Del Puerto de
Chivica a la Laguna Colorada
Me desperté allí en
Puerto de Chivica en donde el humo de los coches se mezclaba con el vapor que
desprendían nuestros calientes cuerpos; en el horizonte siluetas de regias
vicuñas veía pasar a la orilla de esas nubes blancas que ayer tomaron la tierra
y que poco a poco abandonaban nuestro camino. Ahora el paisaje parecía tomar
tímidamente el color de la esperanza entre pequeños brotes de esa molsa que
avecinaba la llegada de lagunas en donde el agua podría dar vida a aquellos que
no se encontraban en el cielo. Era como si ese pequeño camino nos marcará el
ciclo de la vida; pues ahora deformadas rocas marrones parecían tomar vida de
forma simbólica allí en el pie del volcán de Ollague.
Esas mismas rocas impregnadas
de verde nos abrirían las puertas a la Laguna Chapata y Hedionda en donde la
majestuosidad del flamenco con sus sigilosos pasos anunciaba la llegada de la
existencia de vida en esta tierra; sí, ese flamenco que vuela, ese flamenco que
se avalancha al agua, ese flamenco que rescata su presa y sigue su rumbo unos
metros más adelante buscando nuevos objetivos. Ese flamenco que nos marcaba con
ligeras pinceladas el devenir de nuestras vidas; esa búsqueda de objetivos, esa
espera, ese alcance y de nuevo llegaba el momento en que ese círculo tomaba
sentido para aquel que sentía seguir viviendo.
Tras el paso de esa
anunciación, las montañas se volvieron coloradas y como pequeños meteoritos
descuartizados aparecieron; eran nuevas rocas rojas la sombra de las cuáles parecían
transmitir nuevos mensajes a nuestro paso.
Una de esas rojas
rocas, tras el reflejo de ese sol que parecía huir en el horizonte, tomaba la
forma de un árbol, sí tal vez era el árbol de la vida; un árbol que parecía
fosilizado tras nuestra vista, pero que al mismo momento parecía transmitir más
vida que la naturaleza encrucijada de las ciudades que había visto pasar.
Fue al cabo de unos
pocos kilómetros cuando todo tomo sentido, pues una inmensa laguna colorada
tomaba en su orilla esos mismos brotes de esperanza que había visto esa misma
mañana, ahora algunos de ellos ya se veían iluminados por un amarillo
brillante; en el centro la savia de aquel árbol de la vida yacía allí inmóvil
alimentando toda aquella representación simbólica.
Sí, esa agua colorada
representaba la savia de aquel árbol que kilómetros vimos nacer, ese árbol que
representaba la vida estática, esa vida que tomaba el movimiento tras la
alianza con aquellos flamencos colorados que nos representaban; ellos al igual
que nosotros tomaban y dejaban pasar aquellas oportunidades que aparecían en
esas aguas o para nosotros en esas tierras.
Pues yo también
seguiría buscando esas nuevas oportunidades que alcanzar, la primera de ellas
tal vez aparecería tras unas pocas horas de sueño compartido.
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