jueves, 4 de abril de 2013


Uno de aquellos días en Cusco

La verdad es que pase muchos días en Cusco, fue una ciudad de estancia y paso entre cada uno de aquellos pueblos de dicha región. Creo que uno de los hechos característicos de la época en que estábamos era la Semana Santa y más teniendo en cuenta la importancia de la misma en Cusco, así que mejor que hablar de uno de esos días en que según parece se diluyen las separaciones sociales y culturales, uno de esos días en que se aprecia nítidamente la fusión entre las religiones andina y cristiana.

Era el día de la bendición del Señor de los Temblores, ese cristo moreno convertido así por el humo que emanan la velas, ese cristo que según parece fue mandado hacer por Felipe V de color cobrizo y ciertas facciones para que los indios pudieran poderse reconocer su propia imagen, ese cristo que tomaba como voto religioso la colonización.

Durante ese día se colocaban refinadas piezas de tapicería  aterciopeladas con franjas de oro, telas y alfombras brillantes a los largo de cada una de las ventanas de las casas por donde pasaba la efigie

Una efigie que mostraba un rostro grave y triste mientras era recogida a hombros por cada una de aquellas organizaciones, centros de trabajo agrupaciones de barrio; los cuáles luchaban por acompañarlo contados metros.

A su paso, la intensidad emocional de las canciones en quechua llevaba hasta la transfiguración de cada uno de aquellos rostros, que cargados de fe, expresaban gozo infinito ante dicha presencia divina. Una presencia divina que se encontraba surcada por cada uno de aquellas lágrimas de fe y devoción que sólo se veían alteradas por el grave retumbar de aquellos tambores que marcaban el tempo y las paraditas que parecían ofrecer una pequeña ansia de aliento a cada uno de aquellos fieles.

Unos fieles que lanzaban a su paso n’ucchu, una flor nativa considerada sagrada en el Incanato, por representar la sangre de la Pachamama; mientras rostros jóvenes correteaban entremedio de la multitud en la búsqueda de esas primeras tertulias de adolescencia bajo otra flor.

Finalmente a la llegada a la gran plaza, en donde se encuentra la catedral, se procedía a la bendición; momento de gran emotividad, el cual se veía interrumpido de manera disonante por sirenas, que rompían el silencio que mantenían miles de creyentes.

Una vez que la imagen ingresaba en la catedral, la multitud iniciaba el regreso a sus hogares, con la esperanza en los ojos de estar el próximo año para nuevamente gozar de su bendición…

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