miércoles, 1 de mayo de 2013


Samaipata, más que compartir

Tras dejar la Isla del Sol y Copacabana me fui acercando de nuevo a La Paz, mientras dejaba a mi izquierda ese lago Titicaca que restaba allí inmóvil tras el abordaje fotográfico de todos aquellos que no separaban los ojos de las ventanas de aquella movilidad.

Allí en la Paz me subí de inmediato dirección a Sta. Cruz, el próximo destino tomaba el nombre de Samaipata. Un trayecto de más de 16 horas en donde dormí al son de aquella cholita que parecía recitar todo el evangelio con el fin de buscar un fin de viaje que contar; al momento que me presentaba en forma de relato toda su vida. Sí, ese relato que llego a su fin en el momento en que esos fardos llenos de ropa se depositaron allí en donde una calle tomaba forma de mercado ambulante.

Ya me encontraba en Sta. Cruz y la vorágine de gente, edificios y muchos más me ahuyentaron a no perder más tiempo y cargar la mochila a ese paisaje que se abría allí en esas afueras, en donde el rojo de aquellos cerros y la verde vegetación me presentaban de nuevo a aquella Bolivia que no me dejaba de sorprender.

Podrían haber sido en Samaipata unos días de recuerdos históricos por allí en la Higuera en donde el Che dejo de estar de pie o bien me podría haber sacado unas bucólicas fotos allí en esa lavandería de Vallegrande que dio la vuelta al mundo. Tal vez también podría visitado aquel fuerte de las afueras de Samaipata mientras secaba mi cuerpo tras baños entre cascadas y grutas…pero la verdad es que fueron días de contacto humano con cada uno de aquellos que me acompañaban en aquella pequeña familia que se formó en aquel hostal que tomó el nombre de cada uno de nosotros.

Eran mañanas que se alargaban hasta el mediodía entre tazas de té y café, que se diluían con conversaciones con cada uno de aquellos paisanos que nos visitaban con ganas de compartir sus vidas pasadas en tierras latinoamericanas, junto con aquellos nuevos mochileros que según parece éramos nosotros y que también intentábamos aportar un retrato menos subjetivo de la tierra que nos vio nacer.

Tras la llegada del mediodía, parecía obligada una visita al mercado central en donde una sopa de albóndigas, un revuelto de hígado, un pollo con patatas,…no ayudarían a hacer base para aquella Paceña fría que tomábamos allí bajo la sombra de aquellas palmeras de la plaza del pueblo.

El anochecer se volvía musical; charangos, guitarras, melódicas y ukeleles seguían el ritmo de aquellos djembes, vasos, mesas y varios utensilios de cocina que tomaban una nueva forma de ver la vida tras el ritmo de cada uno de aquellos corazones que veían una nueva noche despertar.

Al final cada uno de aquellos velatorios perdía el aceite que le daba vida y el resumen del día se limitaba al olvido de las cosas materiales, al momento que me ayudaba a comprender el significado del nombre de Samaipata….un lugar de encuentro…

Y con todo ello, recordaba unas palabras de Kerouac…

Haremos de mundo nuestro hogar

De los desconocidos nuestros hermanos

Bailaremos, actuaremos, jugaremos

Y abrazaremos, todo por una sonrisa

Que no apaguen tus sueños

Se viene el cambio

 
Los que están suficientemente locos como para pensar que pueden cambiar el mundo, son los que lo hacen


Ahora yo también estaba en el camino...


 

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