martes, 19 de noviembre de 2013

Allí en donde las tortugas aprendieron a llorar con disimulo. Galápagos

Pues tal vez esos ojos humedecidos fueron mutilados de sentimiento por la necesidad humana de adaptarse a un mundo en donde las emociones parecían dar muestra de debilidad. Años atrás ya había adoptado ese caparazón como refugio de contención en donde se permitía desaparecer tras un nuevo suspiro de conformismo. Sí, ese suspiro que anunciaba un nuevo olvido de la cruel realidad de esos sentimientos adaptados a unos pensares de una multitud que tal vez no nos importaba; pero que contrariamente era necesaria para poder soñar aunque fuera por unos momentos que se podía sentir sin miedo a perder nada.

Ahora nosotros como parte de la naturaleza, luchábamos también para podernos adaptar a ese entorno y así poder burlar esa selección natural de la cual éramos partícipes a partir del momento en que éramos desprendidos de ese caparazón maternal. Ese caparazón natural que tal vez con caricia más alejada nos hacía hacer sentir más que nunca el amor como razón de ser y que a menudo tenía que ser olvidado con la misma rapidez con la que ese tero real ahora avanzaba sus cortas patas tras la escucha de palabras tal vez sin sentido.

Pues tal vez el problema eran las palabras, las cuáles nos habían limitado a vivir en un mundo en donde los sentimientos se obligaban a tomar sentido bajo la yuxtaposición de unas letras bajo índice de diccionario común.

Es por ello que yo ahora no me podía brindar la posibilidad de olvidarlas, aunque desde lo alto de ese mirador en donde los valientes lloraban y los débiles morían, es cierto que el silencio parecía la única manera de sentir que aún estaba vivo; pues el mismo sólo se veía interrumpido por esos pájaros que dejaron de hablar para poder seguir sintiendo y por algún que otro “bang” con el que compartir unas risas que seguirían haciendo efecto tras el paso de iguanas, osos marinos, corviches, inventados piqueros de patas azules y como no esas papas rellenas que esa mamita servía tras una colección de potes de cocina.

Así que seguiría hablando, pues tenía ganas de seguir conociendo a cada uno de aquellos a los cuales seguiría dando las gracias por dejar compartir su vida con palabras o no inventadas; pues como iba diciendo desde hace tiempo seguiría viajando por sentimientos y no por bloques tras un claudicado cartel de mármol.


Eso sí, si algún día todos nos quedáramos mudos por poder sentir sin palabra obligada, esperaba que Grifo no respondiera a Alicia que los humanos tan sólo lloramos cuando cortamos cebolla.



No hay comentarios:

Publicar un comentario