jueves, 27 de marzo de 2014

En días de lluvia también aprendes

Tras una llegada animosa allí en Isla Bastimentos, los días se volvieron nublados y lluviosos, pero sin querer ni mucho menos hacer una simbología con mi estado de ánimo, pues las cosas me iban bien, sí que es cierto que a veces en días de lluvia uno debe reinventarse e intentar dar valor a cosas que tal vez le pasan por alto demasiado a menudo. Pues no nos queda otra que aprender a vivir con la lluvia; ya que nunca se sabe el agua que hay que caer antes no volvamos a ver la luz.

Curiosamente a menudo ante la imposibilidad de afrontar esa realidad que nos toca vivir en días de lluvia, uno se cierra en su mundo digital esperando poder vivir vidas que ahora uno no tiene la posibilidad de experimentar; el diálogo y la propia observación quedan cada vez más relegados a cualquier pantalla que con o sin lluvia nos muestra algo desconocido y así buscamos esa evasión del momento, el cual parece suavizar el tedio que se acaba viniendo encima.

Así que a día de hoy intento ir contra la marea de cabecitas computarizadas y me planteo hacer el ejercicio de quedarme tumbado en una hamaca mientras veo lo que hay frente de mi sin pantalla de plasma. Es como seguir preparándose para vivir cualquier situación; pues si conseguimos dar valor a algo que era insignificante para ayer, hoy habremos adquirido un nuevo aliado para seguir disfrutando de la vida.

Miro y veo gotas que caen encima de hojas de palmera que no dejan filtrar el agua y que obligan a que la misma se escurra entre sus pequeños tajos; pues me imagino a los Ngòbe-Buglé que residen a pocos minutos de donde me encuentro ahora, como un buen día pensaron en cómo dar tejado a sus viviendas circulares y es donde me doy cuenta que gracias a la observación puedes descubrir muchas más que cosas que a través de un prisma cónico de tres luces primarias.

Pero también me doy cuenta que me estoy engañando, de igual manera estoy imaginando sobre lo observado; así que sin pensarlo salgo a plena lluvia hacia la playa. Los terrenos se han vuelto pantanosos en esa selva tropical y entre deslizamientos inapropiados acabo rompiendo mis frágiles sandalias del último bazar que visité; opto por proseguir la aventura descalzo y centro toda mi observación sobre todo aquello que piso y tal vez siento o no con dolor en la planta de mis pies. Tal vez nunca había conocido de tan cerca ese micromundo que tenemos bajo los pies; la capacidad de sentir con él la suavidad, la aspereza, el frio, el calor, el dolor y el goce con una intensidad desconocida me hace pensar en cosas olvidadas. Así que me vuelvo a repetir a mismo que tal vez tantas comodidades y algodones que acorazan nuestro cuerpo nos acaban privando de valorar lo que tenemos a nuestro alrededor.

Al cabo de media hora pisando hierba, hojas, barro, insectos, excrementos, ramas, ... acabo sumergiéndome en esa agua salada para ayudar a cicatrizar las plantas de mis pies. Esas plantas de los pies que recuperan  sensaciones olvidadas y que  finalmente necesitan del alivio de esa agua dulce que sigue cayendo a borbotones.

Al regresar a esa casa diaria que sigue cambiando de lugar, veo que sigue lloviendo sobre mojado a pesar de que el sol apareciera en un último instante; esas cabecitas siguen inmersas en el computador hasta que yo finalmente también me doy unos minutos para mis escapismos y por suerte me dejan descubrir ese Heaven’s in Fire de Radio Dept quienes hablan también de ir en contra la marea.

Pues tal vez a veces tenemos que ir en contra la marea, cuando esta viene representada por la multitud de la gente; no hace falta observar siempre lo que hace la gente para saber qué camino proseguir, sino que tal vez mejor primero observar lo que podemos hacer nosotros con nuestro camino, aunque a veces parezca pantanoso.


Feliz porque empiezo a volver a vivir con la simpleza de la vida, al momento que empiezo a perder la noción del día en que vivo.





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