De Quillacollo a
Tarata; conociendo su cultura musical
El domingo me deje
caer por el mercado de Quillacollo, en donde me vi sorprendido por la unión
familiar que se vivía en esas calles; allí desde el más pequeño al más grande
empuñaban su vaso de gelatina coronado por dulce crema, mientras danzaban al
compás de esa orquestra que veneraba al señorial de los morenos.
Yo tras sombra de
toldo azul deleitaba un sábalo con maduro en esas mesas compartidas del mercado
central, en donde cholitas de todas las edades preparaban todo tipo de manjares
en cisternas metálicas de abasto familiar. Era momento de pensar en nuevas
direcciones a tomar pues Cochabamba parecía quedarse atrás, así que el próximo
destino sería la llamada cuna de los célebres o también conocida como la Villa
de Madrid, Tarata.
Tras llegar a
Tarata, la sensación de paz parecía tomar forma y ese conjunto colonial ofrecía
algo más que pequeñas historias que venían desde épocas de colonización a las
anécdotas de la vida del Gral. Mariano Melgarejo. Así pues tal vez aún existía
la energía de los Aymaras y los Quechuas que habían habitado en esas tierras y
ello se divisaba con claridad desde lo alto de aquel monte en donde tan sólo
había espacio para el deleite del aroma de eucaliptus.
Así que con hoja
verde en boca me deje caer de nuevo por esas calles y al entrar en uno de los
bares, con el fin de dar respiro a esa sed producto de ese sol que repicaba
sobre esa tierra árida; de golpe me vi acompañado por un conjunto de jóvenes
valores musicales que recitaban canciones folclóricas bolivianas bañadas por
aquella chicha que llevaría en su recuerdo el día siguiente.
Cantamos canciones
de amor y desamor tras el paso de jarras y baldes de plástico llenos de ese
líquido fermentado que nos hizo abrir felizmente cada uno de nuestras pequeñas
historias. Se trataba como de un contrato de amistad a cueco de calabaza alzada
entre aquel que quería conocer y aquel que se encontraba orgulloso de poder
ofrecer su cultura.
En pocos días
sentía como si la cultura y tradición boliviana se filtrara en mis pensares y
la hospitalidad de la misma se vería traducida por un lecho en casa ajena que
sería ofrecido como nuevo hogar para ocasiones venideras.
Ahora aquí tumbado,
arropado en manta, me sentía feliz de poder pensar que había gente que seguía
luchando por su cultura mientras mezclaban estrofas en castellano y quechua;
pues los recelos de colonización quedaron muy atrás, pues ellos tenían una
importante cultura propia que ofrecer a todo el mundo, pues era momento de
escuchar y aprender más que nunca… Gracias Bolivia!!
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