miércoles, 9 de enero de 2013

 

De orillas del Pacífico a las faldas del Puyehue

De nuevo dejamos atrás las arenas soleadas para adentrarnos a la aventura de coronar un volcán, el llamado Puyehue; el cual poco más de un año atrás había inundado de ceniza tanto laderas Chilenas como Argentinas.

De nuevo la naturaleza nos marcaba el camino de la razón, nos marcaba el camino en donde se nos trataba a todos por un igual, un camino que no entendía de fronteras, de nacionalismos, de banderas ni de pasaportes, ese camino que hoy nos dirigía hacia Anticura, en donde esos días el paso de vehículos se había sentido mermado por el cierre del paso fronterizo del Cardenal Zamoré. Pero finalmente tras hacer de la carretera una paseo de tábanos por compañía,  nos pudimos entremezclar con la carga de  de dos viejas camionetas Chevrolet que nos dejarían en el Caulle, punto de inicio de nuestra aventura.

Allí emprendimos nuestro ascenso, tras la guía de las genuinas y entorpecidas canalizaciones que el agua iba formando en búsqueda de la preciada libertad que le ofrecería algún océano lejano. Fue cuando llegamos a más de 1.400 metros de altura cuando nos detuvimos frente un refugio, el cual nos separaría poco más de una hora y media de volcán; allí con la excusa de preparar nuestro campo base nos tomamos un respiro, hasta que el mismo se vio eclipsado por el cielo gris que nos detuvo frente nuestros valientes intenciones de ascenso. 

Está claro que quien acaba resignándose sólo sobrevive, pero por suerte o desgracia no somos inmortales, pues a diferencia de los animales no ignoramos la muerte, con lo que a veces es mejor ser consciente cada uno de sus limitaciones.

En ese refugio pasamos dos días aislados y junto a checos, alemanes, israelís y ingleses, aprendimos el arte de buscar leña, de buscar agua, de compartir alimentos y de conocer tradiciones y costumbres culinarias, las cuales tenían como hilo conductor el preciado arroz con…. asimismo  me ayudo a descubrir viejos relatos de Jorge Luís Borges o la misma leyenda de Martin Fierro.

Del mismo Borges me tomé la idea de que no hay placer más complejo que el pensamiento, aunque siempre exista un estimulo extraordinario que me acabe restituyendo al mundo físico; es por ello que a partir de hoy seguiría pensando con los ojos entreabiertos por miedo a pensar que lo que podía dejar de pensar fuese cierto.


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