martes, 26 de marzo de 2013


No existe Machu Picchu sin Huaina Picchu

Cada una de aquellas linternas adormecidas se veían guiadas por el fuerte ruido del río que nos llevaba a un puente cubierto por una verde niebla, el cual nos alejaba por unos momentos de cada una de nuestras propias siluetas.

Tras llegar al llamado Santuario Histórico de Machu Picchu, deje a la izquierda un grupo de llamas que reposaban en silencio a modo de centinelas del pasado; quedaban aún muchas viejas piedras por pisar, antes de llegar allí en donde la esperanza se vestía de verde tomando rocas por huesos.

Y como si de aviso se tratara, aquellos hilos de sangre empezaron a deslizarse por mis labios anunciando el momento allí en donde la altura hacía estragos, allí en donde se elevaba Huaina Picchu.

Ahora sentado en piedra mojada, las gotas de lluvia se mezclaban con mí sudor incesante, producto de aquella humedad selvática que nos abrazaba. Yo buscando ese momento especial, huía de cualquier abrazo, al momento que esos hilos sangrientos se volvían transparentes al tener que recorrer ahora cada una de mis mejillas. Eran esas lágrimas que mostraban emociones de mente en blanco, unas lágrimas que por suerte nunca vieron llorar.

Entonces el sudor y el agua empezaron a calar entre mis huesos, al momento que los escalofríos empezaron a subir por dentro de mí sin poder ser paliados por la combustión impulsiva de cigarros sin sentido. Pero por orgullo me sentía allí en una soledad que no tenía ganas de compartir con nadie, pues hay días que por mucho que llueva no te mojas, pues hay días y momentos que sólo son para ti.

Incluso allí arriba, las parejas se despedían en búsqueda de ese particular ritual individualizado que habían soñado la noche anterior a escondidas del otro; un ritual tal vez abstracto que les ayudaría por unos momentos a pensar en que la superstición podría dar luz a su futuro incierto.

Un futuro inevitable de pensamiento incluso para el carpe diem creado bajo emblema ya esperanzador; así que huyendo de ojos azules a los que estúpidamente negaba la conversación mi cabeza seguía vomitando palabras que se iban destiñendo sobre esa hoja en blanco, con lo que muchas cosas se acabarían olvidando por el camino. Tal vez mis palabras eran huérfanas de sentido para reflejar lo vivido, pero mi sensación de libertad era tal vez igual que la de aquel pájaro que reposaba frente de mí, que sin necesidad de hoja en blanco se mostraba tal como era.

Pero el tiempo se acababa, así como las ansias de sentir, Machu Picchu ya no existía para mí desde allí arriba y a su encuentro me tropecé con un laberinto de construcciones que tomaban diferentes nombres y en donde la gente transitaba bajo cámara en mano en la búsqueda de la mejor postura en que mostrarse.

Al final leía lo escrito y me encontraba con muchas frases dinamitadas sin sentido, pero no me tomaba la necesidad de modificarlas, pues era realmente lo que había sentido, tal vez mi ignorancia sobre la sociedad inca me había negado la posibilidad de historiarizar lo vivido, pues me había tomado la necesidad de pensar en mi propia historia.

Ahora quería a todo el mundo, más que nunca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario