sábado, 27 de abril de 2013


Ese paño de la Isla del Sol

Y a veces sucede que la primavera aparece frente de la puerta, vestida de ropa ancha y cargada de sonrisas que se esconden tras rostros de ébano que se extienden hasta allí en donde aquella tierra muestra cada uno de aquellos sueños hechos realidad y que ahora fijan un precio al nuevo destino; es ese paño que desaparece al son del último barco que abandona la isla, momento en que ese sol nos olvida entre cerros sagrados para dar luz a una luna llena de un día especial.

Una luna que se encarga de iluminar ese bidón metálico que se convierte en mesa para cinco, donde cucharas ansiosas de alimento se lanzan a esa olla comunitaria en donde pequeños grumos se burlan de esos leves suplidos que aparecen entre pulmones faltos de oxigeno que intentan avivar esas llamas que iluminan nuestros rostros quemados.

Finalmente ese tronco nos deja de iluminar y se despedaza en pequeños trozos incandescentes que ablandan dulces papas y ocas bañadas por aquel vino de Tarija; que como premio al esfuerzo diario nos transporta a cada uno de nosotros a nuevos conocimientos y viejos recuerdos de canciones pasadas que mi cuerpo vio trasnochar tras la sombra de un Tierra Titanic o un Pure.

Pero las noches son cortas en esas tierras de energías especiales y de nuevo esas cremalleras se abren de buena mañana para ver pasar pequeños chanchos que urjan entre restos de comida que se esconden entre fuego muerto, mientras que grandes y pequeños trepan por esos cerros cargados junto a burros que andan torpemente bajo resbaladiza piedra.

Nosotros aprovechamos para darnos ese baño diario entre las aguas del Titicaca, momento en que nuestras pieles se resquebrajan entre escalofriantes aullidos que intentan superar esas transparencias heladas.

Al otro lado de la playa ese circo abierto al mundo busca encontrar esos genuinos pesos bolivianos  de mañana entre malabares, guitarras, charangos y nuevos paños que se preparan para extender amuletos que ayuden a superar los pequeños tormentos de la vida.

Uno de ellos se encontrara huérfano de once verdes esmeraldas que me ayudaran a recordar buenas personas y buenos momentos nuevamente compartidos bajo la sencillez de aquel que vive por insignia.

Y a veces sucede que la primavera dura poco más de un segundo, así que pensando en cuando rescataría este recuerdo y sin saber si podría unir mundos, me proponía a escribir el libro más bonito del mundo…

 

1 comentario:

  1. HERMANOOO!!!GRANDES PALABRAS PARA UN TIPO TAN SENCILLO COMO VOS...ME GUSTO MUCHO EL BLOG!!YA NOS CRUZAREMOS PARA COMPARTIR ESOS AROMAS HABITACIONALES QUE NOS SOLIAN UNIR jaja ABRAZO GRANDE HERMANO!MUCHAS SUERTEEE!

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