En Boquete
siguen rodando las ruedas, hoy desde otra perspectiva
Cada una
de nosotras sería repartida por aquellas tierras verticales que se dedicaban a
acariciar cualquier sendero de pájaro que tomara nombre de moneda de
intercambio. Según parece al cabo de cuatro años seríamos productivas; pero
para ello necesitábamos de una tierra para recibir todos los nutrientes
indispensables, de un aire para recibir oxígeno, de un sol para alimentarnos y
de una agua para disolver los nutrientes que nos ofrecía esa tierra. Tal vez la
necesidad del éter no sería tan cuestionable para nosotras, porque como diría
Schopenhauer a excepción del hombre ningún ser se maravilla de su propia
existencia y como diría yo ningún ser a excepción
del hombre necesita cuestionarse que es “maravilla”.
Sería al
cabo de esos cuatro años cuando empezaríamos a ser espectadoras por unos
“cuarenta y tantos” años de reuniones de vanidades. Unos encuentros que se
crearían alrededor de cualquier vida hecha mesa de intercambio, por aquellos
que seguían viviendo en ignorancia a pesar de ser conocedores de su propia
existencia. Sí, la ignorancia del llamado “humano” que vive rodeado de
felicidad sin poder llegar a apreciarla y a la cual sólo puede llegar mediante
oleos pastelizados que puedan recordar un renacimiento italiano que tal vez les
apareció tras cualquier visión onírica.
Pero
igualmente se seguirían reuniendo allí, retando el tiempo con cara de perro
mientras sujetaban el jugo de nuestra semilla para poderse mantener más
despiertos y así poder alcanzar cualquier palabra compartida que fuese algo más
que un simple sonido para ellos.
Eso sí,
para poder redimirse a cualquier estandarte de apariencia se forrarían de
vestidos impolutos que tomaban el color blanco de nuestra inexistencia, el
verde de nuestra inmadurez y el rojo cereza de nuestra madurez; al momento que
pasaban por un amarillo que marcaba ese ciclo de vida intermedio. El negro no
sería utilizado por miedo a la muerte aunque el mismo fuese evocado por el
propio tueste que a nosotros se nos obligaba a adoptar para poder servir esa
apertura de ilusiones rotatorias.
Así que
seguiría viendo instantáneas pictóricas de un tal Mark Ryden que tal vez algún día me tomaría como modelo
de empaque moderno y con las mismas seguiría intentando descifrar la forma de
ver la vida de los humanos, Allí seguiría esperando que llegase el día en que
esa alegoría de los cuatro elementos fuese más allá y los humanos soltaran sus
estructuras impuestas y así pudieran escuchar su naturaleza interna; el correr
de la sangre (agua), los latidos del corazón (fuego), la percepción de los
huesos/raíces (tierra) y su liberación de la mente (aire). Todos somos
iniciados y conectados con nuestro mundo en el momento de nuestro nacimiento a
través de los cuatro elementos básicos…
De nuevo
les dejo con ese griego por nariz que tal vez nunca podrá llegar a dar a
conocer su poesía a través del canto; pero al menos veo que ahora se divierte
cantando junto a los que le acompañan y así no olvida su pasado en el umbral
del presente por ansias de vivir el ahora, pues de esta manera nunca acabará
olvidando la música que le vio crecer.
Hola, nuevamente
sigue sonando Watching the wheels de John Lennon en Boquete… quien me deja sus
ojos ahora, los intentaré contar torpemente con mis palabras de nuevo; mientras
me pregunto si el cambio perspectiva es posible de contar a través de la
palabra humana.
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