madera ni perros rodeados de enanitos, pero al menos la sonrisa cuando aparecía, era sincera.

Así que como una flor no elige su color, nosotros no somos responsables de lo que hemos llegado a ser. Según parece de esto sólo te das cuenta cuando llegas a ser libre y convertirte en adulto es ser libre. Ahora según parece soy adulto y libre de sonreír cuando lo siento. Hoy sonrío a cada momento…es mi “way of life” y no espero que se escoja tras ninguna pantalla publicitaria.


De nuevo con mi bolsa “Munich” cargo con termo de té por si no aparecen zumos de invitación; eso sí expuesto a regalar sonrisas a cambio de nada.



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