domingo, 7 de abril de 2013


Viviendo unos días con la Familia “  “. Paisajes y sentido materno

..no quiero sufrir como mis padres, necesito trabajar y estudiar, aunque ello me suponga dormir pocas horas; a veces me voy a dormir a las dos de la mañana y me levanto de nuevo a las seis para ayudar a mi madre con mis cinco hermanos, pero es lo que tengo que hacer, no me toca otra sino quiero verme llorando a las puertas del comedor sin saber que poder dar de comer a mis hijos…

Tras oír estas palabras me quede sin aliento al momento que veía como mis ojos se cristalizaban sin la ayuda de aquella cebolla que acompañaba esa sopa de quinua servida bajo plato de barro que junto a unas pocas papas y queso de vaca frito me nutrían en aquella cálida casa de adobe.

Había llegado a ese Lago Sagrado en dónde los Aymaras y los Quechuas se encontraban para venerar al Sol y a la Luna, me encontraba en la Isla de Amantani, acompañado de Emiliana, Vanesa, Fátima, Braulio y la pequeña Ruth, los cuáles me recibían con los brazos abiertos y con sonrisas sin compromiso en su hogar.

Un hogar en donde la palabra tomaba de nuevo el sentido principal de la vida, un hogar en donde cada uno de ellos era escuchado, un hogar en donde la privacidad personal entorno al sentido de la familia parecía no entender de barreras. Allí se encontraban todos ellos mostrándose tal como eran mientras aquel cuy correteaba entre nuestras piernas esperando el sitio en donde dormir esa noche, para ser cómplice de aquel que daría respuesta a cada uno de nuestros males.

Con ellos conocí el templo del sol en donde la sangre de la Llama sería derramada un 21 de Junio y el templo de la luna, en dónde desgranamos con nuestras garras aquella muña que servía de aliento a la falta de oxígeno producto de la altura; una muña que hacíamos volar por el aire como símbolo de donación a esa tierra, al momento que nuestros rostros se veían cubiertos por un aire frío que nos hacía despertar algo más que nuestras fosas nasales, pues la libertad no era tomada como una utopía.

Al cabo de un rato y como si de una respuesta se tratara veíamos como el cielo se volvía gris mediante unas nubes que parecían tomar vida, y fue allí en donde agujas de agua se empezaron a clavar en nuestros rostros. Nosotros corríamos en medio de esa oscuridad que nos acechaba que tan sólo se veía iluminada por relámpagos que acababan depositando su fuerza en esas aguas, tal vez para dar luz a ese pueblo perdido de Tiahuanaco que hoy dormía en el fondo del Titicaca.

Tras llegar a la casa, esa madre con manos y rostro quemado por el sol seguiría arropando los discursos de sus hijos, al momento que cargaba a sus espaldas el pequeño de los mismos; parecía tener la necesidad de mantenerse a su lado, pues alguna enfermedad parecía estar a punto de florecer en su interior. Como amor de madre, sentía la necesidad de estar en todos momentos a su lado y para ello guardaba la placenta de cada uno de ellos entre hojas de muña, pues el día de su muerte las mismas serían enterradas con ella…pues toda madre sin desear la muerte, esperaba morir abrazada a sus hijos…

Y ese virgen vientre seguiría levantándose a las seis de la mañana sin ojos cristalinos para poder ofrecer un plato de barro con comida a sus hermanos, pues uno da lo que recibe….gracias por haberme dado tanto…sólo me cabe decir que no hay madre sin padre…
 

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