martes, 8 de noviembre de 2016


Camino por la muerte o la nueva vida

Al recordar lo que había escrito estos dos últimos días me daba cuenta que existían dos grandes temas; por una parte, esa tal vez huida de las obligaciones sociales para conseguir con ello recuperar sentir las cosas de forma más primitiva y por otra el pensar que si el ser “humano” estaba intentado transmitir estas obligaciones a los animales que le rodeaban.

Curiosamente al cabo de unas horas de que esto pudiera pasar por mi cabeza; en una de esas huidas al Café americano de las mañanas, unos nuevos amigos me invitaban a ir a Pashupatinath; más conocido como el templo del Dios de los Animales para el que siente o como el Crematorio de Katmandú para el frívolo.

Curiosamente ese fue el lugar que escogió Shiva para adoptar la forma de un ciervo y así huir de sus obligaciones divinas, del aburrimiento de su brillante palacio del Kailas…

Muchas contradicciones machacaban mi cabeza durante ese camino hacia el templo, pues no acababa de separar lo cultural de su visita, de la morbosidad del ser humano de ver la desgracia ajena frente de sí.

No me imagino estar celebrando el funeral de un familiar y encontrarme un sinfín de imbéciles desconocidos haciendo fotos a cien metros de distancia como si estuvieran presenciando el combate entre la vida o la muerte bajo llama ardiente que desvanece un cuerpo querido.

Por suerte nuestra llegada fue por el monte, por la zona de las cuevas en donde viven los sadhus; esos hombres sagrados que se dedican a la meditación, a su liberación. Sadhus que visten ropajes de color azafrán, representando la sangre de Parvati y la virtud de la renuncia. Sadhus que luchan por deshacerse de sus ataduras y cosas de valor para así hallar la iluminación.

Sadhus que se convierten en Babas (padres) para aquellos chicos huérfanos, que encuentran en aquellas cuevas un sitio donde aprender a compartir; un sitio donde se les permite sentir el calor familiar con los demás sin coincidencia de sangre.

Allí viven juntos ayudándose con lo que pueden, mientras cantan y recitan oraciones que les hace sentir que están más vivos que nunca, de manera que ven remontadas sus ganas de vivir, al sentir que no están solos en el mundo, pues hay una comunidad que les arropa sin nada a cambio.

El paso de los minutos en esas cuevas me hace sentir bien, al momento que observo las cuevas de Naropa y Tilopa, una al lado de la otra, en dónde maestro y discípulo meditaban juntos. Pero a pesar de la magia del momento en donde se une esa tierra de buena gente junto a árboles verdes y ese rio Bagmati; existe cierto olor a sándalo embriagador que te seduce, al momento que enmascara lo que está realmente pasado allí abajo.

Sí, son esas humaredas que allí en los Gaths parten de cada una de esas piras funerarias que siguen ardiendo, al momento que consumen la antigua vida de alguien o bien la nueva que llega.

Lo que me hace feliz es pensar que cada uno de aquellos que arden sin ser vistos, fueron llevados allí como último deseo; pues vivos o muertos buscan pasar sus últimas semanas de vida en el templo, ya que se cree que los que mueren en el templo de Pashupatinath renacen como un ser humano, independientemente de cualquier mala conducta que se haya tenido.

Así que no nos vamos a poner tristes, pues la tragedia es lo más ridículo que tiene el hombre; si lloras hazlo por pasión, nunca por fatalidad. Todo pasa por algo en esta vida, incluso la muerte.


No hay comentarios:

Publicar un comentario