jueves, 28 de septiembre de 2017


Esa anciana en Lombok…sabiduría tras nuez de Areca

No recuerdo las horas que me quedé mirándola durante esa mañana. Uno bien sabe que la percepción del tiempo queda anulada a partir del momento en que lo único que hacemos es escucharnos a nosotros mismos.

Parecía una mujer reservada y misteriosa, lo que explicaba la fascinación que despertaba hacia mí y de bien seguro hacia los demás. Estoy seguro que si cada uno de aquellos relojes analógicos y biológicos que nos rodeaban, dejaran de  querer corretear el momento, buscarían el entendimiento en sus ojos.

Sí, esos ojos que se escondían entre perfiladas arrugas y a que a pesar de parecer estar enmarañados por una fila tela producto de la vejez, servían de anzuelo para que nos quedáramos mirando una y otra vez.

Esa anciana que había aprendido a confiar en si misma hasta saber lo que ya sabía. Tal vez nunca sabré lo que pasaba por su interior, pero me solía imaginar que era pura genuidad en cuerpo avanzado.

Cuando bajaba mi mirada, la misma se quedaba mirando fijamente a esos labios reiteradamente quemados por el sol. Unos labios manchados de un rojo producto de esa nuez de areca escondida tras hoja de betel, que día tras día se ofrecía a dar calor corporal a cambio de poder estar un rato junto a ella.

Una nuez de areca con la que se arropaba día a día con fuerza, como si de su mejor confidente se tratara. Una nuez de areca con la que había formalizado un vínculo, en virtud del cual cada uno de ellos adquiría un dominio místico sobre el otro. Un dominio místico natural, con simple intención de no tener que poner por el medio a nadie más, para conseguir lo que se deseaba.

Esa nuez de areca le permitía un viaje más intenso, porque afectaba la percepción que se tenía del tiempo y en tiempos de sabiduría, bien sabía que pensar en antes o después no servía para nada.

Ahora de esa casa salía un hombre medio descamisado y de andar relajado también con la boca teñida de rojo. Ambos se miraban y sin decir palabra, daban a entender que nadie era principio o fin de sus intereses. Se limitaban a compartir lo que eran, y no buscar en el uno o en el otro a alguien que les llevara a ningún sitio. Habían conseguido una equilibrada seguridad en sí mismos  y ello permanecía firme como factor de atracción sexual.

A la mañana siguiente se levantarían y sin abrir boca se mirarían por dentro, al momento que tal vez prenda de ropa se caería en el suelo….mientras nosotros allí fuera esperaríamos ver el retrato de la verdadera sabiduría interior.

Esa misma mañana me pongo una nuez de areca en la boca, pero cuando la escupo aun me imagino que es sangre; me doy cuenta que aún me queda camino para entenderme a mí mismo, sin tener que mirar hacia afuera.



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