lunes, 24 de marzo de 2014

Isla Bastimentos; un nuevo paraíso.

Sin lugar a dudas, las hamacas colgadas que se divisaban desde lejos en ese embarcadero de Bastimentos dejaban entrever un sitio placentero en donde la vegetación existía sin tener en cuenta el ser humano.

Aún recuerdo ese primer día en que me fui alejando de aquellas elevadas casas de madera y me fui adentrando a ese bosque selvático que marcaba dirección a cualquier playa en que perderse.

A mi alrededor ese respeto hacia la naturaleza sofocante y a la vez claramente próxima que me cortaba la respiración. Concierto de animales invisibles se repetían a izquierda y derecha de mis oídos, al momento que yo avanzaba por ese estrecho camino hecho un pantanal por esa breve e intensa lluvia caribeña que anunciaba un cambio de luna y tal vez un cambio en mi ciclo. Sí, era esa misma lluvia caribeña que con canalón de uralita servía de buena mañana para rellenar aquellas botellas que nos darían sudor para purificar nuestra piel, para renovar mi piel.

Dentro de ese bosque los reflejos de sol se disipaban suavemente entre verdes hojas que se juntaban entre ellas creando un solo ser. Finalmente frente a la incertidumbre de esa masa o tal vez frente al miedo de aquel que deambula sólo por parajes desconocidos, agudicé mis oídos hasta que empecé a escuchar ese mar que sonaba con más fuerza, lo que señalaba que mi dirección era la adecuada. De golpe frente de mí se abría una playa deshumanizada, no por malo sino porque el propio humano por suerte aún no había tenido tiempo de bautizarla como propiedad a revertirla con su estilo de vida.

Me pasé horas allí intentando finalmente dejar hasta la misma agua del mar allí donde la había encontrado y sin poder desdibujar mis pasos invasores, me fui andando silenciosamente hasta Old Bank.

Allí una puesta de sol colectiva anunciaba el fin de un día que repetir; al momento que los jóvenes estudiantes con uniformes azules esperaban una lancha con vuelta a Isla Colón.

Una Isla Colon en la que me había hospedado los últimos dos días y en donde recordaría por una parte por esas biografías altruistas que habían dejado más que un plato de sopa por compartir y que no llenaban el pasado con fotos antiguas, sino con hechos que a más de uno le convertía en superviviente de ayudas sociales y por otra aquel muelle inventado del final de la calle principal. Un muelle que hacía las delicias de aquellos principiantes pescadores que con botella de plástico a hilo enredado acariciaban el rescate de un buen pescado mediante anzuelo de pechuga de pollo.


Pues según lo visto mediante anzuelos, viajes altruistas, mares deshumanizados, cambios de luna,… uno siente que su vida cambia cuando cambia de país.



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