Sacando
malas hiervas
Allí
estaba yo tumbado de rodillas mientras veía corretear a los niños con la
bicicleta; por unos momentos intentaba soñar con la llegada de esa bandeja con
vaso ancho de limonada helada en la que en tantas películas había visto aparecer.
Sí, seguro que sería un vaso transparente con grandes cubitos que sin agujero
alguno aguantarían firmemente esa pajita tal vez de tiras verdes que acabaría
arrojando en cualquier sitio por dificultar cualquier sorbo profundo.
En otros
momentos intentaba no pensar en la llegada de aquellos amigos de adolescencia
del que capitaneaba la bicicleta, los cuales me podrían utilizar como blanco
seguro para aliviar mediante la violencia las subidas de testosterona con las
que no estaban acostumbrados a lidiar.
La verdad
que cualquier visión que me pudiera llegar me sumergía a ese “way of life” de
los años 30 en donde cualquier familia de los USA con casita blanca de madera y
perros por portón se dedicaba a sonreír las gracias a cualquier acción ajena.
Pero la verdad
que al final de cada uno de aquellos días no acababan llegando ni los refrescos
ni esa mítica tarta de arándanos.
Así que tras
haber evaporado ese termo de té que de buena mañana me preparaba, me sacaba mis
molidos guantes de persona de campo para observar las dimensiones que
alcanzaban las ampollas de mis manos no producto de la pubertad; era momento de
dirigirse al super que se encontraba unas cuantas calles abajo para mi ración
de Colt 45 (Strong Beer) con la que acababa suavizando la ducha que poco le
faltaba por llegar.
Allí me
encontraría con mis compañeros de fatiga, con los que acabaríamos debatiendo
que si el cambio del dólar canadiense al euro acababa siendo rentable por el
esfuerzo demandado; pero la verdad que los comentarios de cada uno no tenían
derecho a trasnochar en esas agradables noches de verano, pues el toque de
diana se presentaba cada día a las cinco de la mañana.
De buena
mañana se abriría una inmaculada “way of life” de cualquier campaña
publicitaría con la que vender una nueva esperanza de sentirse mejor; tal vez
nosotros no teníamos casita de madera ni perros rodeados de enanitos, pero al
menos la sonrisa cuando aparecía, era sincera.
Así que como
una flor no elige su color, nosotros no somos responsables de lo que hemos
llegado a ser. Según parece de esto sólo te das cuenta cuando llegas a ser
libre y convertirte en adulto es ser libre. Ahora según parece soy adulto y libre
de sonreír cuando lo siento. Hoy sonrío a cada momento…es mi “way of life” y no
espero que se escoja tras ninguna pantalla publicitaria.
De nuevo con
mi bolsa “Munich” cargo con termo de té por si no aparecen zumos de invitación;
eso sí expuesto a regalar sonrisas a cambio de nada.
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