Isla Bastimentos;
un nuevo paraíso.
Sin lugar a dudas,
las hamacas colgadas que se divisaban desde lejos en ese embarcadero de
Bastimentos dejaban entrever un sitio placentero en donde la vegetación existía
sin tener en cuenta el ser humano.
Dentro de ese
bosque los reflejos de sol se disipaban suavemente entre verdes hojas que se
juntaban entre ellas creando un solo ser. Finalmente frente a la incertidumbre
de esa masa o tal vez frente al miedo de aquel que deambula sólo por parajes
desconocidos, agudicé mis oídos hasta que empecé a escuchar ese mar que sonaba
con más fuerza, lo que señalaba que mi dirección era la adecuada. De golpe
frente de mí se abría una playa deshumanizada, no por malo sino porque el
propio humano por suerte aún no había tenido tiempo de bautizarla como
propiedad a revertirla con su estilo de vida.
Me pasé horas allí
intentando finalmente dejar hasta la misma agua del mar allí donde la había
encontrado y sin poder desdibujar mis pasos invasores, me fui andando
silenciosamente hasta Old Bank.
Una Isla Colon en
la que me había hospedado los últimos dos días y en donde recordaría por una
parte por esas biografías altruistas que habían dejado más que un plato de sopa
por compartir y que no llenaban el pasado con fotos antiguas, sino con hechos
que a más de uno le convertía en superviviente de ayudas sociales y por otra
aquel muelle inventado del final de la calle principal. Un muelle que hacía las
delicias de aquellos principiantes pescadores que con botella de plástico a
hilo enredado acariciaban el rescate de un buen pescado mediante anzuelo de
pechuga de pollo.
Pues según lo visto
mediante anzuelos, viajes altruistas, mares deshumanizados, cambios de luna,…
uno siente que su vida cambia cuando cambia de país.
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