Kuala Lumpur, modernidad y poco mas
Bocanada de aire caliente y
humedad nos acechan a la salida de ese aeropuerto de Kuala Lumpur. Cambio total
no solo de clima sino de escenario; los saris se perdieron en el aire y el hiyab
se convierte en símbolo de modestia y privacidad.
No veo vacas, ni perros, ni
monos, ni personas que dancen al ritmo de ese bocinazo repetitivo; de aquel que
te avisa con su vehículo desde la salida de su casa. Veo semáforos y pasos de
cebra que dirigen personas y vehículos que parecen sumergidos en una ciudad sin
alma. Sí que es cierto que veo un montón de luces que parecen querer dar luz a
ese decorado de última generación, pero el mismo se convierte en poco más, que
la viva imagen de aquel figurante que paseo sin pena ni gloria por allí donde
le dictaminaron.
Ahora cuando hecho una mirada
hacia ese Katmandú, que deje días atrás, me doy cuenta que aquella ciudad
hablaba, respiraba y te hacía sentir algo especial. Tal vez a menudo te cuesta
entender desde un punto vista emocional que pasa por la cabeza de cada uno de
aquellos que viven en ella, pero tal vez lo que pasa es que no necesitan
expresarse de ninguna manera, pues la ciudad ya habla por ellos.
La verdad es que me quedaría con
el alma de aquella ciudad, la esencia de Katmandú. Como siempre acabarías llevándote
un cachito de cada uno de aquellos sitios que vas recorriendo para crear con
ello ese sitio ideal sin bandera alguna, en donde te gustaría vivir.
Pero hoy me toca vivir Malasia
desde cerca y me sorprenden las mezquitas, las madrasas, esas amplias zonas
verdes que intentan dar una bocanada de aire fresco a esa ciudad que sigue
andando con rumbo fijo hacia la modernidad. Una ciudad que desgraciadamente va
perdiendo la esencia de una historia, que parece no reconciliarse con aquel que
quiere seguir poniendo la ciudad por las alturas.
Una ciudad que se va llenando de
cada uno de aquellos rascacielos, que se acaban perdiendo en ese smog
inevitable que surge de ese clima tropical; un smog que acabara perdiendo la
propia esencia de cada uno de aquellos que ahora veo andando arriba y abajo con
rostro apagado, mientras resto sentado frente a esas Torres Petronas, símbolo de
la “prosperidad”.
Sí tal vez cada uno de aquellos
rostros apagados sólo verán su cara iluminar, tras tropezar con cualquiera de
las luces de ese sinfín de malls que acorazan la ciudad a cada vuelta de la
esquina. Unos malls que les ofrecerá como respuesta, poco más que uno nueva
etiqueta por la que seguir trabajando; una etiqueta más por la que seguir buscando
luces…
Pero por suerte las noches me
llevan a dormir al barrio chino. Allí las cosas parecen diferentes, aún existe
autenticidad en cada una de aquellas casas, aún no han pasado los vigilantes
del nuevo milenio para interponer su imagen ideal de la prosperidad.
Esas calles vuelven a hablar
incluso hasta altas horas de la noche, algo que me tenía olvidado en ese barrio
tranquilo de Boudhanath en Katmandú; esas calles también tienen olor, sudan y
tal vez empiezan a hablar para cada uno de aquellos que las observan desde
cerca.
Seguiremos observando…
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