lunes, 17 de marzo de 2014

Caribe. Todos somos iguales

Al final acabamos dejando atrás Uvita, la verdad es que me quede con buenas sensaciones y con ellas apareció el primer trueque para más de dos meses. Se trataba de un trabajo relajado de veinte horas semanales a cambio de una cama y un plato de comida caliente de esa mamita italiana que no quería ver sufrir a sus huéspedes de hambre; pues tal vez como corroborarían mis viejos amigos de San José con los que me reencontraría unas horas más tarde, el color de mi piel subía al mismo ritmo con que la sombra de mi silueta parecía diluirse.

Pero finalmente frente a la oferta presentada decidí proseguir mi viaje, pues aún no conocía el aclamado Caribe, así que tras la visita fugaz por San José y poco más de un café en Puerto Limón, llegue a Cahuita. Por el camino y como si de una señal se tratara allí los ríos se hacían más largos y más anchos arrastrando grandes cantidades de material, hasta que parecían obstruirse aquellas desembocaduras en donde la arena oscura y una agua más salada les esperaba con los brazos abiertos. Yo de igual manera llegaba a esas tierras con hartos pensamientos que parecían obstruir mi cabeza y con los que luchaba por lidiar entre los rugidos de ese mar en donde uno podía encontrar sus respuestas.

Era una tierra en donde se hermanaba a los recién venidos, pues la misma desde años atrás había servido de cobijo a los africanos llegados ya fuese por la construcción del ferrocarril o por la explotación de las plantaciones bananeras; pues tal vez es por ello que ante la mágica pregunta de pensar si se sentía feliz o no uno, se acababa derivando hacia la idea de que al menos uno no se sentía sólo.

Casas de estilo victoriano construidas en madera sobre pilares para evitar la inundación en mi caso de pensamientos se levantaban con colores llamativos y eso facilitaba una nueva concepción de felicidad que tal vez me inventaba para pensar que la conseguía; no me podía permitir convertirme en un noticiero cantando mediante el Calypso, pero al menos me quedaban las palabras para desfogarme. Así pues me encontraba a la par de esos negros que antaño se les prohibía la posibilidad de hablar entre ellos y que utilizaban la música para lanzarse mensajes de amor, de lucha y sueños, yo seguiría lanzando palabras escritas de lo que me costaba expresar a viva voz. Pues sigo pensando que uno tiene que abrirse sin reservas para poder reflectar sus problemas; pues sólo la visión a través de mucho dolor te puede llevar a la felicidad.


Así que feliz de empezar a encontrar mi sitio me acababa mezclando entre sus formas de arte para acabar compartiendo un rice and beans con leche de coco y esas empanadas de piña o banano que anunciaban el final de una rica comida compartida. Me quedaba claramente con su idea de rechazo al materialismo y la idea de unidad y solidaridad, aunque dejaba de lado el ganjah como mi forma de escapismo.



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