domingo, 3 de agosto de 2014

De vuelta a casa… de Canadá

Estaba en el suelo y a pesar de que mis manos seguían astilladas por esos breves pero profundos cortes de cada una de esas finas hierbas que no ofrecían ningún gusto al tirón repetitivo de lumbares, pude sentir su característico tacto de bello agradable.

A pesar de mi ansiada sed me decidí a no besarla para no tener que soñar, pues el tiempo de evasión tras sonidos de nuevas letras que tatarear pedía descanso hasta la llegada de ese nuevo día que tarde o temprano aparecería para poder romper así nuevos minuteros de posible tedio; sí ese hastiado reloj que os comentaba hace unos días y que no llegaba a conseguir romper aún.

Sí, seguro que llegaría un nuevo día con quien pensar, con quien compartir, con quien pasear a mi libre albedrio; y seguro que sería tras cualquier viaje encima o debajo de una escalera que sin tendencias maniaco compulsivas se convertiría en animal de compañía que por suerte sería imposible de modificar; pues seguía pensando que esa era la única forma de vivir feliz con la persona amada, no pretende modificarla.

Pero sin más preámbulos os diré que finalmente apoye mis labios en su cuerpo y los presione hasta sentir el flujo de su interior alrededor de mi boca y como si de un nuevo aliento de aire fresco se tratara sentí como mi cuerpo dejaba por unos momentos de jadear al momento que intentaba olvidar el no último rayo de sol que cruzaría una y otras vez ese valle. Sí, ese valle de Okanagan que tal vez se había olvidado que los árboles nos podían ofrecer algo más que frutos, algo más que azúcar convertido en dólares; pero supongo que ese ere billete que había que pagar para que ahora esta frase tuviera sentido y para que yo mismo ahora escribiera estas líneas desde donde las escribía.

Pues de la misma manera que ahora mi lengua se sentiría áspera tras llegar allí donde uno no podía saciar su sed, la realidad se hacía dura cuando se perdían los momentos donde soñar; pero me decidía a seguir viviendo sin cerrar los ojos para inventar historias, pues cada una de las cosas que me tocaban vivir serviría como señal para encontrar ese nuevo camino que se iría trazando.

Pero no os engañéis o tal vez no me intentaría engañar a mí mismo, mi intención era ir de camino a cualquier lugar sin la búsqueda de nada. Sólo de esta manera todo se haría más gratificante, cuando no hubiera espera de nada; sería allí donde cualquier melocotón te podría de nuevo mirar a los labios.

Así que me limitaría a no esperar nada de nadie ni de nada; pues la espera era tiempo y el tiempo era tedio cuando existía.

Ahora no sé si han pasado más o menos minutos o tal vez ese día no me encontré ningún melocotón en el suelo o tal vez apareció encima o debajo de cualquier escalera. Ahora ya no quiero pensar en ello; pero sí que me toca seguir pensando que una cosa siempre lleva a otra y todo tiene lo bueno y lo malo en esta guerra personal de la cual sólo los muertos conocen el final.


Y como no tengo ganas de dejar de escribir seguiré respetando lo que venga para poder seguir sintiendo como se mezclan el sabor dulce y amargo mientras viva.



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