Uno decide su camino, pero no
donde lo empieza...
Me levanto por las mañanas y sin
ducha alguna, bajo medio dormido por esas calles algo polvorientas en donde los
bocinazos de coches y motos, actúan en forma de ese despertador que por suerte
ya no utilizo. Subo esas tres escaleras y tras tres pasos encuentro a mi
izquierda tumbado un señor que con manto budista me sonríe afablemente.
Está llegando uno de mis momentos
del día, olvido el té por unas horas y me pido mi café americano que acompañado
de un buen cigarro o dos, me sirve para organizar un día que de nuevo no tiene
objetivos marcados. No es que haya perdido las ambiciones o las ganas de hacer
cosas, pero espero que estas vayan fluyendo a medida que pasan las horas. De la
misma manera que como y bebo cuando me apetece, pienso y actúo cuando una
lucecita se enciende en mi cabeza, y si eso no pasa, es porque no lo
necesitaba.
Tras el tiempo necesario, acabo
escribiendo tres cosas que me pasan por la cabeza; y luego llega el momento en que
me seduce bajar allí donde una gran cúpula blanca, sorprendió mi llegada a
Katmandú.
Como leía el otro día en un
cartel, lo que tenía frente de mi era la Estupa de Boudhanath, según parece uno
de los importantes lugares de culto budista del mundo. Boudhanath, el barrio en
donde estoy viviendo actualmente, sirvió de sitio de peregrinaje para los comerciantes
tibetanos desde hace muchos siglos y actualmente es lugar de residencia para
muchos de ellos, a partir de que cierto país opresor les invitara a perder no
amistosamente parte de su identidad.
Pero creo que no es momento de
empezar hablar de conflictos y nos daremos el gusto de dejar de lado a la China
y a su visión del Tíbet como punto estratégico, sumado a los intereses
americanos o no para apoyarlo, o bien de aquellos que aún deben mirarse las
cosas desde Dharamsala.
Así pues, estamos en un sitio
sagrado y a pesar de mi posición atea, declaro mi respeto a no hablar de según
qué cosas; así que todo es tan simple como alegrarse de que allí donde mis pies
pisan pueda ver gente que, sin importar la procedencia, se unan para mostrar
sus respetos frente a un “algo” que les ampara.
Una gente que da vueltas al mismo
sentido que las agujas del reloj, al momento que voltean unos molinillos que se
encuentran en su parte inferior. Según me dicen dentro de los mismos están
escritas las palabras de una oración budista OM MANI PADME HUM miles de veces,
de forma que cuando se le da una vuelta, en realidad se están recitando miles
de oraciones.
Pero tampoco es cuestión ahora de
aburriros con cada una de las partes de esa Estupa, pues para ello ya existen
eruditos que lo harán mejor. Pero de lo que no puedo dejar de hablaros, es de esa
forma cuadrada de la parte superior, donde en sus cuatro costados están los
ojos de Buda.
Unos ojos que ejemplifican claramente
que todo lo ven junto a ese tercer ojo de la sabiduría y ese número “1”
simbolizando la unidad, es decir, “todos escogemos caminos distintos para
lograr el fin último que es llegar al Nirvana”.
…Indudablemente me hago la
pregunta ¿Cuál es mi camino?, pero creo que necesitaría tomarme unos cuantos
cafés más para contestar.
Al ver todo aquello y sin querer
seguir hablando sin conocimiento de causa, se me despiertan de nuevo las ganas
de conocer más sobre el budismo; pero no para saber si me puede enseñar el
camino, sino por saber él porque una Estupa tiene esa estructura o mejor dicho
que nos quieren decir cada uno de los elementos que la componen.
Me acerco a casa y cae en mis
manos un libro con el título “Brahmanismo, budismo e hinduismo”. Tras poco más
de media hora me doy cuenta que nos es el momento…así que recupero de nuevo
Siddhartha de mi “amigo” Herman Hesse, pues a él siempre le he entendido mejor.
Tal vez es normal que después de cuarenta años aún este demasiado occidentalizado,
pero sólo os puedo decir una cosa;
Uno decide su camino, pero no
donde lo empieza...
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