sábado, 25 de febrero de 2017


¿Alguna vez has puesto la oreja en el suelo?

Supongo que después de atravesar Malasia y tropezarme con un sinfín de plantaciones de palma, las cuales según parece convierten a dicho país como uno de los mayores productores de aceite del mundo. Seria momento de pararse a hablar tanto de las consecuencias medioambientales de las mismas como de las que hacen relación a la salud humana.

Supongo que, al estar viviendo al lado de una mezquita, seria momento de hablar del canto del almuédano en lo bajo de ese minarete sonorizado, que durante cinco veces al día llama a la oración y que nos sirve de reloj a cada uno de nosotros.

Supongo que podría hablar de cosas que pudieran parecer interesantes, al menos por un ignorante como yo que día a día descubre cosas nuevas...

Pero la verdad que hoy no tengo ganas de hacer nada de todo esto, pues tumbado en esa playa de “Batu ferringhi” en la Isla de Penang, uno parece olvidarse de todo ello, para poder hacer rejuvenecer sus sentidos más primitivos; si esos sentidos que seguimos olvidando día a día.

Como he dicho otras veces durante las primeras etapas de nuestra existencia, nos dedicamos a explorar el mundo con los sentidos, nos dirigimos hacia el exterior; hacia lo que podemos ver, tocar, oler o saborear, cualidades que vamos olvidando con el paso de los años.

Hoy nuevamente me doy cuenta que no quiero perder nada de todo esto y lo quiero compartir con todo aquello que me rodea, la naturaleza; si otra de esas tristemente olvidadas.

Al principio tal vez las personas establecen una relación personal, emocional, con todos aquellos elementos de la naturaleza a los que atribuimos un poder, pero debido a la impotencia que supone controlar sus mecánicas causales abstractas, los ponemos en posición de objeto con respecto a los deseos que atribuyen.

Una vez más el ser humano se encuentra desamparado frente a todo aquello que no puede controlar y poseer y acaba simplificando su vida en querer aquello que le ofrezca una respuesta hablada.

Ahora una canción me recuerda preguntas que me sirven para estar tumbado más allá de la orilla de ese mar, mientras veo como el agua me cubre las piernas o lo que quiera que desee. Esa canción me preguntaba si alguna vez había visto un sonido, si había escuchado una imagen, si había tocado un pensamiento….si había probado la nada.

Todo se hace más grande si uno quiere, sólo hace falta que se desprenda de esas anteojeras que utilizamos como caballos para mirar sólo de frente. ¿Tal vez es el miedo al desconocimiento de ver más allá de los que conocemos? ¿el miedo a la incertidumbre? ¿el miedo a no entender lo que anuncia ese almuédano en lo bajo de ese minarete?

Y con ello nos vamos cerrando más y más con lo mínimo que conocemos, porque es lo que estúpidamente nos hace sentir seguros.

Pero como dice la canción – larga vida viviendo, si vivir puede ser esto –. Así que cada uno tome lo que quiera, nunca nada será mejor o peor; sino romperíamos lo mágico de todo ello, ya que empezaríamos a señalar que tenemos la posesión de algo, una posesión de una verdad inventada por nosotros mismos. Así que me callo y escucho la canción frente a un mar que tal vez me habla. ¿alguna vez has puesto la oreja en el suelo?



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