De Olllantaytambo a Moray,
aprendiendo de todo el mundo
Pues la historia se repetía..no
sé si fueron los aromas de ese café en Ollantaytambo o tal vez el hecho de no
querer abandonar tierras peruanas; pues de nuevo cargue mi mochila y me dirigí
a Ollantaytambo para así poder descubrir más de cerca aquel pequeño pueblo que
escondía algo de especial.
Allí conocí a la pequeña Julieta,
una niña de poco más de cinco años, que sin madre alguna vivía en un pequeño
pueblo agregado a Ollanta, que se llamaba Bandolista. Con su evidente
curiosidad me preguntó que hacía por aquellas tierras y yo le contesté que
debido a como estaba la situación en mi país y teniendo en cuenta que tenía
ganas de conocer mundo, había emprendido una aventura que consistía en viajar y
trabajar hasta que algo me dijera que tenía que volver a mi tierra. A ello su
respuesta fue; a muy bien usted es como el día y la noche…yo creo que debe ser
bonito viajar, pero tengo que quedarme aquí cuidando mis animales, pues son los
que me dan de comer y encima el otro día se me murieron seis gallinas…
A tal respuesta me quede boca
abierto, es uno de esos momentos en que te das cuenta de que el crecimiento
personal depende de lo que la propia vida te depara y aquella linda niña era
consciente de muchas más cosas que yo mismo a veces ni le doy importancia,
incluso el paralelismo con el día y la noche lo encontré realmente increíble;
sinceramente sólo por esa conversación el día se había convertido en algo
especial.
Después de cenar me dirigí a un
bar local y acabé tomando tragos con dos mujeres de unos 60 años que trabajaban
en el mercado de Ollanta, las mismas al ver un gringo en su bar, entre español
y quechua me estuvieron explicando sus vidas; las cuales se mezclaban entre
fuertes tragos y lágrimas de desesperación entorno a la situación en la que
vivían. Según parece el alcohol les servía como bálsamo para liberar todo
aquello que llevaban dentro; curiosamente al día siguiente me fui al mercado a
su reencuentro y las mismas con cierta vergüenza parecían no querer mostrar
mucho más que una sonrisa escondida frente a su realidad.
Me daba cuenta que en pocas horas
había conocido dos generaciones de mujeres que aparte de la edad no les
separaba muchas cosas más, pues afines a sus tradiciones y a pesar de la dureza
de la situación eran fieles a todo aquello que la Pachamana les ofrecía.
Abandoné ese lugar cuestionándome
muchas cosas y me dirigí a Maras para visitar Moray, un laboratorio de
climatización creado por los incas, allí en donde las viejas colcas eran ocupadas
por alimentos que se conservaban en ese micro clima creado a forma de
anfiteatro. Un anfiteatro que tomaba la forma de la montaña en la cual había
estado construido; el respeto de la Pachamama de nuevo venía dándose de
generación en generación.
Así pues el circulo se cerraba en
cuento mis cuestionamientos; el amor, el
dolor, el sentir, el todo de cada una de aquellas mujeres giraba en torno a lo
que la tierra les ofrecía…Julieta había perdido su madre en la tierra, la misma
tierra que le daba de comer a sus animales, la misma tierra que se cultivaba
para que aquellos viejas mujeres con lágrimas en los ojos pudieran acudir cada
día a las cinco de la mañana a mercado, aquella misma tierra que veía pasar el
día y la noche, aquella misma tierra que era ofrecida al viajante para andar o
trabajar.
Una tierra que te lo ofrecía
todo, pero que también te lo quitaba a su antojo.
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