jueves, 9 de mayo de 2013


De Quillacollo a Tarata; conociendo su cultura musical

El domingo me deje caer por el mercado de Quillacollo, en donde me vi sorprendido por la unión familiar que se vivía en esas calles; allí desde el más pequeño al más grande empuñaban su vaso de gelatina coronado por dulce crema, mientras danzaban al compás de esa orquestra que veneraba al señorial de los morenos. 

Yo tras sombra de toldo azul deleitaba un sábalo con maduro en esas mesas compartidas del mercado central, en donde cholitas de todas las edades preparaban todo tipo de manjares en cisternas metálicas de abasto familiar. Era momento de pensar en nuevas direcciones a tomar pues Cochabamba parecía quedarse atrás, así que el próximo destino sería la llamada cuna de los célebres o también conocida como la Villa de Madrid, Tarata. 

Tras llegar a Tarata, la sensación de paz parecía tomar forma y ese conjunto colonial ofrecía algo más que pequeñas historias que venían desde épocas de colonización a las anécdotas de la vida del Gral. Mariano Melgarejo. Así pues tal vez aún existía la energía de los Aymaras y los Quechuas que habían habitado en esas tierras y ello se divisaba con claridad desde lo alto de aquel monte en donde tan sólo había espacio para el deleite del aroma de eucaliptus.

Así que con hoja verde en boca me deje caer de nuevo por esas calles y al entrar en uno de los bares, con el fin de dar respiro a esa sed producto de ese sol que repicaba sobre esa tierra árida; de golpe me vi acompañado por un conjunto de jóvenes valores musicales que recitaban canciones folclóricas bolivianas bañadas por aquella chicha que llevaría en su recuerdo el día siguiente.

Cantamos canciones de amor y desamor tras el paso de jarras y baldes de plástico llenos de ese líquido fermentado que nos hizo abrir felizmente cada uno de nuestras pequeñas historias. Se trataba como de un contrato de amistad a cueco de calabaza alzada entre aquel que quería conocer y aquel que se encontraba orgulloso de poder ofrecer su cultura.

En pocos días sentía como si la cultura y tradición boliviana se filtrara en mis pensares y la hospitalidad de la misma se vería traducida por un lecho en casa ajena que sería ofrecido como nuevo hogar para ocasiones venideras.

Ahora aquí tumbado, arropado en manta, me sentía feliz de poder pensar que había gente que seguía luchando por su cultura mientras mezclaban estrofas en castellano y quechua; pues los recelos de colonización quedaron muy atrás, pues ellos tenían una importante cultura propia que ofrecer a todo el mundo, pues era momento de escuchar y aprender más que nunca… Gracias Bolivia!!






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