Relax en Coroico
Pues llega un
momento en que a pesar que parece que uno está de vacaciones, necesita tomarse
unos días de respiro para descansar y permanecer fijo en un sitio sin la
necesidad de estar descubriendo nuevos horizontes. Así que después de visitar
los restos arqueológicos de Tiwanaku, allí en donde según parece empezó toda la
historia de lo que estaba viviendo estos últimos meses, me dirigí a Coroico.
Tras el paso de
lindos valles cubiertos por neblina y rocosas montañas tapiadas de verde, llegue
a ese pequeño pueblo en donde se podía divisar la famosa carretera de la
muerte; pero sin querer ni siquiera verme atraído por nada y tras mediar unas
cuantas palabras con los transeúntes que se interesaban por mi procedencia, me
dirigí hacia las montañas. Allí me esperaban bellas cabañas escondidas entre
bellos bosques selváticos que se permitían el descanso entre hamacas que yacían
estratégicamente en cada uno de aquellos miradores; frente de mi pasaron
esquinitas de chocolate, sabrosos cítricos de la zona, plátanos fritos y algún
que otro baño en la swiming pool con Paceña en mano.
Asimismo las
lluvias características de la zona en la que nos encontrábamos se aliaron
conmigo y me permitieron burlar posibles escapadas, gracias a las cuales pude descubrir
el arte del yoga junto a rostros familiares con los que me había tropezado en
La Paz y con los que posiblemente producto del esquivo nunca me volvería a ver.
Pero finalmente
tras unos días de descanso no pude reprimir las ansias de conocer más de cerca
Nor Yungas, pues días atrás tras el paso por el Museo de la Coca había leído sobre
dicha Provincia y una de las cosas que
me atrajo más fue de la existencia de la comunidad afroboliviana. Así pues
curiosamente en tiempos de colonización los españoles al ver que los esclavos
que habían mandado a las minas de Potosí tenían graves problemas para soportar
la altura los mandaron a dicha zona para cultivar coca o para servir a
patrones. Si curiosamente esa hoja de coca que en sus principios fue satanizada
por el catolicismo y luego santificada por los propietarios de las minas y
haciendas; pues la misma les permitía explotar horas y horas a esa pobre gente
que subsistía sin alimento alguno y que tan sólo se veía acompañada del olor de
esa húmeda hoja de coca que yacía en su pies.
Con el paso del
tiempo se dieron cuenta que la divinización de la hostia se veía ensombrecida
por la Damacoca, pues esta era el nexo divino; en aquellas tierras era el
mediador con Dios y con los demás. Tal y como decía la leyenda cuando uno tenía
dolor en el corazón, hambre en su carne y oscuridad en su mente, deberían
llevárselas a su boca, pues con ello obtendrían amor para su dolor, alimento
para su cuerpo y luz para su mente. Esa coca que solo se volvería en la contra
cuando esta fuese tomada por el hombre blanco colonizador, el mismo que ahora
en el siglo XX compraba toneladas de la misma para dar sabor a esa bebida de
color oscuro que en navidad aparecía tras un oso blanco.
Pero sin querer
capitalizar el discurso os diré que un buen día cambié la swiming pool por las
cascadas naturales, allí en donde una agua congelada acabaría relajando mis
pensamientos, al mismo momento que quebrantaría mis huesos de dolor, los cuáles
acabaría calentando tras subir esa escalinata de raíces que me harían llegar
hasta el cerro Uchumani. Allí arriba ya no me cuestionaría nada más pues era
momento de seguir disfrutando del viaje…
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