Lima, pensando en la vejez
De nuevo una visita a Lima me
hacía pensar en una de aquellas cosas que a veces necesitamos de un impulso
para ser recordadas; en este caso fue una exposición de elogio a la vejez que
se hacía en un Centro Cultural del aposentado barrio de San Isidro.
La misma hablaba sobre el hecho
de que la sociedad actual parecía estar inmersa en una posición Aristotélica
entorno a la vejez, como si esta se tratara de un estado de decadencia y en absoluto
de garantía de sabiduría; así pues la sociedad actual omitía la vejez
relegándola a toda suerte de residencias. El geriátrico parecía convertirse en
el último hogar de una persona, su último refugio, de allí de confundir estos
centros en salas de espera, en cuevas de pena, en recintos de tristeza…
Así que la idea era romper con
todo esto, pues cada uno de aquellos ancianos que ponían nombre a cada uno de
sus vidas, realzaban más que nadie el hecho de dar valor a cada una de aquellas
cosas que les rodeaban; ahora valoraban más que nunca cada nube que veían tras
aquella ventana, cada flor que emergía de aquella mesita de espera. Ahora en su
vejez apreciaban más que nunca la vida, al mismo momento que se lamentaban del
porque haber tardado tanto tiempo a aprender a perdonar o a olvidar, aspectos
que tiempos atrás tal vez les habían separado de seres queridos; eran tantas
cosas que aprendían a día de hoy, son tantas cosas las que no sabemos y que
podríamos aprender de ellos.
Ahora más que nunca, cada uno de
aquellos ancianos estaban allí para darnos una nueva lección, pero nosotros
tras ese bloque de cristal seguíamos ignorándolos muchas veces; desgraciadamente
parecía que teníamos que llegar a la vejez para entenderlos…
Todo aquello me despertaba la
necesidad de recuperar viejas palabras que había escrito, cuando andando por
Barcelona miraba con impotencia aquellas caras “tristes” que yacían tras ese
geriátrico.
Un buen día se
levantó encerrada tras un bloque de cristal;
sus palabras se
habían convertido en ecos del pasado.
Ella se revelaba
consigo misma y recordaba esos días en que su razón de ser,
la habían convertido
en profeta de los que ahora la miraban sin vida.
Malditos ojos los de
aquellos que ahora bajaban la cabeza
por miedo a ver la
realidad inminente de su futuro.
Malditos ojos los de
aquellos que con una sonrisa de compasión
intentaban dar un
respiro a su bondad.
Dios! chillaba ella
con fuerza; al mismo momento que aquellas batas blancas,
se volvían en su
contra buscando una locura con la que poder encerrarla.
Dios! chillaba ella
con fuerza; al mismo momento que aquellos trajes de naftalina,
desviaban su mirada
por miedo a no tener razón.
Pero Dios seguía
inmóvil, allí donde no existiera,
preocupándose de
poner su nombre en boca de todos día tras día.
Pero Dios seguía allí
inmóvil, como si ella formase parte de otro mundo,
como si ella sólo
tuviera razón de ser el día de su muerte.
Sí, el día de su
muerte todo el mundo miraría sin miedo sus ojos cerrados.
Sí, el día de su
muerte todo el mundo recordaría lo que les había dejado contar.
Sí, el día de su
muerte todo el mundo cantaría a Dios,
pero esta vez tras
sábanas blancas y trajes sin sentido.
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