No existe Machu Picchu sin Huaina
Picchu
Cada una de aquellas linternas
adormecidas se veían guiadas por el fuerte ruido del río que nos llevaba a un
puente cubierto por una verde niebla, el cual nos alejaba por unos momentos de
cada una de nuestras propias siluetas.
Tras llegar al llamado Santuario
Histórico de Machu Picchu, deje a la izquierda un grupo de llamas que reposaban
en silencio a modo de centinelas del pasado; quedaban aún muchas viejas piedras
por pisar, antes de llegar allí en donde la esperanza se vestía de verde
tomando rocas por huesos.
Y como si de aviso se tratara,
aquellos hilos de sangre empezaron a deslizarse por mis labios anunciando el
momento allí en donde la altura hacía estragos, allí en donde se elevaba Huaina
Picchu.
Ahora sentado en piedra mojada,
las gotas de lluvia se mezclaban con mí sudor incesante, producto de aquella
humedad selvática que nos abrazaba. Yo buscando ese momento especial, huía de
cualquier abrazo, al momento que esos hilos sangrientos se volvían
transparentes al tener que recorrer ahora cada una de mis mejillas. Eran esas
lágrimas que mostraban emociones de mente en blanco, unas lágrimas que por
suerte nunca vieron llorar.
Entonces el sudor y el agua
empezaron a calar entre mis huesos, al momento que los escalofríos empezaron a
subir por dentro de mí sin poder ser paliados por la combustión impulsiva de cigarros
sin sentido. Pero por orgullo me sentía allí en una soledad que no tenía ganas
de compartir con nadie, pues hay días que por mucho que llueva no te mojas,
pues hay días y momentos que sólo son para ti.
Incluso allí arriba, las parejas
se despedían en búsqueda de ese particular ritual individualizado que habían
soñado la noche anterior a escondidas del otro; un ritual tal vez abstracto que
les ayudaría por unos momentos a pensar en que la superstición podría dar luz a
su futuro incierto.
Un futuro inevitable de
pensamiento incluso para el carpe diem creado bajo emblema ya esperanzador; así
que huyendo de ojos azules a los que estúpidamente negaba la conversación mi
cabeza seguía vomitando palabras que se iban destiñendo sobre esa hoja en
blanco, con lo que muchas cosas se acabarían olvidando por el camino. Tal vez
mis palabras eran huérfanas de sentido para reflejar lo vivido, pero mi
sensación de libertad era tal vez igual que la de aquel pájaro que reposaba
frente de mí, que sin necesidad de hoja en blanco se mostraba tal como era.
Pero el tiempo se acababa, así
como las ansias de sentir, Machu Picchu ya no existía para mí desde allí arriba
y a su encuentro me tropecé con un laberinto de construcciones que tomaban
diferentes nombres y en donde la gente transitaba bajo cámara en mano en la
búsqueda de la mejor postura en que mostrarse.
Al final leía lo escrito y me
encontraba con muchas frases dinamitadas sin sentido, pero no me tomaba la
necesidad de modificarlas, pues era realmente lo que había sentido, tal vez mi
ignorancia sobre la sociedad inca me había negado la posibilidad de historiarizar
lo vivido, pues me había tomado la necesidad de pensar en mi propia historia.
Ahora quería a todo el mundo, más
que nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario