Valparaíso, de nuevo nos vemos
Y de nuevo tras llegar a esa
plaza de los deseos me encontré con esa angosta subida de Ferrari que me
llevaba allí en donde hace más de medio año había escrito las últimas palabras
a Valparaíso.
De nuevo me encontraba con Pablo
Neruda de pie a espaldas del mar y una Gabriela Mistal sentada, intentando
retener toda la luz del mundo en unos ojos llenos sentimientos de aquel que
consiguió petrificarla con sus propias manos.
A mí no me quedaba otra que
sentarme en el banco del lado intentando contagiarme de esa ciudad como diría
Sabina, “asquerosamente poética”…
Cerros de colores, neblina en el
cielo, hojas despojándose de su vida derramándose por el suelo, perros
solitarios, maderas carcomidas bajo chapas heladas; y como no esa fría humedad
que surgía de un mar que con su calma, conseguía apaciguar incluso aquellas
estructuras metálicas creadas bajo el temor infundado del que no cree con la
palabra como forma de comunicación.
Sí, tal vez un temor infundado
bajo la misma ignorancia que ahora me dejaba sin palabras para explicar que era
aquello que me ataba a esa bucólica ciudad y que no dejaba partir.
Me imaginaba escribiendo los
nombres de las nuevas vidas que podría ver pasar tras aquellos cristales
vaporizados con una taza de té caliente. Una taza de té agarrada por unas manos
abiertas de un yo presente, que buscaría su vida tras ventanas que no
escondieran intimidades.
Un yo presente que cargaría con
ese abrigo inventado por las notas musicales de Nick Drake que ahora dedicaba a
Valparaíso, las cuales me invitaban a un cigarro que se consumiría lentamente
durante un mes por esa calle Héctor Calvo.
Era momento de encontrar un nuevo
trabajo que me diera de comer o tal vez sin el mismo me decidía a vivir de esos
secretos o sueños escondidos que me ayudarían a alargar aún más esa sonrisa que
seguiría burlando el paso del tiempo; un nuevo niño había nacido tras esos
nueve meses de viaje.
Me fui a ser feliz, no sé cuándo
vuelvo…
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