domingo, 19 de mayo de 2013


Del Puerto de Chivica a la Laguna Colorada

Me desperté allí en Puerto de Chivica en donde el humo de los coches se mezclaba con el vapor que desprendían nuestros calientes cuerpos; en el horizonte siluetas de regias vicuñas veía pasar a la orilla de esas nubes blancas que ayer tomaron la tierra y que poco a poco abandonaban nuestro camino. Ahora el paisaje parecía tomar tímidamente el color de la esperanza entre pequeños brotes de esa molsa que avecinaba la llegada de lagunas en donde el agua podría dar vida a aquellos que no se encontraban en el cielo. Era como si ese pequeño camino nos marcará el ciclo de la vida; pues ahora deformadas rocas marrones parecían tomar vida de forma simbólica allí en el pie del volcán de Ollague.

Esas mismas rocas impregnadas de verde nos abrirían las puertas a la Laguna Chapata y Hedionda en donde la majestuosidad del flamenco con sus sigilosos pasos anunciaba la llegada de la existencia de vida en esta tierra; sí, ese flamenco que vuela, ese flamenco que se avalancha al agua, ese flamenco que rescata su presa y sigue su rumbo unos metros más adelante buscando nuevos objetivos. Ese flamenco que nos marcaba con ligeras pinceladas el devenir de nuestras vidas; esa búsqueda de objetivos, esa espera, ese alcance y de nuevo llegaba el momento en que ese círculo tomaba sentido para aquel que sentía seguir viviendo.

Tras el paso de esa anunciación, las montañas se volvieron coloradas y como pequeños meteoritos descuartizados aparecieron; eran nuevas rocas rojas la sombra de las cuáles parecían transmitir nuevos mensajes a nuestro paso.

Una de esas rojas rocas, tras el reflejo de ese sol que parecía huir en el horizonte, tomaba la forma de un árbol, sí tal vez era el árbol de la vida; un árbol que parecía fosilizado tras nuestra vista, pero que al mismo momento parecía transmitir más vida que la naturaleza encrucijada de las ciudades que había visto pasar.
Fue al cabo de unos pocos kilómetros cuando todo tomo sentido, pues una inmensa laguna colorada tomaba en su orilla esos mismos brotes de esperanza que había visto esa misma mañana, ahora algunos de ellos ya se veían iluminados por un amarillo brillante; en el centro la savia de aquel árbol de la vida yacía allí inmóvil alimentando toda aquella representación simbólica.

Sí, esa agua colorada representaba la savia de aquel árbol que kilómetros vimos nacer, ese árbol que representaba la vida estática, esa vida que tomaba el movimiento tras la alianza con aquellos flamencos colorados que nos representaban; ellos al igual que nosotros tomaban y dejaban pasar aquellas oportunidades que aparecían en esas aguas o para nosotros en esas tierras.

Pues yo también seguiría buscando esas nuevas oportunidades que alcanzar, la primera de ellas tal vez aparecería tras unas pocas horas de sueño compartido.

Tras una sal sin mar, el segundo día apareció ese marrón con tierra…






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