Liberia, gran solución
Son las cinco de la mañana y mis
oídos son alterados por el estadillo de las llamadas bombetas, las cuales
anuncian el comienzo de una jornada en donde las espuelas, el pretal, la
marimba, el trombón, el sudor, la imperial y la cornada toril con respeto mutuo
se mezclan en las llamadas fiestas cívicas de esa ciudad blanca llamada
Liberia.
Es fin de semana y después de
aburrir el verde como carta de presentación, por fin me puedo mezclar entre
tradiciones y costumbres de un pueblo que sale en masa para mostrar el arte del
folclore pampero; grandes y pequeños repasan firmemente al calor del hierro
inducido sus blusas y camisas de primer orden y con sombrero guanacasteco
montan caballos que incluso se proponen taconear entre maderas hechas pistas de
baile.
Pero llega un momento en que el
silencio se hace a la calle y cada una de aquellas sillas improvisadas que
dejaron por un día ser punto de orientación de cualquier playa de arena, dejan
de inmutarse incluso por el fuerte viento que nos acecha; es el momento en que
pasan frente nuestro la reina y las damas de honor. Rostro inmaculado con ojos
rasgados y sinuosa cara pintada enardece la mirada de parecidos comensales que
parecen clavar sus ojos a esos labios carnosos que se volvieron rosados tras
cualquier tímido pellizco familiar de mejillas.
Y tras los últimos alardes de
aquel que vanidosamente muestra sus alegorías frente al toro tras la vista
puesta en rostro inmaculado, llega el momento del retiro animal tras cuerda
suelta del sabanero montado a caballo. Un nuevo momento de silencio anuncia la
aparición de ese toro cebú, que con carga humana retumba con fuerza para
soltarse de aquel que lo posee antes no vuelva a morder el polvo. Un nuevo…
Sin darme cuenta de haber visto
pasar el tiempo con la misma velocidad que las agujas de un reloj, veo que la
arena se oscurece y la noche cae entre vino de coyol y aguardiente; los pasos
hacia la casa se vuelven cada vez más torpes y menos danzantes. Momento en que
recuerdo quien en días anteriores era capaz de danzar un sentimiento. Pues
ahora le diría que lo hiciera, que bailara como si nadie la estuviera mirando;
pues lo llevas dentro y eso te hace especial.
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