Allí en donde las tortugas
aprendieron a llorar con disimulo. Galápagos
Pues tal vez esos ojos
humedecidos fueron mutilados de sentimiento por la necesidad humana de
adaptarse a un mundo en donde las emociones parecían dar muestra de debilidad. Años
atrás ya había adoptado ese caparazón como refugio de contención en donde se
permitía desaparecer tras un nuevo suspiro de conformismo. Sí, ese suspiro que
anunciaba un nuevo olvido de la cruel realidad de esos sentimientos adaptados a
unos pensares de una multitud que tal vez no nos importaba; pero que contrariamente
era necesaria para poder soñar aunque fuera por unos momentos que se podía sentir
sin miedo a perder nada.
Ahora nosotros como parte de la
naturaleza, luchábamos también para podernos adaptar a ese entorno y así poder burlar
esa selección natural de la cual éramos partícipes a partir del momento en que éramos
desprendidos de ese caparazón maternal. Ese caparazón natural que tal vez con
caricia más alejada nos hacía hacer sentir más que nunca el amor como razón de
ser y que a menudo tenía que ser olvidado con la misma rapidez con la que ese
tero real ahora avanzaba sus cortas patas tras la escucha de palabras tal vez
sin sentido.
Pues tal vez el problema eran las
palabras, las cuáles nos habían limitado a vivir en un mundo en donde los sentimientos
se obligaban a tomar sentido bajo la yuxtaposición de unas letras bajo índice
de diccionario común.
Es por ello que yo ahora no me
podía brindar la posibilidad de olvidarlas, aunque desde lo alto de ese mirador
en donde los valientes lloraban y los débiles morían, es cierto que el silencio
parecía la única manera de sentir que aún estaba vivo; pues el mismo sólo se
veía interrumpido por esos pájaros que dejaron de hablar para poder seguir
sintiendo y por algún que otro “bang” con el que compartir unas risas que
seguirían haciendo efecto tras el paso de iguanas, osos marinos, corviches,
inventados piqueros de patas azules y como no esas papas rellenas que esa
mamita servía tras una colección de potes de cocina.
Así que seguiría hablando, pues
tenía ganas de seguir conociendo a cada uno de aquellos a los cuales seguiría
dando las gracias por dejar compartir su vida con palabras o no inventadas;
pues como iba diciendo desde hace tiempo seguiría viajando por sentimientos y
no por bloques tras un claudicado cartel de mármol.
Eso sí, si algún día todos nos quedáramos
mudos por poder sentir sin palabra obligada, esperaba que Grifo no respondiera
a Alicia que los humanos tan sólo lloramos cuando cortamos cebolla.
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