miércoles, 4 de septiembre de 2013

Valparaíso, de nuevo nos vemos

Y de nuevo tras llegar a esa plaza de los deseos me encontré con esa angosta subida de Ferrari que me llevaba allí en donde hace más de medio año había escrito las últimas palabras a Valparaíso.

De nuevo me encontraba con Pablo Neruda de pie a espaldas del mar y una Gabriela Mistal sentada, intentando retener toda la luz del mundo en unos ojos llenos sentimientos de aquel que consiguió petrificarla con sus propias manos.

A mí no me quedaba otra que sentarme en el banco del lado intentando contagiarme de esa ciudad como diría Sabina, “asquerosamente poética”…

Cerros de colores, neblina en el cielo, hojas despojándose de su vida derramándose por el suelo, perros solitarios, maderas carcomidas bajo chapas heladas; y como no esa fría humedad que surgía de un mar que con su calma, conseguía apaciguar incluso aquellas estructuras metálicas creadas bajo el temor infundado del que no cree con la palabra como forma de comunicación.

Sí, tal vez un temor infundado bajo la misma ignorancia que ahora me dejaba sin palabras para explicar que era aquello que me ataba a esa bucólica ciudad y que no dejaba partir.

Me imaginaba escribiendo los nombres de las nuevas vidas que podría ver pasar tras aquellos cristales vaporizados con una taza de té caliente. Una taza de té agarrada por unas manos abiertas de un yo presente, que buscaría su vida tras ventanas que no escondieran intimidades.

Un yo presente que cargaría con ese abrigo inventado por las notas musicales de Nick Drake que ahora dedicaba a Valparaíso, las cuales me invitaban a un cigarro que se consumiría lentamente durante un mes por esa calle Héctor Calvo.


Era momento de encontrar un nuevo trabajo que me diera de comer o tal vez sin el mismo me decidía a vivir de esos secretos o sueños escondidos que me ayudarían a alargar aún más esa sonrisa que seguiría burlando el paso del tiempo; un nuevo niño había nacido tras esos nueve meses de viaje.

Me fui a ser feliz, no sé cuándo vuelvo…




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