lunes, 1 de septiembre de 2014

Aparecen de nuevo los egos

Demasiados reniegos encima de esa escalera en los últimos días; siempre por esas putas manzanas que se acababan resbalando de mis manos y que alargaban una vez más el poder conseguir llenar ese cubículo de madera que sólo tenía sentido por los nuevos kilómetros de cancha libre que me daría en la nueva tierra a donde partir, Méjico.

Sí de nuevo me convertía en una pieza más de ese engranaje productivo del cual había despotricado tantas veces en los últimos meses; al momento que mi “yo” se avivaba de nuevo por la necesidad de poseer nuevos logros, pues la ambición aparecía como ese viejo fantasma que se ocupó de anular mi infancia para poder entrar a formar parte de la sociedad.

Como humano enfermizo me castigaba la idea de no poder conseguir acabar el día con los mismos dólares que aquel con el que ahora me hacían competir codo a codo y por el cual ahora ya no existía la idea de que la pérdida se pudiera convertir en felicidad a partir del momento en que llenaba tanto dar como  recibir. Sí esa necesidad de poder sobre los demás la cual no acababa siendo nada más que nuestra debilidad disfrazada de fuerza.

Incluso la llegada al store se traducía con la compra de ese refresco burbujeante de color oscuro de no sé qué oso polar vi un día pasar, por allí donde se decían las verdades tras colador de ideas para poder postular a ciudadano de primera.

Así que un nuevo impulso de mandarlo todo allí donde una sentadilla daba placer me atacaba cada escasos minutos, pero mi palabra dada a aquellos que habían confiado en mí para resistir hasta el final de la temporada acababan congelando cada uno de aquellas iras que se traducían en patadas de genio a cada una de aquellas manzanas que ser reían expectantes en el suelo de la estupidez humana.

La dualidad aparecía de nuevo; el blanco y negro, el bien y el mal, el sí o no parecían la única vía para poder direccionar mis intenciones, pues es sólo eso lo que estúpidamente había aprendido tras años de observación; pues las tres puntas de un triángulo siempre habían estado tachadas de incongruentes. La posibilidad de encontrar un punto medio se perdía al mismo ritmo que el equilibrio de ese funambulista de paseo por una barra de acero frío.

La fealdad a mi palabra daba vida a ese yo que tal vez había olvidado, no por saber quién fuese o dejara de ser; pues tal vez ahora sabia más que nunca quien era, sino por la necesidad de objetivos para pensar de nuevo que era algo dentro de ese ahora ya “soñado” triángulo.

Así que de nuevo intentaba poner mi mente en blanco al momento que pensaba lo que un día decía el amigo Lennon.


“La vida es aquello que te va sucediendo mientras tú te empeñas en hacer otros planes”



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