Uno de aquellos días en Cusco
La verdad es que pase muchos días
en Cusco, fue una ciudad de estancia y paso entre cada uno de aquellos pueblos
de dicha región. Creo que uno de los hechos característicos de la época en que
estábamos era la Semana Santa y más teniendo en cuenta la importancia de la
misma en Cusco, así que mejor que hablar de uno de esos días en que según
parece se diluyen las separaciones sociales y culturales, uno de esos días en
que se aprecia nítidamente la fusión entre las religiones andina y cristiana.
Era el día de la bendición del
Señor de los Temblores, ese cristo moreno convertido así por el humo que emanan
la velas, ese cristo que según parece fue mandado hacer por Felipe V de color
cobrizo y ciertas facciones para que los indios pudieran poderse reconocer su
propia imagen, ese cristo que tomaba como voto religioso la colonización.
Durante ese día se colocaban
refinadas piezas de tapicería
aterciopeladas con franjas de oro, telas y alfombras brillantes a los
largo de cada una de las ventanas de las casas por donde pasaba la efigie
Una efigie que mostraba un rostro
grave y triste mientras era recogida a hombros por cada una de aquellas
organizaciones, centros de trabajo agrupaciones de barrio; los cuáles luchaban
por acompañarlo contados metros.
A su paso, la intensidad
emocional de las canciones en quechua llevaba hasta la transfiguración de cada
uno de aquellos rostros, que cargados de fe, expresaban gozo infinito ante
dicha presencia divina. Una presencia divina que se encontraba surcada por cada
uno de aquellas lágrimas de fe y devoción que sólo se veían alteradas por el
grave retumbar de aquellos tambores que marcaban el tempo y las paraditas que
parecían ofrecer una pequeña ansia de aliento a cada uno de aquellos fieles.
Unos fieles que lanzaban a su
paso n’ucchu, una flor nativa considerada sagrada en el Incanato, por
representar la sangre de la Pachamama; mientras rostros jóvenes correteaban
entremedio de la multitud en la búsqueda de esas primeras tertulias de
adolescencia bajo otra flor.
Finalmente a la llegada a la gran
plaza, en donde se encuentra la catedral, se procedía a la bendición; momento
de gran emotividad, el cual se veía interrumpido de manera disonante por
sirenas, que rompían el silencio que mantenían miles de creyentes.
Una vez que la imagen ingresaba
en la catedral, la multitud iniciaba el regreso a sus hogares, con la esperanza
en los ojos de estar el próximo año para nuevamente gozar de su bendición…
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