miércoles, 5 de marzo de 2014

Liberia, gran solución

Son las cinco de la mañana y mis oídos son alterados por el estadillo de las llamadas bombetas, las cuales anuncian el comienzo de una jornada en donde las espuelas, el pretal, la marimba, el trombón, el sudor, la imperial y la cornada toril con respeto mutuo se mezclan en las llamadas fiestas cívicas de esa ciudad blanca llamada Liberia.

Es fin de semana y después de aburrir el verde como carta de presentación, por fin me puedo mezclar entre tradiciones y costumbres de un pueblo que sale en masa para mostrar el arte del folclore pampero; grandes y pequeños repasan firmemente al calor del hierro inducido sus blusas y camisas de primer orden y con sombrero guanacasteco montan caballos que incluso se proponen taconear entre maderas hechas pistas de baile.

Pero llega un momento en que el silencio se hace a la calle y cada una de aquellas sillas improvisadas que dejaron por un día ser punto de orientación de cualquier playa de arena, dejan de inmutarse incluso por el fuerte viento que nos acecha; es el momento en que pasan frente nuestro la reina y las damas de honor. Rostro inmaculado con ojos rasgados y sinuosa cara pintada enardece la mirada de parecidos comensales que parecen clavar sus ojos a esos labios carnosos que se volvieron rosados tras cualquier tímido pellizco familiar de mejillas.

Aun extenuados por tal belleza montada a caballo, bajamos en batallón por las calles hasta llegar a ese redondel de madera cubierto por hojas, en donde los dientes rasgan arena sin masticar. Allí nos esperan los toros bravos a los que vacilamos con respeto por estar en una misma condición de muerte; pues a menudo ambos a cuatro patas nos escurrimos de los peligros que desbordan nuestra forma de ser, pues a menudo olvidamos que al igual que los animales nosotros también tenemos cuatro patas…

Y tras los últimos alardes de aquel que vanidosamente muestra sus alegorías frente al toro tras la vista puesta en rostro inmaculado, llega el momento del retiro animal tras cuerda suelta del sabanero montado a caballo. Un nuevo momento de silencio anuncia la aparición de ese toro cebú, que con carga humana retumba con fuerza para soltarse de aquel que lo posee antes no vuelva a morder el polvo. Un nuevo…


Sin darme cuenta de haber visto pasar el tiempo con la misma velocidad que las agujas de un reloj, veo que la arena se oscurece y la noche cae entre vino de coyol y aguardiente; los pasos hacia la casa se vuelven cada vez más torpes y menos danzantes. Momento en que recuerdo quien en días anteriores era capaz de danzar un sentimiento. Pues ahora le diría que lo hiciera, que bailara como si nadie la estuviera mirando; pues lo llevas dentro y eso te hace especial.



No hay comentarios:

Publicar un comentario